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Miedo a los “tipos” (y II) (El estrambótico universo paralelo de los políticos europeos) 3 - Gerhard Schröder República Federal de Alemania Gerhard Fritz Kurt Schröder Orden: 33º Canciller de Alemania (7º de la República Federal) Mandato: del 27 de octubre de 1998 al 22 de noviembre de 2005 Predecesor: Helmut Kohl Sucesor: Angela Merkel Nació el: 7 de abril de 1944 Nació en: Mossenberg-Wöhren, actualmente Renania del Norte-Westfalia Cónyuge: Doris Köpf Profesión: Abogado Partido político: Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) Gerhard Fritz Kurt Schröder (7 de abril, 1944 - ) es un político alemán y ex-canciller de Alemania (en alemán Bundeskanzler; canciller federal y jefe de gobierno). Su padre, Fritz Schröder, trabajador en un parque de atracciones, falleció unos cuantos meses después de nacer él mientras combatía como soldado de la Wehrmacht hitleriana en el frente de Rumanía, cuando las tropas alemanas se batían en retirada ante el avance soviético. La viuda, Erika, tuvo que emplearse como obrera fabril y en el servicio doméstico para sacar adelante a la familia, que completaban dos hermanas mayores, en la dura posguerra. Los Schröder se instalaron en Göttingen, en Baja Sajonia. Esta precaria situación, casi de supervivencia, no mejoró en los años siguientes cuando la viuda de guerra se casó con un obrero cuyas dolencias crónicas y falta de especialización le mantuvieron apartado del trabajo durante largos períodos. Además, la unidad familiar se amplió con otras dos hijas y un hijo, hermanastros de Schröder, el cual restó tiempo de escuela para contribuir a la maltrecha economía doméstica con trabajos a tiempo parcial y algún hurto ocasional, en un país devastado y sometido a un riguroso racionamiento por las potencias de ocupación. A los 14 años dejó definitivamente la escuela por no poder pagarle la familia la educación secundaria y en 1959, el año en que el Partido Social Demócrata (SPD), liderado por Erich Ollenhauer, celebró en Bad Godesberg el histórico congreso que eliminó los principios económicos marxistas y adoptó el modelo social de mercado, entró a trabajar de aprendiz en una empresa de comercio minorista. En parte para pagarse sus estudios, en parte para llevar ingresos a casa, frecuentó ocupaciones diversas, como albañil y peón agrícola, y desde 1962 tomó clases nocturnas de enseñanza media con la intención de sacar el bachillerato por la vía subsidiaria de la formación en la rama comercial, aunque sin descuidar su condición de cabeza de familia luego de que su padrastro quedara recluido en un sanatorio para tuberculosos. En 1966 obtuvo el título de bachiller y acto seguido se matriculó en la Universidad Georg-August de Göttingen, con la intención de obtener el título de abogado; la meta era bastante improbable para un joven sin dinero ni apellido, surgido de los estratos más bajos de la sociedad de la posguerra y carente de cualquier ayuda familiar, pero la alcanzó, en 1971. Tras realizar una pasantía, en 1976 aprobó en el segundo intento el examen de inscripción en el colegio de abogados del estado y en 1978 pasó a ejercer la profesión en Hannover, la capital sajona, al frente de su propio bufete. Schröder había ingresado en el SPD en 1963 y, aunque se mantuvo al margen de las revueltas estudiantiles de 1968, en la década siguiente se desenvolvió en los ambientes radicales y anticapitalistas. Alcanzó su primera notoriedad en las filas de las marxistizantes Juventudes Socialistas del SPD, los popularmente llamados Jusos, que discrepaban de algunos de los postulados del presidente del partido, Willy Brandt, y bastante más de la gestión del canciller federal Helmut Schmidt, exponente del ala más moderada del SPD. Él mismo un marxista declarado y un militante en las causas antinuclear y antiatlantista, como abogado Schröder defendió a Horst Mahler, un compañero de profesión acusado de colaborar con la banda terrorista Baader-Meinhof surgida de la Fracción del Ejército Rojo (RAF). En 1978 Schröder se convirtió en presidente de los Jusos y sólo dos años después, en las elecciones federales del 5 de octubre de 1980 que concedieron un nuevo mandato al gobierno de coalición del SPD y el Partido Liberal Demócrata (FDP) de Hans-Dietrich Genscher, fue uno de los 218 candidatos socialdemócratas que obtuvieron escaño en el Bundestag. Pasar de juso vociferante a respetable legislador en Bonn constituyó un súbito ascenso en la carrera política de Schröder, que prácticamente debutó aquel año 1980. Reelegido en las elecciones del 6 de marzo de 1983, que fueron convocadas y ganadas por el canciller y presidente de la Unión Cristiano Demócrata (CDU) Helmut Kohl meses después de aliarse con el FDP y descabalgar a Schmidt del Gobierno federal, en 1986 accedió al Comité Ejecutivo del partido y renunció a su escaño para presentarse como cabeza de lista en las elecciones al Landtag de Baja Sajonia. En esta su primera lid regional Schröder fue derrotado por el experimentado ministro-presidente del estado, el cristianodemócrata Ernst Albrecht, aunque pasó a encabezar la oposición al frente del grupo parlamentario socialdemócrata. En 1989 Schröder fue elegido miembro del Presidium del SPD, máximo órgano ejecutivo del partido, encabezado por Hans-Jochen Vogel desde la retirada de Brandt en 1987, y el 13 de mayo de 1990 protagonizó otra tentativa electoral en el estado norteño surcado por el río Weser, esta vez exitosa. Con el 44,2% de los votos, el SPD le sacó una ligera ventaja a la CDU y Schröder recuperó para el partido un estado que ya había gobernado entre 1959 y 1976. El 21 de junio formó un gobierno de coalición con Los Verdes. Constituyó ésta la tercera experiencia roji-verde en un land alemán, pero a diferencia de las anteriores, en Hessen y en Berlín, fue la primera que duró toda una legislatura. Con su nueva responsabilidad como ministro-presidente estatal, Schröder hubo de dejar la abogacía, que en todo este