La dilución del proceso familiar en los servicios sociales: Implicaciones para el tratamiento de las familias negligentes






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IMPLICACIONES PARA EL TRATAMIENTO DE LA NEGLIGENCIA EN FAMILIAS
La dilución del proceso fami­liar en los servicios sociales, y sus diferentes explicaciones, plantea algunas preguntas sobre la aplica­bilidad de los conceptos y destre­zas de la terapia familiar en el tra­tamiento de familias negligentes. Por ejemplo, si la dilución de la familia es vista como el efecto lineal de las prácticas de control so­cial implementadas por has agen­cias reguladoras, su “cura” dependería de la eliminación de tales controles, de manera que las familias pudieran continuar con sus derechos y responsabilidades; de esa manera, una interpretación de control social del fenómeno de la dilución familiar colocaría la solución —de manera realista o no— de lleno en el macro nivel del cambio sociopolítico, dejando muy poco o ningún espacio para la conceptualización y has intervenciones clínicas.
Por otra parte, si la dilución fa­miliar es vista desde la perspectiva señalada en estas páginas —como expresión de patrón complemen­tario, que encaja culturalmente, y que vincula a has familias con has agencias reguladoras—, entonces su tratamiento requiere un cambio de ese patr6n, y la comprensión sistémica de los problemas huma­nos por parte del terapeuta fami­liar pasa a ser la más relevante.
Los terapeutas familiares que están autorizados para asumir una “meta” posición frente al sistema amplio de las familias y agencias pueden pretender ese cambio in­terviniendo directamente en el patrón complementario, ayudando a las partes a romper libremente con sus roles constreñidores. Imber­Black (1988) ha presentado un modelo sistemático para valorar e intervenir como consultor en la re­lación familia-sistema más amplio; intervenciones orientadas a cam­biar la relación entre las familias y sus servicios del contexto han sido descritas también por Webb­, Woodward y Woodward (1983), Boyd-Franklin (1985), Schwartzman y otros (1986), Ackerman y otros (1991), Holden y otros (1991), y Lapin y VanDeusen (1993). Tal como la misma Imber-Black ha señalado, no obstante, “intervenciones eficaces en familias-sistemas más amplios pueden “rebrotar” a una familia por vez (pero) no pare­cer hacer mucho para cambiar las agencias públicas y ayudar a los sistemas, que están, por supuesto, engarzados en nuestro sistema sociopolítico reas amplio” (Imber­Black, 1993, pág. 73). La necesidad de ese último tipo de cambios orienta el trabajo habitual de Sal­vador Minuchin y sus colegas con familias pobres y las agencias que están a su servicio (Elixir y Mi­nuchin, 1989; Colapinto y otros, 1989; Minuchin y otros 1990) —un trabajo que se enfoca en estimular la conexión y resistirse a la dilu­ción: “Ciertamente, cualquier re­organización de los sistemas lega­les y de bienestar que ampliara su foco desde salvar al niño (y des­membrar la familia) a buscar las unidades sociales en las que la gen­te vive actualmente cambiaria un énfasis que ahora, en realidad, apoya y facilita la desorganización de la familia”. (Minuchin, 1986, pág. 6).
Al nivel del “servicio directo”, sin embargo, los terapeutas familiares (así como otros trabajadores que podrían aprovecharse de la adquisición de conceptos y técnicas­ de terapia familiar) no están habitualmente en una posición meta con respecto a las agencias; para ellos, las políticas, patrones, leyes, regulaciones y mandatos que organizan las dinámicas com­plementarias que enlazan a las familias con los servicios se presentan como constricciones de base a las que tienen que hacer frente, en vez de como el objetivo de sus in­tervenciones. Su reto es encontrar vías de cambiar el patrón comple­mentario familia-agencia desde su posición de operadores para la fa­milia. Las siguientes observaciones y recomendaciones para el tratamiento de familias negligen­tes intentan dirigirse a las necesi­dades de tales operadores de “pri­mera linea”.

