La producción literaria de Isidoro de Sevilla






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fecha de publicación13.07.2015
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LA BÉTICA E ISIDORO DE SEVILLA (SIGLO VII)
A los tres siglos de la generación de Juvenco, el horizonte político de España ha cambiado mucho; pero no tanto su cultura, principalmente en la Bética. En efecto, aunque la conquista de la Hispania romana por los visigodos está datada en el año 468, el asentamiento definitivo fue posterior. En realidad, la «invasión» no constituyó una catástrofe en el mundo hispanorromano, pues siendo pueblos migratorios no se dedicaron por lo general a arrasar los territorios que invadían, limitándose preferentemente a buscar tierras que cultivar. De ahí que la convivencia de los visigodos con los antiguos pobladores fuese en líneas generales pacífica, dando origen a una época de esplendor en todos los órdenes, sólo alterada por su sistema de «monarquía electiva» que fomentaba las ambiciones de los nobles, el asesinato de los reyes y la intervención de ejércitos extranjeros que con el tiempo se transformaban de «aliados» en «conquistadores» del reino hispanovisigodo.

�� La producción literaria de Isidoro de Sevilla.
La información más fiable que tenemos sobre los escritos de Isidoro nos la da Braulio, obispo de Zaragoza, amigo y corresponsal del obispo de Sevilla. En su Renotatio Isidori detalla «las obras que llegaron a su conocimiento», dándonos incluso un breve resumen de cada una de ellas:

-Dos libros de Diferencias, en los que, con sutiles distingos, separó, de acuerdo con su verdadero sentido, los términos que se emplean usualmente sin la debida matización.

-Un libro de Proemios, en el que definió con breves descripciones el contenido de cada libro de la Sagrada Escritura.

-Un libro de la Vida y Muerte de los Padres, en que registró con brevedad esquemática sus hechos, su dignidad y su muerte y sepultura

-Dos libros de Oficios, en los que explica el origen de los oficios eclesiásticos y las funciones y razón de cada uno en la Iglesia de Dios, dicho a su estilo, aunque basándose en la autoridad de los tratados anteriores.

-Dos libros de Sinónimos, en los que incita al consuelo del alma y a la esperanza del perdón, haciendo intervenir la razón como exhortadora.

-Un libro Sobre el universo, dedicado al rey Sisebuto, en que aclara no pocos puntos oscuros del mundo natural a partir de las explicaciones tanto de doctores de la Iglesia como de escritores paganos.

-Un Libro de los números, en que tocó en buena parte los conocimientos aritméticos en atención a los problemas de los números mencionados en las Escrituras que admite la Iglesia.

-Un libro sobre los Nombres personales del Antiguo Testamento y los Evangelios, en que muestra el significado místico de dichas personas.

-Un libro Sobre los herejes, en que, siguiendo el ejemplo de otros tratadistas, reunió noticias dispersas con toda la concisión de que fue capaz.

-Tres libros de Sentencias, que adornó con bellos pensamientos sacados de los Morales del papa San Gregorio.

-Una Crónica en un libro, desde el comienzo del mundo hasta su tiempo, dispuesto con concisión inimaginable.

-Dos libros Contra los judíos, escritos a ruegos de su hermana Florentina, virgen profesa, en que prueba firmemente, con testimonios del Antiguo Testamento, todo lo que cree la fe católica.

-Un libro de Varones ilustres, para el que hemos elaborado este apéndice.

-Un libro de Regla para monjes, que atemperó con mucho tino a las costumbres de su región natal y a las posibilidades de los espíritus poco fuertes.

-Un libro sobre el Origen de los godos, el reino de los suevos y la historia de los vándalos. Dos libros de Cuestiones, en los que el lector puede descubrir mucho material extraído de antiguos escritores.