tiempo había seguido ejerciendo en Hannover. El 13 de junio de 1993 a Schröder aún se le ubicaba en la izquierda del SPD cuando perdió ante Rudolf Scharping, ministro-presidente de Renania-Palatinado, en la liza por la presidencia del partido, vacante desde la dimisión de Björn Engholm el 3 de mayo anterior a raíz del escándalo Barschel y en un contexto de fortísimos enfrentamientos personales de los que tampoco se sustrajeron Johannes Rau y Oskar Lafontaine, jefes de los ejecutivos estatales de Renania del Norte-Westfalia y Sarre, respectivamente. A finales de 1994 las diferencias de criterio motivaron que Scharping cesara como portavoz del SPD para asuntos económicos a Schröder, quien replicó la medida calificando de “mediocres” a los dirigentes del partido y dejando claro que si él hubiese sido el candidato para enfrentarse a Kohl en las elecciones federales del 16 de octubre el SPD ya estaría gobernando en Bonn después de doce años en la oposición. El caso es que aquel año Schröder fue elegido jefe del partido en Baja Sajonia y arrebató la mayoría absoluta en las elecciones al Landtag; no teniendo necesidad ya de compartir el poder con otras fuerzas políticas, puso fin a la coalición con Los Verdes Como ministro-presidente, Schröder realizó una gestión discreta en sus resultados, ya que el estado mantuvo una tasa de paro por encima de la media federal y sus finanzas siguieron siendo francamente deficitarias. Poseedor en todo momento de una elevada popularidad, fue en estos años cuando su progresiva moderación en todos los aspectos le apartó de los sectores más izquierdistas del partido, ahora bien representados por Lafontaine, a los cuales empezó a criticar al tiempo que estrechaba sus contactos con representantes notorios de la patronal y de la banca privada, en especial los directivos del grupo Volkswagen. Sus “simpatías empresariales”, empero, fueron contradichas cuando no dudó en adquirir con dinero público una siderurgia en bancarrota para salvar los puestos de sus 12.000 trabajadores. Y por lo que concernía a la política interna del partido, en el Congreso de Mannheim del 14 al 17 de noviembre de 1995 trabó una alianza fáctica con Lafontaine para descabalgar a Scharping de la jefatura, a la que fue proyectado el popularmente conocido como Napoleón del Sarre. Prestigiado por su tercera victoria consecutiva y segunda por mayoría absoluta en Baja Sajonia en las elecciones del 1 de marzo de 1998, el 17 de abril siguiente Schröder fue elegido con el 94% de los votos candidato a la Cancillería Federal en un congreso extraordinario celebrado en Leipzig. En torno al, a esas alturas, muy pragmático, ambicioso y porfiado Schröder cerraron filas y suspendieron sus querellas las distintas familias del SPD, que había perdido cuatro elecciones federales consecutivas ante la CDU y quemado en mayor o menor medida a otros tantos candidatos frente al, en apariencia, imbatible Kohl, el canciller de la reunificación. Esta impresión de unidad del SPD no la proyectaban la CDU, ni su rama bávara, la Unión Social Cristiana (CSU) de Theo Waigel, ni su socio de Gobierno, el FDP que entonces dirigía Wolfgang Gerhardt. Schröder, que desde el 1 de noviembre de 1997, en calidad de ministro-presidente de land, ejercía también la presidencia anual del Bundesrat o Cámara alta del Parlamento Federal, desarrolló una campaña con técnicas visuales propias del marketing electoral utilizado en su momento por el estadounidense Bill Clinton y el británico Tony Blair, con los que, de hecho, decía identificarse en el terreno ideológico, explotando una telegenia de candidato sonriente y dinámico, pese a que de puertas adentro eran bien conocidos sus modos broncos, su dureza dialéctica y su ambición de poder. Su programa, ambicioso y meditado en su eclecticismo, fue presentado al electorado como una sólida alternativa al marchitado discurso de la CDU. En su elaboración participó decisivamente Lafontaine, que aportó su experiencia como teórico y estratega. Las contribuciones del dirigente del Sarre vinieron a compensar los déficits en este campo de Schröder, cuyo perfil, no obstante poseer innegables capacidades políticas y moverse como pez en el agua entre mítines y asambleas, nunca había sido el del intelectual o el ideólogo. Por un lado, el aspirante a canciller formuló el concepto de Neue Mitte (Nuevo Centro), que, claramente inspirado en la Tercera Vía de Blair, hacía hincapié en los aspectos pragmáticos de la modernización de la sociedad y la economía, y en la redefinición de las relaciones entre el Estado y los ciudadanos sobre la base de unos criterios de servicio y eficiencia. Esta pretendida tercera vía ideológica, que se alejaba ostensiblemente de las tradiciones socialdemócratas alemanas, tenía, sin embargo, mucho de tacticismo, pues, como comprendieron Clinton en 1992 y Blair en 1997, de lo que se trataba ante todo era de recuperar un poder por largo tiempo perdido. Para ello, sin perder a los votantes tradicionales, debían captarse nuevos electores, que en el caso alemán se trataba de profesionales liberales, pequeños propietarios y empresarios que siempre habían identificado al SPD con las tentaciones socialistas de fuerte presión fiscal, fuerte gasto público y trabas a la iniciativa económica privada. A estos sectores estaban dirigidas las propuestas de rebajas impositivas y, en un guiño al pensamiento conservador para el que el orden público y la obediencia a la autoridad son pilares de la sociedad, detalló medidas para garantizar la seguridad interior. Por otro lado, con el objeto de no disgustar en demasía a las bases tradicionales del SPD, Schröder mencionó la necesidad de aplicar las reformas de modernización e innovación con un sentido de justicia social y, lo más importante, planteó un modelo de crecimiento económico en el que la lucha contra el paro fuera la referencia principal. Abonando su imagen de hombre familiarizado con las nuevas tecnologías y conocedor de las tendencias emergentes