No es suficiente un proceso hacia el cambio
Cuando las agencias regulado­ras y sus operadores se dirigen a la terapia familiar a la búsqueda de soluciones a los problemas que presentan las familias diluidas, pueden encontrarse con que la te­rapia familiar no está bien prepa­rada para la tarea. Como un cor­pus de conocimientos y destrezas, la terapia familiar ha desarrollado la mayor parte de sus interacciones con clientes como los Smith, que legan a la terapia por su pro­pio acuerdo buscando soluciones para lo que ellos experimentan corno sus problemas. Las familias diluidas, por otra parte, son enviadas a terapia por agencias re­guladoras que están experimen­tando problemas con ellos. La mala relación entre Gwen y Emma Jones es un problema para agencia de custodia y adopción porque complica los arreglos rela­cionados con las visitas. De mane­ra similar, el uso de las drogas o el alcohol por una pareja puede re­trasar el retorno de un niño a su casa. En esos casos, el cambio de la familia se convierte en un obje­tivo intermedio: Owen y Emma Dones “necesitan” mejorar su rela­ción de manera que los arreglos estándar de visitas puedan reanu­darse, el abuso de sustancias debe cesar para que el niño pueda ser devuelto a los padres. Los mismos miembros de la familia, no obs­tante, pueden no considerar su apuro como un problema. Los Jo­nes pueden estar satisfechos al te­ner un operador de amortigua­dor, la pareja alcohólica puede ser ambivalente sobre tener de vuelta a su hijo. Ninguno de esos clientes tomará la iniciativa de buscar una terapia.
La necesidad de revisar los conceptos y técnicas de terapia fa­miliar para responder a la crecien­te incidencia de las derivaciones compulsivas ya ha sido tratada en otra parte (Ackerman y otros, 1991; Colapinto, 1988). No obstante, la naturaleza involuntaria de la derivación no es la única o incluso la principal dificultad que plantean las familias diluidas; un obstáculo más formidable es la debilidad de la vida interaccional de la familia.
La terapia familiar no solo depen­de de la disposición de los clientes a aplicarse a un problema, sino también de un proceso familiar al que el problema puede finalmen­te referirse. La relevancia terapéu­tica de la terapia “familiar” de­pende de la asunción de que los clientes han producido, con el tiempo, una red autocontenida y equitativa de conductas interco­nectadas, en la que las acciones de cada miembro afectan significati­vamente a los otros, y en la que las diferencias son negociadas con re­lativa independencia respecto del “exterior”. Sin la asunción de que los clientes regulan mutuamente sus conductas en el interior de un sistema relativamente cerrado de su propia creación, no tendría sentido para un terapeuta relacionar conductas problemáticas con dinámicas familiares, o perseguir cambios individuales a través de la transformación de tales dinámicas.
Clientes corno los Smith satisfa­cen los requerimientos de terapia familiar porque son “propieta­rios” de un proceso familiar sus­tancial. En una familia diluida, por otra parte, la premisa de un proceso que es operado y del que es propietaria la familia no es cier­ta. Más que una regulación mutua de su conducta dentro de un siste­ma relativamente autocontenido, los miembros de la familia hacen eso mismo como partes de un sis­tema regulador más amplio. Las diferencias entre ellos son o evita­das debido a la debilidad de sus conexiones o mediadas por los operadores. Su debilitado proceso familiar le roba al terapeuta familiar su influencia ‘de la misma manera que, si no más, lo hace la naturaleza compulsiva de la derivación. En la medida en que los miembros de la familia se han vuelto mutuamente menos relevantes, experimentan entre sí menos conflictos, y menos la necesidad de negociar los conflictos que experimentan; no se sienten “atascados” porque no hay suficiente proceso entre ellos como para quedarse atascados. Dado que gran parte de su vida está regulada por gente ajena a su familia, no pueden realmente aceptar la noción de la terapia familiar de que sus conductas se regulan mutuamente y son capaces de cambiar conjuntamente. De modo que si ignoran los intentos del terapeuta de interesarlos, o participan sólo de medio corazón en una especie de “terapia fingida” (Ackerman y otros, 1991), no es porque se “resistan” activamente a cambiar, sino simplemente porque no son lo bastante propietarios del proceso como para que el terapeuta pueda cambiarlo.
Una lente más amplia
Por otra parte, mientras que los marcos conceptuales desarrollados por los terapeutas familiares para entender y tratar a las familias pueden no ser aplicables de un modo sencillo a la familia diluida, son aplicables a los contextos sociales más amplios en los que tiene lugar la dilución. La familia puede no estar “atascada” en su propio proceso, pero la familia y la agencia derivante están atascados en su relación mutua. El impasse puede ser entre una madre que quiere que su hijo adolescente sea colocado fuera de la casa, y una agencia que no tiene una plaza disponible para el chico; o entre los parientes naturales de un niño que ni van a cumplir con las estipulaciones establecidas en el plan del servicio, ni van a renunciar voluntariamente a sus derechos parentales, y una agencia que ni va a devolver la custodia del niño a los padres, ni va a intentar que esos derechos sean definitivamente anulados por el juzgado. Bajo esas circunstancias, prescribir un “arreglo” para la familia es una posibilidad de salir del impasse.