-Un códice de Etimologías, de enorme extensión, que él dividió, para mayor claridad, por títulos, no por libros; como lo hizo accediendo a mis ruegos, aunque lo dejó sin terminar, yo lo dividí en veinte libros. Esta obra, que abarca todo el conocimiento, absolutamente hablando, todo aquel que la estudie a fondo y la medite largamente, se hará sin duda dueño del saber en todos los temas divinos y humanos. Brinda una selección más que abundante de las diversas artes, al reunir en apretada síntesis todo cuanto en la práctica debe saberse. Hay todavía muchos otros escritos suyos de menor importancia y piezas que dan mucho lustre a la Iglesia de Dios.
Este catálogo -aunque más abreviado- es ratificado por Ildefonso de Toledo en su De viris illustribus. Escritas día a día durante casi medio siglo, para responder a urgencias y peticiones diversas, las obras de Isidoro de Sevilla dejan entrever las grandes líneas de la reconstrucción cultural de la nueva Hispania: después de asumir un profundo sentido del valor y virtualidades de la lengua, y tras ampliar las bases sobre las que ha de asentar su acción pastoral, Isidoro se convence de que los datos científicos, históricos, morales y filosóficos que se contienen en los libros paganos ofrecen grandes posibilidades de aplicación, fuera ya de todo contexto pernicioso
Etimologías es la magna obra de Isidoro de Sevilla. Pero ¿cuál es su verdadero título? ¿Origines? ¿Etymologiae? Aunque algún crítico ha propuesto el de Etymologiarum sive Originum libri XX, debemos reconocer que todos los manuscritos antiguos y los catálogos de las bibliotecas medievales sólo recogen el nombre de Etimologías. La obra, de «enorme extensión», fue dividida en veinte libros por Braulio de Zaragoza, y su distribución actual tiene la siguiente correspondencia entre libros y contenidos:

-Libro I: Gramática y sus partes;

-Libro II: Retórica y Dialéctica;

-Libro III: Aritmética, Geometría, Astronomía, Música;

-Libro IV: Medicina;

-Libro V: Derecho e Historia universal desde la creación hasta el año 627 de la Era Cristiana;

-Libro VI: Sagradas Escrituras, Bibliotecas y libros, y Oficios de la Iglesia;

-Libro VII: Dios, Ángeles, Santos Padres y miembros de la Iglesia;

-Libro VIII: Iglesia, sinagoga, herejes, filósofos y poetas, y otras religiones;

-Libro IX: Lenguas, pueblos, estados y familias;

-Libro X: Origen de algunos nombres; Libro XI: El hombre;

-Libro XII: Los animales;

-Libro XIII: Cosmografía: elementos naturales, mares, ríos y diluvios;

-Libro XIV: Geografía;

-Libro XV: Ciudades, monumentos rústicos y urbanos, sistemas de medida y vías de comunicación;

-Libro XVI: Petrografía y Mineralogía;

-Libro XVII: Agricultura y Horticultura;

-Libro XVIII: Ejército, guerra, espectáculos y juegos;

-Libro XIX: Marina, pesca, oficios y vestidos;

-Libro XX: Alimentación, artes domésticas e instrumentos agrícolas.

¿A quién se destina las Etimologías? No hay unanimidad entre los críticos. Se ha conservado un escrito de Isidoro dirigido al rey Sisebuto que fue interpretado como carta dedicatoria de la obra. Pero también conocemos la correspondencia mantenida entre Isidoro y Braulio de Zaragoza con insistentes referencias a esta obra, lo que nos hace pensar en el gran obispo de Zaragoza como destinatario final de la misma.
¿Fecha de su composición? La dedicatoria a Sisebuto nos aclara que las Etimologías fueron escritas antes de 621, pues en este año se data la muerte del rey. Pero ¿era la redacción definitiva? Sin duda la copia enviada a Sisebuto tuvo que ser lo suficientemente completa para satisfacer la dignidad real del destinatario, pero posiblemente quedasen algunos capítulos incompletos o temas no totalmente desarrollados que alcanzarían su culminación en la composición remitida a Braulio después de 621.

Es cierto que las Etimologías tienen fuertes connotaciones cristianas. Por eso las citas de las Sagradas Escrituras son muy abundantes. Pero en general, las fuentes que utiliza San Isidoro, aquellas de las que toma la información que va a utilizar, y que de alguna manera le condiciona a la hora de hacer su interpretación personal, son también plurales.
Entre los autores cristianos cita preferentemente a:
-Jerónimo, Agustín y Lactancia.