en la sociedad, se dirigió a Kohl, 14 años mayor, como un estadista al que se le reconocían sus logros históricos, pero cuyo anclaje en los esquemas del pasado le incapacitaba para asumir los retos de la nueva Alemania, por lo que era hora de que se retirara a su merecido descanso. La CDU y Kohl, que advirtieron la capacidad de Schröder de seducir al electorado, contraatacaron colocando también al desempleo como el punto prioritario de su programa, alertando contra la perspectiva de un Gobierno de coalición con los poscomunistas del este y aseguraron que con el SPD en la Cancillería el peso internacional de Alemania, unánimemente reconocido desde la unificación, sufriría un retroceso debido a la dudosa política europea del político sajón. Ciertamente, en las polémicas sobre la integración económica de la Unión Europea (UE) Schröder había terciado cuestionando que la divisa común europea reemplazara al marco alemán, pero ahora se manifestó de acuerdo con la armonización de las políticas fiscales, presupuestarias y sociales de los países del área euro, y de la coordinación de las políticas contra el paro. También dijo ser partidario de la ampliación de las organizaciones euroatlánticas a países del centro y el este de Europa, pues ello iba “en el interés de Alemania”, y expresó su predilección por una OTAN “coherente y capaz de actuar”, subrayando de paso el carácter continuista de ambos enfoques. Pero uno de los puntos de Schröder que la CDU consideraba más distorsionantes para el modelo de construcción europea era la propuesta de ampliar el eje franco-alemán a una geometría triangular, con los británicos situados en el tercer vértice. Sin ahorrar arma arrojadiza alguna, el binomio CDU/CSU apeló a la moralidad católica y criticó a Schröder, a la sazón protestante evangélico, por su vida privada presuntamente desordenada. El aspirante socialdemócrata iba entonces por su cuarto matrimonio, el contraído en 1997 con Doris Köpf, periodista bávara de la revista Focus y 20 años más joven que él, una agitada trayectoria sentimental que para los cristianodemócratas indicaba, al menos, el carácter veleidoso y poco fiable de Schröder, quien tenía “por costumbre” divorciarse “aproximadamente cada doce años”. Muy celosos de su intimidad conyugal y familiar, el matrimonio Schröder-Köpf mantuvo completamente apartada de los medios de comunicación a la hija de ella, Klara-Marie. La muchacha, de siete años, se convirtió en la hijastra del político, que no había tenido descendencia de sus anteriores matrimonios con Eva Schubach (1968-1972), Anne Tashenmacher (1972-1984) y Hiltrud Hampel (1984-1997). Los sondeos se revelaron parcos en sus predicciones, pues el 27 de septiembre de 1998 el SPD apabulló a la CDU con el 40,9% de los votos y 298 escaños del Bundestag. La victoria de Schröder marcó diversos hitos: era la primera vez desde la fundación de la República Federal en 1949 que un partido de la oposición llegaba al poder por méritos exclusivamente electorales (tanto Brandt en 1969 como Kohl en 1982 se beneficiaron de la inversión de alianzas de los liberales), lo que era como decir que nunca antes un canciller en ejercicio había sido derrotado en las urnas; para el SPD, además, suponía la mayor representación en escaños desde 1949 y, sobre todo, el retorno al poder tras 16 años en la oposición. El día siguiente de las elecciones Schröder propuso formalmente a Alianza 90/Los Verdes, que habían recibido el 6,7% de los sufragios y 47 escaños, un gobierno de coalición, el primero de esta naturaleza en el Ejecutivo federal, apoyado en una mayoría absoluta de 345 escaños sobre 669, si bien les pidió que renunciaran a plantear “exigencias exageradas” y que se avinieran a pactar un “programa razonable”. El 2 de octubre se iniciaron las negociaciones y el día 19 Schröder y el líder verde Joschka Fischer ultimaron el documento programático, llamado Salida y Renovación, cuyas líneas principales eran las siguientes: un Pacto Nacional por el Empleo y la Formación, que de entrada crearía 100.000 puestos de trabajo para los jóvenes; la reducción de la escala de tipos de los impuestos sobre la renta y de actividades económicas, para estimular el consumo y la producción; la introducción de un impuesto ecológico, de menos de un marco, sobre los combustibles y la electricidad; la reforma, en un sentido flexible, de la Ley de Nacionalidad, cuyas novedades principales serían la concesión del pasaporte a los hijos de extranjeros nacidos en Alemania si uno de los padres también nació en el país o se instaló en él antes de los 14 años, la reducción de 16 a 8 años el período mínimo de residencia para obtener la ciudadanía, y la aceptación de la doble nacionalidad; y, el abandono paulatino de la energía nuclear, aunque sin precisar plazos. Schröder y Fischer presentaron el pacto como la “culminación de la unidad alemana”, ya que iba a corregir la fisura económica y social, pendiente desde la unificación, entre los estados del este y el oeste. El 27 de octubre Schröder fue investido canciller federal en el Bundestag con 351 votos a favor (seis más de los sumados por los diputados socialdemócratas y verdes), 287 en contra, 27 abstenciones, uno nulo y tres diputados ausentes. Los Verdes recibieron tres de los 16 ministerios del Gobierno, entre ellos el de Asuntos Exteriores, que, junto con la vicecancillería, fue para Fischer, y el de Medio Ambiente y Seguridad Nuclear, para Jürgen Trittin, copresidente del partido. En el campo socialdemócrata, Lafontaine recibió la cartera de Finanzas, Scharping, Defensa y Otto Schily, Interior. Al día siguiente Gerhard Glogowski reemplazó a Schröder como ministro-presidente de Baja Sajonia. El 30 de septiembre, todavía como canciller electo, Schröder se desplazó a París para entrevistarse con el primer ministro socialista Lionel Jospin y el presidente gaullista Jacques Chirac, en un gesto de cortesía indicativo de que el eje con Francia seguía siendo fundamental para Alemania. Sus