Blanche y su hijo de 10 años, Jamal, han sido citados para reunirse dentro de poco pese a su indefinido futuro. Jamal ha estado viviendo con su tía abuela desde que Blanche fue encarcelada por cargos relacionados con drogas. Ahora que Blanche está fuera de la prisión, Jamal se resiste a volver a vivir con ella. Al mismo tiempo, el operador de la oficina de protección infantil está preocupado por la posibilidad de que Blanche pueda descuidar las necesidades educacionales de Jamal, porque cuando vivían juntos antes de su encarcelación faltaba a menudo a la escuela. El supervisor del ope­rador le instruye que derive a Blanche y Jamal a terapia familiar para “trabajar en su relación”.
Las familias diluidas también padecen un problema “sistémi­co”: hay algo que funciona mal en su proceso interpersonal. No se trata de que haya demasiado pro­ceso malo, sino de que no hay su­ficiente proceso. Su problema bá­sico no es que sus limites internos sean inadecuados, sus patrones de resolución de conflictos deficien­tes o sus destrezas para tomar de­cisiones pobres, sino que los miembros de la familia no están negociando esos limites, conflic­tos, y decisiones por si mismos; otros lo hacen por ellos. El “siste­ma determinado por el problema” (Ander son, Goolishian y Winderman, 1986) incluye las (débiles) relaciones entre los miembros de la familia, así como (más relevan­te) las relaciones entre ellos y los operadores del servicio de protec­ción, personal escolar, oficiales de libertad provisional, equipos de intervención en crisis, y otros no miembros de la familia que nego­cian su proceso por ellos. Triangu­laciones, limites borrosos, coaliciones inapropiadas, y otras relaciones disfuncionales que tradicionalmen­te han atraído la atención de los terapeutas de familia tienen lugar en tal sistema más amplio (Jurko­vic y Carl, 1983).

La ampliación del foco de exploración abre la posibilidad de intervenir sistémicamente, no sólo en la familia negligente, sino también en el fenómeno más am­plio de dilución en el que la familia pierde su propio proceso —la colusión complementaria entre la familia y los servicios sociales que a la vez exacerba la negligencia y sitúa a la familia más allá del al­cance de “la terapia familiar como de costumbre”—. Las interven­ciones deben centrarse en la nutrición del proceso familiar y en el desbaratamiento de la colusión complementaria, y puede ser aprendido y aplicado no solo por terapeutas familiares sino tam­bién por otros operadores que trabajan con familias negligentes —como los operadores de con­servación de la familia, servicios de custodia de adopción y reunifi­cación, refugios, juzgados de fa­milia, marcos de justicia juvenil y hospitales.

Nutrición del proceso familiar
En su búsqueda de maneras de introducir cambios en el proceso familiar, los terapeutas familiares han desarrollado dos clases de in­tervención sistémica: una destina­da a la interrupción de los patrones de interacción existentes, las otras destinadas a nutrir nuevos patrones. En la modalidad de in­terrupción, los terapeutas familia­res desafían los procesos “malos” —alternativamente descritos, de­pendiendo de la escuela o la década, como “pseudo mutualidad”, “sobreinvolucración”, “desequilibrio del poder” o “silenciamiento de las voces”—. En la modalidad de nutrición, los terapeutas de familia promueven “buenos” procesos —la mutualidad la diferenciación, la igualdad, la expresión. Los te­rapeutas familiares pueden trabajar sobre todo en el modo de inte­rrumpir (solo interceptando los patrones de interacción establecidos, y dejando la creación de nuevos patrones a la familia), en el modo nu­triente (estimulando formas alter­nativas de interacción entre los miembros de la familia, sin preo­cuparse ellos de la eliminación de los antiguos), o con una combina­ción de ambos.
Un ejemplo de tal combinación es el trabajo de un terapeuta fami­liar estructural con un subsistema interno de la familia. En este caso el objetivo de conjunto es nutrien­te: el terapeuta busca fortalecer un proceso que normalmente está subdesarrollado por ejemplo en­tre un padre y un hijo que no pue­den mantener una interacción du­rante un tiempo significativo sin la mediación de la madre. En una típica intervención en tres pasos, el terapeuta puede empezar pidien­do a padre e hijo que mantengan un diálogo (intervención nutriente), después “bloquear” la inter­vención de la madre (una in­tervención de interrupción), y finalmente enfocar en la expan­sión de las díadas de interacción (otra intervención nutriente), De esa manera, la construcción de un

subsistema dentro de la familia va de la mano con la afirmación de sus límites. Inicialmente, el limite definido por el terapeuta alarga el tiempo durante el que padre e hijo se experimentan mutuamente y negocian directamente, sin la usual mediación de la madre, Subsecuentemente, el proceso axial iniciado fortalece los límites de la díada, a medida que padre e hijo mejoran su habilidad para acomo­darse mutuamente es posible una mayor autorregulación y menos dependencia de la supervisión de la madre, padre e hijo se vuelven menos propensos a aceptar o buscar su mediación, y ella se vuelve menos atraída a mediar. De esa manera, el subsistema (ha díada padre-hijo) recupera del sistema más amplio la función de regular su propia relación.