-Casiodoro, Ambrosio y Gregorio Magno (en menor medida).
De los autores paganos, los más citados con gran diferencia son:
-Virgilio, Cicerón y Lucano,

-Plauto, Terencio, Ennio, Lucrecio, Salustio, Horacio, Ovidio y Marcial (menos).
Las Etimologías constituye la mejor compilación del saber de su tiempo. Se presentan como una amplísima enciclopedia de todos los saberes antiguos, y estaban destinadas, por una parte, a proporcionar una sabiduría científica a partir de los conocimientos lingüísticos de la cultura clásica romana, y por otra, a facilitar un conjunto de noticias que ayudasen a comprender mejor los textos paganos antiguos: «La etimología -escribe Isidoro- estudia el origen de los vocablos, ya que mediante su interpretación se llega a conocer el sentido de las palabras y los nombres. (…) Su conocimiento implica a menudo una utilización necesaria en la interpretación léxica. Pues, si se sabe cuál es el origen de una palabra, más rápidamente se comprenderá su sentido. El examen de cualquier objeto es mucho más sencillo cuando su etimología nos es conocida»

�� Erudición de Isidoro.
En la exposición de la doctrina isidoriana tratamos algunos temas -no todos- que consideramos más importantes.
a) ¿Filosofía?

Es verdad que en estos autores medievales el ‘pensamiento’ no era muy original o influyente en cuanto a construcción de sistemas, pero su importancia está en que algunas nociones fundamentales de la filosofía fueron salvadas del olvido, y se incorporaron después, con su valor propio y absoluto, a las grandes corrientes filosóficas de la historia. En referencia a Isidoro de Sevilla digamos que los temas de la «filosofía», de las «escuelas filosóficas» y sobre los «poetas» los aborda en el Libro II, 24 y Libro VIII, 6 y 7, respectivamente, de las Etimologías. Ante todo, niega el calificativo de «filósofo» a aquel que no asuma la dignidad de una vida moral y virtuosa: «Filosofía es el conocimiento de las cosas humanas y divinas, acompañado del deseo de llevar una vida irreprochable».

Muy influenciado por la lectura de Séneca distingue, como éste, tres partes en la filosofía: «(…) la primera, la natural, que en griego se llama física, en la que se aborda el estudio de la naturaleza; la segunda, la moral, llamada ética en griego, en la que se trata de las costumbres; y la tercera, la racional, a la que se le da el nombre griego de lógica, y que examina de qué modo se busca la verdad en los principios de las cosas o en las costumbres de la vida. Y es que en la física se estudia los principios de toda investigación; en la ética, el sistema de vida; y en la lógica, el método especulativo».

En relación con el conocimiento se distinguen la ciencia y la opinión: la primera requiere la certeza, por cuanto que se da«cuando una cosa es conocida en su auténtico fundamento»; la segunda no demanda nada más que la mera probabilidad, porque se da «cuando una cosa, aún no delimitada perfectamente, permanece desconocida y no puede darse de ella ninguna explicación definitiva.»

Después de ratificar su doctrina con la autoridad de Tales de Mileto, Sócrates, Platón y Aristóteles, subraya el concepto de «ciencia doctrinal» diciendo que es aquella que investiga la «cantidad abstracta», entendiendo por tal «la que consideramos solamente con el raciocinio después de haberla separado intelectualmente de la materia o de otros accidentes.» Es el conocimiento propiamente dicho contrapuesto a la «contemplación ».
El tema de la retórica y de la dialéctica también es estudiado por Isidoro de Sevilla. ¿Retórica? «Ciencia del bien decir en los asuntos civiles, con los recursos de la elocuencia propios para persuadir lo justo y lo bueno» (Etimologías, II, 1, 1). ¿Dialéctica? «Enseña de qué manera, en muchos tipos de cuestiones, puede, por medio de la discusión dialéctica, delimitarse lo verdadero de lo falso» (Etimologías, II, 22, 1). Ambas son partes de la filosofía a la que se da el nombre de lógica, esto es, la capacidad racional de definir, investigar y exponer.