declaraciones iniciales habían suscitado en el país vecino el temor a que una Alemania dirigida por el SPD pudiera conceder más importancia a las relaciones con el Reino Unido, en la línea que sugería el proyecto de fusión de las bolsas de Frankfurt y Londres, los dos centros financieros más importantes de Europa, que levantaba enormes suspicacias en París. Schröder era, además, amigo personal de Blair, quien señaló alborozado su victoria como el nacimiento de una nueva era en el continente. Pero el encuentro en el Palacio del Elíseo constituyó un éxito de sintonía entre Schröder, Chirac y Jospin, que hicieron causa común sobre la reforma de la UE. Los observadores resaltaron la paradoja de los planteamientos de Schröder, que en su defensa de la eficacia liberal le situaban en la órbita de Blair (aunque, a diferencia de éste, no parecía que fuera a ser capaz de reformar el partido a su medida, acallando a las voces disidentes) y en su sensibilidad social le acercaban mucho más Jospin, conformando una suerte de tercer modelo socialdemócrata para la Europa de principios de siglo. Así, al mostrarse más receptivo que Kohl a las demandas de una integración económica con dimensión social, que contemplase como objetivos el crecimiento y la creación de empleo además de la ortodoxia financiera y la estabilidad monetaria, Schröder se ajustaba a la longitud de onda de los socialistas franceses, razón de más para que el eje franco-alemán, chirriante mientras estuvo representado por Chirac y Kohl, recuperara el buen tono. Frente a la tesis de Kohl de que la política de empleo era de competencia nacional, Schröder apostaba por lo contrario, que aquélla no sería posible con instrumentos exclusivamente nacionales. En el Consejo Europeo celebrado el 24 de octubre en Pörtschach, Austria, Schröder acudió como invitado especial para asegurar a los jefes de Estado y de Gobierno comunitarios que su Gobierno iba a mantener los principios de la política exterior y europea de Alemania, aunque aplicando algunos retoques. Ahora bien, el 10 de noviembre, en su discurso programático ante el Bundestag, el flamante canciller informó de su intención de reducir la contribución alemana al presupuesto de la UE, un lenguaje de Alemania que los estados miembros receptores netos de recursos comunitarios no estaban acostumbrados a escuchar, y de renegociar las ayudas concedidas a la antigua Alemania del Este, amén de subordinar a la lucha contra el desempleo toda política económica. La advertencia de Schröder de que la UE de los próximos años tendría que reducir las subvenciones agrícolas, regionales y de cohesión a los países de la zona euro disgustó, por ejemplo, al presidente del Gobierno español, el conservador José María Aznar, que entabló unas relaciones bastante conflictivas con su colega alemán. En la primera cumbre franco-alemana como canciller, en Potsdam el 1 de diciembre, Schröder se reafirmó en sus enfoques y el encuentro concluyó satisfactoriamente para ambas partes, pues aquel ganó por segunda vez el apoyo francés, esta vez para su postura ante las próximas discusiones de la agenda financiera de la UE para el período 2000-2006, mientras que Chirac observó complacido cómo el alemán comprendía su argumento de que antes de dar entrada a nuevos estados miembros había que concluir la reforma de las instituciones. Este entendimiento garantizó la salida adelante, con algunas reservas, de las tesis alemanas cuando Schröder presidió de turno el Consejo de la Unión en el primer semestre de 1999. El 16 y el 17 de noviembre de 1998 Schröder viajó a Moscú para notificar cortésmente el final de la “amistad de la sauna” que habían establecido Kohl y Borís Yeltsin; en lo sucesivo, Rusia no iba a recibir de Alemania nuevos créditos ni facilidades para renegociar la deuda exterior contraída con ella, ya que se entendía que una parte importante de la ayuda masiva que tan generosamente habían concedido los gobiernos de la CDU se había perdido en el sumidero de la mala gestión y la corrupción de los funcionarios rusos. En el futuro, Rusia obtendría de Alemania asesoría financiera más que ayuda económica directa. Aunque la primera prueba de fuego de la voluntad continuista de la coalición roji-verde en política exterior fue superada el 16 de octubre, cuando el Bundestag aprobó la participación del Bundeswehr en una eventual misión pacificadora de la OTAN en Kosovo, antes de acabar 1998 surgieron nuevos indicios que apuntaban al deseo del equipo gobernante de introducir cambios en la política de seguridad compartida con los países aliados. La operación de castigo aéreo Zorro del Desierto de Estados Unidos y el Reino Unido contra Irak ejecutada del 16 al 20 de diciembre fue acogida con visible malestar en Bonn, mientras que la opinión aireada por Fischer de que la OTAN debería renunciar al uso de armas atómicas en el caso de un ataque convencional, que provocó un revuelo en el cuartel general de Bruselas y fue calificada por algunos gobiernos aliados de “metedura de pata”, hubo de ser rectificada en el Consejo Atlántico del 8 de diciembre a instancias de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, los tres estados aliados dotados de arsenales nucleares. Mientras duró la desavenencia estratégica, Schröder se mantuvo del lado de su ministro de Exteriores y señaló que Alemania tenía “derecho a pensar diferente”. Las incoherencias y el cambio de discurso en política exterior fueron sólo algunas de las manifestaciones que alimentaron la sensación de caos y de improvisación en los primeros meses de gobierno. El impuesto ecológico se reveló un fiasco para muchos militantes verdes, pues no gravaba proporcionalmente a las empresas contaminantes, mientras que la alianza por el trabajo se tornó quebradiza por los enfrentamientos y desacuerdos entre la patronal y los sindicados a la hora de pactar las subidas salariales. La piedra angular de la coalición, el abandono de la energía nuclear, entró a su vez en crisis cuando el