Las dificultades de una díada infradesarrollada —su falta de auto­suficiencia, la pobreza de su inte­racción, la fragilidad de sus límites, su dependencia de la competencia superior de una tercera parte— pueden ser reconocidas también en la familia diluida: no hay sufi­cientes acontecimientos entre los miembros de la familia, y demasia­dos acontecimientos entre la fami­lia y no-miembros de la familia. Al igual que la débil díada padre-hijo, una familia diluida puede ser nutri­da hasta convertirse en un organis­mo más dependiente de sí mismo —más claramente diferenciado con respecto a su entorno social, más capaz de controlar su propia utili­zación de los servicios sociales, y menos necesitado de controles ex­ternos—. La familia podrá enton­es recuperar del sistema más am­plio la función de regular su propia vida relacional —incluyendo la nutrición y protección de sus propios hijos.
Una aproximación nutriente a la familia diluida requiere eludir una exploración de la "disfuncionalidad” y concentrarse en cambio en localizar y expandir habilidad de los miembros de la familia para conectarse entre si como familia. Debe ponerse énfa­sis en animar y sostener la produc­ción de eventos transaccionales en los que los miembros de la familia se comportan como tales —como padres, hijos, esposas o hermanos, unos respecto de otros. Ejemplos de tales eventos incluyen una ma­dre y su hijo discutiendo sobre los deberes del colegio; esa madre y la abuela discutiendo sobre las “malas compañías” o el uso de drogas del mismo; un hermano y su her­mana, ambos viviendo con la abuela, escribiendo una carta a su madre que se ha mudado fuera de la ciudad; miembros adultos de la familia extendida tratando sobre métodos de disciplina para los hi­jos. Las técnicas tradicionales de diagnostico de la terapia familiar, como la construcción de un geno­grama, pueden ser usadas como una manera de ayudar a los miem­bros de la familia a reconectar con historias familiares que realzan su sensación de “nosotros”. In­cluso la simple tarea de escribir en una pizarra puede estimular la experiencia del proceso en construcción que tiene que ver con “compartir emociones, conversar, estar juntos” (Sheinberg, 1992). Las diferentes intervenciones que generan autoridad para la familia, desarrolladas por los programas de preservación y reunificación de la familia que intentan prevenir o invertir la colocación fuera del ho­gar de los niños (Kinney y otros, 1977, 1988; Bryce y Maybanks, 1979; Bryce y Lloyd, 1980; Hart-mann y Laird, 1983; Colapinto y otros 1989; Minuchin y otros, 1990; Graber y Nice, 1991; Zamosky y otros, 1993), son consistentes de una manera similar con el objetivo de nutrir eh proceso familiar interno.
Esta aproximación nutriente puede ser realizada por cualquier operador que está en la posición de intervenir con la familia, no exactamente por un terapeuta fa­miliar. En efecto, para mantener el foco en construir el proceso fami­liar más que en corregirlo, un tera­peuta familiar puede necesitar guardarse su tendencia profesio­nal a “editar” las transacciones fa­miliares bajo control. Por ejem­plo, durante una sesión en la que Blanche lanzo un ataque muy cr1-tico a un malhumorado Jamal acerca de sus hábitos con los de­beres escolares, el terapeuta ani­mó a la madre a expresar más sus preocupaciones, y al hijo a escu­char sin estar necesariamente de acuerdo —en efecto pidiéndoles que hicieran “más de lo mismo”—. La justificación para la aceptación e incluso la estimulación por parte del terapeuta de un patrón apa­rentemente negativo de interacción fue que mientras el hipercriticismo y el malhumor pueden no ser la mejor manera de relacionarse como madre e hijo, son una manera de relacionarse como madre e hijo. Apoyando la interacción, el terapeuta estaba apoyando en Blanche y Jamal la recuperación de su proceso, di­luido a lo largo de muchos años de separación y mediación por parientes y otros.2
El proceso familiar puede ser también nutrido haciendo que la familia haga internas sus relaciones. Los miembros de las familias diluidas acostumbran a comuni­car sus peticiones o lamentos indi­rectamente, a través de los opera­dores de las agencias de servicios sociales. Crear y mantener un en­torno en el que pueden empezar a comunicar directamente tiene el mismo valor terapéutico que ayu­dar a un padre y a su hijo a hablar el uno con el otro sin la mediación de la madre. No es una tarea fácil, porque la tendencia natural de una familia diluida es cambiar su diálogo directo interno hacia una discusión acerca de si están cum­pliendo con lo que las agencias requieren o si
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