Su fuente principal en lógica fue Boecio, a quien se le debe estudios críticos de la Isagoge de Porfirio y de las Categorías de Aristóteles, así como las traducciones de los Primeros Analíticos, Segundo Analíticos, Argumentos sofísticos y Tópicos de Aristóteles, y un comentario a los Tópicos de Cicerón, entre otros importantes tratados de lógica.
b) Dios
El Libro VII de las Etimologías trata de «Dios, los ángeles y los santos». Una vez más, Isidoro de Sevilla se manifiesta fiel a su método: el análisis de los vocablos basta para indicar aquello que se quiere dar a entender con ellos. En consecuencia, al tratar el problema de Dios empieza analizando los diez nombres con los que se designan a Dios entre los hebreos, pues la razón de tales nombres será efecto de la esencia divina: ‘El («Dios», «fuerte», «poderoso»), ‘Elohim, ‘Eloah (ambos términos significan «temor»), Seba’ot («señor de los ejércitos»), ‘Elyòn («el supremo en el mundo entero»), ‘Ehyeh («el que es»), ‘Adonay (kýrios, dominus: «el Señor que domina»), Ia («aleluia», «el excelso»), Tetragrámmaton («el de las cuatro letras», «el inefable») y ‘Sadday («omnipotente porque todo lo puede»). Así, pues, el Dios de Isidoro de Sevilla es por su propia naturaleza «omnipotente», a él pertenece todo cuanto existe y él es el único «que tiene en sus manos el gobierno del mundo entero»; asimismo es «creador» de todo lo visible e invisible, sin que haya nada «que no traiga de Dios su origen». Se emplean también otros nombres relacionados sustancialmente con Dios: inmortal («porque en su naturaleza no se produce mudanza alguna»), incorruptible («porque no puede corromperse, ni disolverse, ni dividirse»), inmutable («porque permanece siempre igual (…) ni crece, porque es perfecto; ni disminuye, porque es eterno»), eterno («porque es intemporal, pues no tiene ni principio ni fin»), invisible («porque jamás la Trinidad se apareció ante los ojos de los mortales mostrando su propia sustancia»), impasible («porque (…) no le aflige pasión alguna, como la lujuria, la ira, la avaricia, el temor, la tristeza, la envidia y todas esas otras que perturban al espíritu humano»), simple(«porque en él no se encuentra accidente alguno, sino que lo que es y lo que en él hay se identifican en su esencia»), sumo bien («porque es inmutable»), incorpóreo o incorporal («para indicar y comprender que es espíritu y no cuerpo (…) y al decir espíritu se está haciendo referencia a su sustancia»), inmenso («porque lo engloba todo y, en cambio, a él nada lo engloba»), perfecto («porque nada puede añadírsele»), Uno («porque no puede dividirse, o bien porque no puede existir ninguna otra cosa que posea un poder semejante») (cfr., Etimologías, VII, 1). En todo caso, Isidoro advierte que la grandeza de Dios ni puede expresarse (porque «el lenguaje humano es incapaz de decirdignamente nada de cuanto se refiere a Dios»), ni puede ser comprendida por ningún sentido, ni siquiera por el angélico.

c) «Todo ha sido creado por Dios»
«Todo ha sido creado y existe por obra de Dios» (Etimologías, XI, 1, 1). Por lo tanto, el mundo y el hombre han nacido por voluntad creadora de Dios. San Isidoro enseña que el mundo natural «está integrado por el cielo, y la tierra, y los mares y cuanto en ellos hay creado por Dios»

El mundo es el compendio de todo lo que tiene movimiento, y el kósmos es el nombre griego del mundo derivado de su belleza, de la diversidad de sus elementos y la hermosura de las estrellas: el cielo, el sol, la luna, el aire y los mares.