canciller censuró el anteproyecto elaborado por el ministro Trittin tachándolo de “prematuro”. Las fechas barajadas y las modalidades del cierre de los reactores generaron una fortísima resistencia en la industria nuclear y a punto estuvieron, por sus derivaciones transnacionales, de provocar un incidente diplomático con los gobiernos francés y británico. Con el anuncio el 9 de febrero de 1999 de la inclusión de “limitaciones” en la nueva Ley de Ciudadanía, el canciller certificó su desmarque de las señas de identidad de Los Verdes y su intención de abrazar posiciones más moderadas de mayor aceptación social. A mayor abundamiento, el 11 de marzo de 1999 Lafontaine dimitió como ministro de Finanzas y presidente del SPD, culminando un enfrentamiento con Schröder por sus amagos de intervencionismo económico en la tradición socialdemócrata de izquierda y planteando serias dudas sobre la perdurabilidad de un gobierno que era el escenario de una triple desunión: dentro del partido mayoritario, dentro del partido minoritario y entre el canciller y sus socios de coalición. La ruptura, bastante espectacular, entre Schröder y Lafontaine, que se había propuesto someter el todopoderoso Bundesbank a las decisiones políticas de su ministerio y que venía mostrándose como el más vehemente partidario de ganar la batalla del desempleo, se precipitó cuando en la víspera Schröder filtró a la prensa determinadas desaprobaciones personales de la gestión del ministro de Finanzas. La opinión pública ya estaba al tanto de las recriminaciones del canciller a Lafontaine en el Consejo de Ministros por sus polémicas declaraciones sobre una hipotética alianza con los poscomunistas germanoorientales del Partido del Socialismo Democrático (PDS) a costa de Los Verdes, y por su beligerancia contra la patronal y los poderes financieros. El 12 de marzo Schröder nombró para sustituir a su díscolo ministro a Hans Eichel, el ministro-presidente de Hessen recién derrotado en las urnas, que tenía un crédito como socialdemócrata moderado y del agrado empresarial. La crisis Lafontaine, empero, sirvió a Schröder para reforzar su autoridad dentro del partido y empezar a poner orden en el funcionamiento del Gobierno. El mismo 12 de marzo la dirección del SPD le designó candidato a la presidencia del partido y el 19 de abril, en un congreso extraordinario celebrado en Bonn, este interinato se convirtió en titularidad con 302 votos favorables y 102 en contra. La victoria, más amplia de lo esperado teniendo en cuenta el predicamento del que gozaba Lafontaine entre los cuadros del partido, se interpretó como el triunfo de la línea pragmática auspiciada por el canciller. Schröder puso en marcha una ofensiva de normalidad en todos los frentes y secundado plenamente por Fischer. Por de pronto, las Fuerzas Armadas germanas participaron masivamente en las operaciones bélicas y de pacificación de la OTAN en Kosovo. El 14 de junio, el día siguiente de la entrada de unidades alemanas en Kosovo y del fuerte varapalo sufrido por el SPD en las elecciones al Parlamento Europeo (con un 30,7% de los votos, la lista de CDU/CSU le superó en más de 18 puntos), el canciller anunció un plan de Gobierno muy en la línea del manifiesto Europa, la Tercera Vía, el Nuevo Centro suscrito con Blair en Londres el día 8. Este documento incidía en la necesidad de modernizar la izquierda con la eliminación de viejos dogmas y recogía una apostilla de Jospin sobre el “apoyo a la economía de mercado, pero no a la sociedad de mercado”. Por lo que respecta al plan de acción gubernamental, Schröder advocaba una reforma fiscal para bajar los impuestos y un paquete de medidas de ahorro para ahorrar 30 mil millones de marcos en 2000, el cual quedó recogido en el proyecto de ley de los presupuestos federales, aprobado el 25 de agosto. Con su apuesta social-liberal por la desregulación, la moderación fiscal y las políticas flexibles incluida la del empleo, Schröder dio carpetazo definitivo a los propósitos de su defenestrado ministro de Finanzas. El giro a la austeridad agudizó el descontento del electorado, que castigó al SPD en el maratón de los comicios regionales de septiembre de 1999: en Brandenburgo revalidó el gobierno de Manfred Stolpe, pero perdió la mayoría absoluta; en el Sarre, bastión socialdemócrata desde 1985, el sucesor de Lafontaine, Reinhard Klimmt, no pudo impedir el desalojo por la CDU, y además con mayoría absoluta; en Turingia, donde la CDU era imbatible, el partido del canciller perdió 10 puntos y quedó en un ignominioso tercer puesto tras el PDS; y en otro land de la antigua Alemania del Este, Sajonia, el 10,7% de los votos que cosechó supuso su peor resultado en cualquier elección habida en Alemania desde 1949. Su enésima derrota en las elecciones del 10 de octubre en Berlín, donde los cristianodemócratas ostentaban la primacía desde 1991, fue acogida casi con alivio por los socialdemócratas, pues al menos los poscomunistas no se les adelantaron aquí y pudieron seguir gobernando en coalición con la CDU. Frente a este panorama desolador, que amenazaba con obligarle a convocar elecciones anticipadas, Schröder adoptó una posición estoica: perseveraría en su política económica impopular y, de ser necesario, ofrecería un gobierno de gran coalición al sustituto de Kohl al frente de la CDU, Wolfgang Schäuble. Esta actitud del canciller de aguantar el temporal y de mirar el futuro con confianza fue apreciada por sus correligionarios, que el 7 de diciembre de 1999 le reeligieron triunfalmente presidente del partido en el Congreso ordinario celebrado en Berlín con el 86,3% de los votos. A la reconciliación con las bases había ayudado el programa gubernamental de salvamento, en el más puro estilo socialdemócrata y repitiendo aquella actuación en Baja Sajonia, de la constructora Holzmann, segunda del país, cuya quiebra iba a dejar a miles de obreros en el paro. Pareció entonces que el canciller había alcanzado el equilibrio entre los compromisos con lo elemental