Todas las cosas están compuestas, en mayor o menor proporción, de los cuatro elementos (tierra, agua, fuego, aire), y cada una de ellas recibe el nombre en función del elemento predominante; pero, además, todos los elementos se encuentran repartidos entre los propios seres animados: «el Creador llenó de ángeles el cielo; el aire, de aves; de peces, el mar; y la tierra, de hombres y otros seres vivientes» (Etimologías, XIII, 3, 3).

En el centro del mundo natural está el hombre. ¿Qué es el hombre? Es un compuesto de cuerpo y alma.

Isidoro define al hombre como «animal raciona, mortal, terreno, bípedo y con capacidad de reír», recalcando que el principio de diferenciación propio del hombre es ser «racional» y «mortal», pues en esas dos peculiaridades difiere el hombre de las demás criaturas. Pero es en el Libro XI -ya citado- donde Isidoro de Sevilla estudia el problema del cuerpo y del alma (en cuanto componentes del hombre), a la vez que hace una exhaustiva descripción anatómica y fisiológica del organismo humano. La distinción entre alma y cuerpo parece clara: el alma es para San Isidoro una sustancia intelectual, invisible, móvil, inmortal, ‘de origen desconocido’, simple y sin mezcla de cosa concreta, cuya naturaleza específica «no es sangre, ni fuego, sino incorpórea, (…) sin peso, sin figura y sin color.

«El hombre -escribe San Isidoro- viene a ser un ser doble. Hay un hombre interior, que es el alma; y un hombre exterior, que es el cuerpo» (Etimologías, XI, 1, 6). Y de acuerdo con su método de interpretación etimológica, el verdadero hombre es el hombre (homo), porque está hecho del humus (barro).

d) El Derecho y las leyes
La ley es manifestación de la voluntad popular y, por consiguiente, no ha de admitirse por ley lo que la «comunidad no ha decretado y sancionado». Permitir, prohibir o castigar son los posibles resultados de todas las leyes, que «se dictan para que, por temor a ellas, se reprima la audacia humana; para que la inocencia se sienta protegida en medio de los malvados y para que, entre esos mismos malvados, el miedo al castigo refrene su inclinación a hacer daño». Entre sus características están las de «ser honesta, justa, posible, de acuerdo con la naturaleza, en consonancia con las costumbres del país, apropiada al lugar y a las circunstancias temporales, necesaria, útil, clara (no vaya a ser que por su oscuridad, induzca al error), no dictada para beneficio particular, sino en provecho del bien común de los ciudadanos» (Etimologías, V, 21; cfr., II, 10, 6).
Las leyes pueden ser divinas o humanas según tengan su fundamento en la naturaleza o en las costumbres de los hombres, escritas o no escritas (es decir, «costumbres»: una especie de derecho instituido por la práctica de larga tradición, referida sólo a los usos y utilizada como ley cuando la «ley escrita» no existe).
Cualquier ley debe estar avalada por la razón, y si toda ley tiene su fundamento en la razón, «será ley todo lo esté fundado en ella, con tal de que esté de acuerdo con la religión, convenga a la doctrina y aproveche para la salvación» (Etimologías, V, 3, 4).
El Derecho -Ius- es un vocablo de carácter general que indica lo justo. Está integrado por leyes («disposición escrita») y costumbres («ley no escrita»), y puede ser natural, civil o de gentes: Derecho natural es el común a todos los pueblos, porque existe no en virtud de promulgación legal positiva, sino por el simple instinto de la naturaleza, como por ejemplo, la unión del hombre y de la mujer, la procreación, la educación de los hijos, la posesión común de las cosas, la libertad para todos, la restitución de lo prestado, el rechazo de la violencia por la fuerza, etcétera.

Derecho civil es el que cada pueblo ha establecido para sí mismo como propio en función de un criterio divino o humano (cfr., Etimologías, V, 5). Derecho de gentes es aquel que tiene vigencia en casi todos los pueblos, y se manifiesta, por ejemplo, en la ocupación de tierras, construcciones de edificios, fortificaciones, servidumbres, restituciones, tratados de paz, armisticios, etcétera (cfr., Etimologías, V, 6).




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