del ideario socialdemócrata, las exigencias del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) de la UE y sus propias inclinaciones liberales, asegurando de paso el apoyo del partido a la gestión del Gobierno. En añadidura, la gravísima crisis interna de la CDU por el escándalo de la financiación ilegal, que se llevó por delante a Schäuble y que causó un estigma indeleble a Kohl, sólo podía resultar rentable, en términos electorales, al SPD. Aunque se habló del final del nunca suficientemente teorizado Nuevo Centro, el congreso de Berlín, no obstante, aceptó redefinir algunos principios básicos para el nuevo siglo, lo cual fue considerado por los observadores el tercer aggiornamento ideológico del SPD tras las declaraciones de Bad Godesberg en 1959 y Berlín en 1989. De hecho, en la cumbre de “estadistas progresistas” celebrada en Berlín el 2 y el 3 de junio de 2000, quien era desde noviembre anterior vicepresidente de la Internacional Socialista omitió referirse al Nuevo Centro y prefirió perorar sobre un “nuevo balance de poder” entre los gobiernos políticos y los mercados financieros. El concepto estrella de la cumbre, a la que acudieron 14 mandatarios mundiales, entre ellos Clinton y el brasileño Fernando Cardoso, fue el de “nuevas vías de progreso” para conciliar los desafíos de la globalización, que requerían desregular, abrir o flexibilizar, con las responsabilidades sociales. En junio de 2000, pocas semanas después de detener el SPD su hemorragia de votos en las elecciones de Renania del Norte-Westfalia y de experimentar sólo sensibles pérdidas, Schröder cumplimentó la asignatura nuclear pendiente mediante un protocolo con los empresarios que estipulaba el cierre de todas las centrales nucleares hasta el año 2032. Aunque el calendario era impreciso y todo el documento precisaba aclaraciones, la idea era que cada central nuclear tuviera que producir una determinada cantidad de energía antes de proceder a su clausura, pudiendo acelerarse ésta si transfería parte de su cupo energético a otra central. Luego, en agosto, el canciller realizó una inesperada gira de 12 días por los estados del este como una forma de ratificar el compromiso de su Gobierno en la lucha contra la xenofobia y el auge de las agrupaciones neonazis, pero también para insuflar optimismo a los alemanes de la antigua RDA, presa aún de la postración económica en comparación con sus compatriotas del oeste. En aquel momento, los datos sobre la marcha de la economía eran motivo de satisfacción para el Gobierno: la tasa de paro se hallaba en el 9% (el 7,2% para los estados del oeste y el 16,6% para los del este), con ser elevada aún, la más baja desde 1993, y se esperaba cerrar el año con un crecimiento del 3% del PIB, con una estimación a la baja por la escalada en el precio del petróleo. Los observadores señalaron que la economía alemana volvía a ponerse en marcha después del mediocre 1,5% de crecimiento que registró en 1999. Así, 2000 terminó con una tasa media del 3,1%, la mayor en nueve años. Por el contrario, la inflación ascendió del 0,7% al 2,1%, el peor dato desde 1994. Esta mala evolución de los precios el equipo de Schröder la achacó a la escalada en los precios de los combustibles, que se contagió a los demás productos de consumo. Como se apuntó arriba, Schröder dispuso la participación plena de Alemania en la intervención de la OTAN de la primavera de 1999 contra los centros de poder militares y políticos de la república yugoslava de Serbia para obligar al régimen de Belgrado a cesar la represión de la población albanesa de Kosovo y a evacuar sus fuerzas militares de la provincia bajo su soberanía. A lo largo de 2000 el canciller perfiló dos posturas significativas en política exterior: primero, el rechazo al proyecto de escudo nacional antimisiles (NMD) de Estados Unidos, por considerar que ponía en peligro el principio de indivisibilidad de la seguridad noratlántica, una aprensión que compartió con Chirac y, aunque con distinta índole, con el nuevo presidente ruso, Vladímir Putin; y segundo, la apuesta decidida por el avance en la UE del elemento supranacional, una visión federalista cuyo más encendido paladín era el ministro Fischer y que cogió a contrapié a los franceses. El caso es que en el segundo semestre de 2000 Alemania y Francia sostuvieron una fricción inusualmente intensa a propósito de la reforma de las instituciones de la UE, ineludible y perentoria luego de acumular retrasos, para dar acomodo a nuevos estados miembros del centro y el este de Europa en los primeros años del siglo en ciernes. Tras el decisivo Consejo Europeo de Niza, prolongado del 8 al 11 de diciembre, los analistas comunitarios presentaron a Alemania como la gran beneficiada, pues si bien no consiguió la primacía en la nueva ponderación del voto en el Consejo sobre los otros tres estados grandes, se aseguró el control efectivo en la toma de decisiones con una cláusula demográfica adicional según la cual una decisión debía ser autorizada por un número de países que representara al menos el 62% de la población comunitaria. Con sus 82 millones de habitantes, Alemania aportaba por sí sola el 22% de la población de la UE de quince estados, y para Schröder la paridad exacta con franceses, italianos y británicos en el reparto de votos era una fórmula obsoleta después de la reunificación alemana. Las disonancias en las relaciones germano-estadounidenses a propósito del NMD pasaron a un segundo plano luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Inmediatamente después de producirse la catástrofe terrorista de Nueva York, en la que perecieron un número indeterminado de ciudadanos alemanes, Schröder afirmó que los atentados perpetrados por la organización islamista Al Qaeda del saudí Osama bin Laden constituían una “declaración de guerra contra todo el mundo civilizado” y comunicó a Bush la “solidaridad irrestricta” y la unión de Alemania a la coalición global contra el terrorismo anunciada por el mandatario americano. Si bien consideró que el conflicto en ciernes era “a largo plazo” y precisaba un enfoque “no sólo militar, sino también político, económico e ideológico-cultural”, concluía, “no podemos esperar que nos laven la ropa sin tener que mojarnos”. El razonamiento era que sin asumir posturas más comprometidas y responsabilidades más arriesgadas frente a las nuevas amenazas mundiales, Alemania no podía aspirar al estatus de gran potencia política. Como el resto de aliados europeos, Schröder invocó la defensa colectiva de la OTAN por considerar que un Estado miembro había sufrido una agresión exterior, y puso a disposición de Estados Unidos las capacidades militares alemanas para la primera fase de la guerra contra el terrorismo, la Operación Libertad Duradera, que comenzó en Afganistán el 7 de octubre. La postura belicista e intervencionista del canciller fue asumida por la dirección de Los Verdes, con Fischer a la cabeza, pero no por algunos diputados del grupo, lo que amenazaba con desestabilizar el Ejecutivo. Al convertir la votación del 16 de noviembre en el Bundestag para el envío de 3.900 soldados a Afganistán en una moción de confianza parlamentaria, Schröder, en una jugada bastante arriesgada, se aseguró al mismo tiempo el respaldo a su política exterior y la unidad de la coalición gobernante. El canciller aseguró que estas tropas, salvo unas pocas unidades de comandos especiales especializados en misiones de rastreo, no eran de combate y no iban a pisar el suelo afgano. El perfil de Schröder como estadista internacional subió muchos enteros en estos meses de revuelo y tensión. Con todas estas idas y venidas, el canciller creó una opinión general favorable a la celebración en Alemania de la conferencia multipartita que, con los auspicios de la ONU, debía definir las instituciones y los gobernantes interinos de Afganistán para el período posterior al régimen talibán. Así, la histórica cita de toda la oposición afgana arrancó en Petersberg, cerca de Bonn, el 27 de noviembre y terminó con acuerdo el 5 de diciembre, poniendo de paso un marchamo de prestigio a la “nueva” política exterior de Alemania. A mediados de diciembre el Gobierno informó que unos 60.000 soldados alemanes, esto es, casi una tercera parte de las fuerzas operativas del Bundeswehr, estaban implicados en misiones de pacificación en diversas partes del mundo, si bien la mayoría en tareas logísticas de retaguardia. A los 3.900 hombres comprometidos en Libertad Duradera se añadían los 7.700 desplegados en los Balcanes, de los cuales 5.100 correspondían a la KFOR en Kosovo, 2.000 a la SFOR en Bosnia y 600 a la Operación Zorro Ambar en Macedonia. Schröder salió fortalecido de su actuación en el conflicto afgano, pero para entonces las repercusiones económicas positivas de 2000 se habían evaporado. En el primer trimestre de 2001 la expansión de la economía alemana se detuvo en relación directa con la desaceleración en Estados Unidos y Asia, y después de la fecha fatídica del 11 de septiembre el retroceso de la producción fue palmario, hasta el punto de que el año terminó con un agónico 0,6% de crecimiento (la tasa más baja de la UE), cerniéndose el fantasma, impensable hasta hacía bien poco, de la recesión. La inflación anual fue, eso sí, menor, el 1,7%, mientras que el paro marcó en diciembre el 7,7%, aunque luego volvió a crecer con fuerza. Schröder, pese a los riesgos electorales que esta postura conllevaba, descartó lanzar un programa de reactivación porque agravaría el déficit público, que escaló en 2001 al 2,6% del PIB, acercándose peligrosamente al tope del 3% fijado por el PEC. Ello motivó en enero de 2002 la amonestación de la Comisión Europea, un recordatorio del mecanismo de sanciones del Pacto que sentó muy mal en Berlín. A lo largo de 2001, además, diversas polémicas y escándalos asaltaron a miembros del Gobierno: en enero, Schröder hubo de cesar a los ministros de Sanidad, el verde Andrea Fischer, y de Agricultura, el socialdemócrata Karl-Heinz Funke, acusados de mala gestión durante el brote de peste bovina; el ministro de Finanzas Eichel era sospechoso de haber usado aviones del Ejército con fines personales; el ministro de Defensa Scharping salió desprestigiado por la revelación de que las municiones empleadas por los soldados de la OTAN en Kosovo estaban contaminadas con uranio; y Fischer, que había conseguido imponer su liderazgo en las descontentas filas ecologistas, fue violenta y deliberadamente atacado en la prensa en vísperas de su comparecencia como testigo en el juicio de un antiguo terrorista de la RAF, asunto que resucitó su pasado como militante de la extrema izquierda. En los meses anteriores a las elecciones generales del 22 de septiembre de 2002, a la letanía de malas noticias económicas -muy especialmente las referentes al paro, que alcanzó el 9% y seguía subiendo- se sumaron nuevos reveses en el terreno político: en marzo se confirmó la insostenibilidad de la constructora Holzmann, por la que tanto había apostado el Gobierno; en abril el SPD perdió las elecciones en Sajonia-Anhalt y de paso la mayoría en el Bundesrat; y el 18 julio Schröder no tuvo otro remedio que destituir a Scharping tras revelar la prensa la existencia desde 1998 de una cuenta bancaria secreta en la que el ministro había estado ingresando pagos de un comisionista relacionado con empresas de armamento. A dos meses de la lid por la Cancillería, los sondeos concedían una ventaja de varios puntos sobre Schröder al ministro-presidente de Baviera y presidente de la CSU, Edmund Stoiber. Como en ocasiones anteriores, Schröder hizo de la adversidad virtud y desplegó un activismo inusitado, removiendo buena parte del fatalismo que se había apoderado de la militancia del SPD y haciendo la enésima demostración de astucia e instinto político, unos activos más propios del táctico maniobrero que del estratega con pensamiento doctrinario. El talante del canciller se puso especialmente de manifiesto cuando las catastróficas inundaciones de agosto, que provocaron daños por valor de 20.000 millones de euros. Schröder se personó en las localidades afectadas, supervisó las labores de rescate y contención de las aguas y de regreso a Berlín anunció el aplazamiento de la segunda fase de la reforma fiscal para destinar 6.900 millones de euros a la reconstrucción y las ayudas a los miles de damnificados. La decisión, no exenta de electoralismo, vino a constituir una suerte de advertencia de que después de los comicios el Gobierno alemán -caso de mantenerse sus actuales titulares- propiciaría la revisión del PEC en un sentido más flexible, justo cuando el rendimiento de la economía era motivo de preocupación. El aplazamiento en un año de la prometida rebaja de los tipos máximo y mínimo del impuesto sobre la renta a cuatro semanas escasas de las elecciones habría sido un suicidio político de no mediar este estado de conmoción y solidaridad nacionales por el desastre natural. El SPD comenzó a remontar en las encuestas hasta rozar a cristianodemócratas y socialcristianos, colocando un grado de incertidumbre máxima sobre la jornada del 22 de septiembre. A mayor abundamiento, a comienzos de mes se produjo un serio encontronazo diplomático con Estados Unidos a causa de la tajante negativa de Schröder a suscribir los planes de la administración Bush para invadir Irak y derrocar el régimen de Saddam Hussein con el argumento de que constituía un peligro para la seguridad internacional. El canciller opinaba que no había necesidad de extender la guerra librada en Afganistán a otros países, máxime cuando no se ofrecían pruebas de la relación de Saddam con el terrorismo internacional y Al Qaeda. Así que ni siquiera aceptó la fórmula de la doble resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, una endureciendo el régimen de inspecciones armamentísticas y otra autorizando el uso de la fuerza en el caso de desoír Bagdad aquella última advertencia, tal como insistieron Francia, Rusia y China ante Estados Unidos y el Reino Unido, partidarios del ataque sin demora precedido de un ultimátum. La sonora contestación de Schröder fue la expresión del profundo malestar acumulado en Berlín en el último medio año por el unilaterismo y la agresividad de la política exterior del Gobierno de Bush, valorada como despreciativa y prepotente para con los aliados europeos, de la que la estrategia contra el terrorismo global era sólo una de sus manifestaciones. Tan drástico cambio de tono en las relaciones con Estados Unidos se analizó en clave electoral (cortejo de los siempre importantes sectores pacifistas del SPD), pero era también la expresión de esa vigorizada política exterior germana, más independiente y menos hipotecada por los complejos y autocomplacencias heredados del pasado nazi y la Segunda Guerra Mundial. Al final, Schröder salió airoso frente a Stoiber, aunque con apuros. SPD y CDU-CSU empataron en el 38,5% de los sufragios, lo que se tradujo en 251 escaños para el primero y 248 para los segundos en el nuevo Bundestag de 603 miembros. Un descenso inapelable de los socialdemócratas, pero que en parte quedó compensado por la subida de Los Verdes, hasta los 55 diputados. La coalición gobernante retuvo, por tanto, la mayoría absoluta por sólo cuatro escaños. Sin alharacas por su ajustada reelección, el 16 de octubre Schröder renovó la coalición con Fischer sobre la base de un programa de “crecimiento, sostenibilidad y justicia”, cuya característica más novedosa era la solución de compromiso frente al problema del déficit presupuestario, consistente en una ligera subida de los impuestos, centrada en las rentas más altas y las empresas, y un tope de endeudamiento de 2.400 millones de euros para aumentar los ingresos en 6.600 millones, junto con un ahorro del gasto en 7.400 millones. El canciller habló de tener “coraje para promover el cambio” y “fuerza para asumir la responsabilidad” en esta etapa de contrariedad económica, y se marcó como tarea más urgente restaurar el nivel de las relaciones transatlánticas, las cuales, “basadas en nuestra profunda gratitud por el compromiso de Estados Unidos en la victoria sobre la barbarie nazi y la restauración de la democracia y la libertad en Alemania”, tenían una “importancia estratégica y de gran prioridad”. El 22 de octubre el Bundestag aprobó el nuevo gobierno, que no experimentó cambios en las carteras clave (continuaron Fischer en la vicecancillería y Exteriores, Eichel en Finanzas, Peter Struck en Defensa y Schilly en Interior), salvo la de Economía, que pasó a Wolfgang Clement, ministro-presidente de Renania del Norte-Westfalia y vicepresidente del SPD. Dos días después, Schröder acordó con Chirac la congelación del presupuesto de la Política Agraria Común (PAC) de la UE a partir de 2007 y hasta 2013 con el objeto de hacer asumible (sobre todo para el bolsillo de Alemania) el coste de la ampliación; así, Berlín y París aceptan que los diez países que ingresarán en la UE en 2004 perciban ayudas directas a sus agricultores desde el primer momento, pero las subvenciones serán aumentadas progresivamente y hasta 2013 estos estados no serán miembros plenos de la PAC; en el ínterin y desde 2007, los fondos agrícolas tendrán que repartirse entre los 25 estados miembros sin aumentar las dotaciones. Los observadores han señalado que este pacto global, que fue asumido por el Consejo Europeo reunido en Bruselas horas después, supone la reactivación del eje franco-alemán, en horas bajas desde el Consejo de Niza, y la remoción del último obstáculo para la ampliación de la UE al centro y el este de Europa en la fecha definida por la Comisión Europea en octubre. En las elecciones federales de septiembre de 2005, volvió a remontar unas encuestas desfavorables cuando todo el mundo le daba por perdedor. Sin embargo, tuvo que renunciar a la cancillería en favor de Angela Merkel, al conseguir cuatro escaños menos. Actualmente está retirado de la política y ha retomado su trabajo de abogado. |