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1. No estés en el «lugar apropiado» (v. 2) Estaban en una boda y no en una iglesia cuando Jesús realizó este milagro. Algunas de las más grandes bendiciones de Dios estarán en «otros lugares», si somos obedientes a Él. 2. Tengas muchos problemas (v. 3) Se les había acabado el vino. Muchas veces nuestros problemas nos alejan de Jesús en vez de acercarnos a Él. La renovación comienza cuando nos concentramos en el poder de Dios y no en nuestros problemas. 3. No estés animado (v. 4) Jesús les dijo a los que estaban en la boda: «Aún no ha venido mi hora». En vez de desanimarse por estas palabras María todavía esperaba un milagro. 4. No hayas caminado mucho con Él (v. 5). Los criados que obedecieron a Jesús apenas le conocían, y los discípulos recién habían comenzado a seguirle. Pero se esperaba que obedecieran. 5. No le hayas visto hacer milagros en tu vida. Este fue el primer milagro de nuestro Señor. En esta ocasión, las personas tuvieron que obedecerle sin haber tenido ningún antecedente de milagros realizados por Él. 6. No entiendas todo el proceso. De esta historia bíblica podemos sacar una lección de obediencia: Escuchar las palabras de Jesús y hacer su voluntad. La obediencia interior nos brinda crecimiento exterior. El sicólogo y filósofo James Allen, dice: «Una persona no puede viajar interiormente y permanecer quieta exteriormente». Pronto, lo que sucede dentro de nosotros afectará a lo que sucede afuera. Una actitud dura es una enfermedad terrible. Produce una mente cerrada y un futuro oscuro. Cuando la actitud es positiva y conduce al crecimiento, la mente se expande y comienza el progreso. ¿Qué es una actitud? Es el mejor de nuestros verdaderos yoes. Sus raíces son internas pero su fruto es externo. Es nuestra mejor amiga o nuestra peor enemiga. Es más honesta y más consecuente que nuestras palabras. Es una apariencia exterior basada en nuestras experiencias pasadas. Es algo que atrae o repele a la gente de nosotros. No está satisfecha hasta que no se expresa. Es la bibliotecaria de nuestro pasado. Es la que habla de nuestro presente. Es la profeta de nuestro futuro. Aplicación de actitud: Seleccione un amigo y evalúe su actitud. A continuación escriba varias palabras que lo describan. ¿Cuál es el indicador del comportamiento resultante de esa actitud? Ahora, haga lo mismo con usted. 3 La actitud, ¿por qué es importante? ¿Siente que el mundo le trata bien? Si su actitud hacia el mundo es excelente, recibirá resultados excelentes. Si se siente más o menos en relación con el mundo, la respuesta que recibirá del mundo será regular. Siéntase muy mal con el mundo, y le parecerá recibir solamente una reacción negativa de la vida. —John Maxwell Vivimos en un mundo de palabras. Adheridos a esas palabras están los significados que llevan respuestas variadas de nosotros. Palabras tales como felicidad, aceptación, paz y éxito, describen lo que cada uno de nosotros desea. Pero hay una palabra que, o aumentará la posibilidad de que nuestros deseos se cumplan o impedirán que ellos se conviertan en una realidad dentro de nosotros. Durante una conferencia en Carolina del Sur, hice el siguiente experimento. Para revelar el significado de esta palabra, leí el párrafo anterior y pregunté: «¿Qué palabra describe lo que determinará nuestra felicidad, aceptación, paz y éxito?» La audiencia expresó términos tales como trabajo, educación, dinero, tiempo. Por fin alguien dijo: actitud. Tales importantes áreas de nuestras vidas son secundarias. Nuestra actitud es la fuerza principal que determinará si triunfamos o fracasamos. Para algunos, la actitud es una dificultad para todo; para otros, es una oportunidad en todas las dificultades. Algunos ascienden con una actitud positiva, mientras otros caen con una perspectiva negativa. El mismo hecho que la actitud obra favorablemente en algunos, mientras desbarata a otros, es lo suficientemente significativo como para que exploremos su importancia. Estudiar las afirmaciones que tenemos a continuación nos aclarará esta verdad. Axioma de actitud # 1: Nuestra actitud determina nuestro enfoque de la vida La historia de dos baldes subraya esta verdad. Uno era optimista y el otro era pesimista. «No hay una vida tan desilusionante como la mía», dijo el balde vacío mientras se aproximaba al pozo. «Siempre me alejo del pozo lleno pero regreso a él vacío». «Nunca ha habido una vida tan feliz como la mía», dijo el balde lleno cuando se alejaba del pozo. «Siempre vengo al pozo vacío, pero me voy de él lleno». Nuestra actitud nos dice lo que esperamos de la vida. Si nuestra «nariz» apunta hacia arriba, estamos ascendiendo; si apunta hacia abajo podemos estrellarnos. Una de mis historias favoritas es la de un abuelo y una abuela que visitaban a los nietos. Todas las tardes el abuelo se acostaba para echar una siesta. Un día, los muchachos le jugaron un broma: pusieron queso Limburger en su bigote. Pronto se despertó olfateando. «Este cuarto huele mal» exclamó, levantándose y dirigiéndose a la cocina. Al poco tiempo notó que la cocina también olía mal, así que salió para respirar aire puro. Para su sorpresa, el aire libre tampoco olía bien y dijo: «¡El mundo entero huele mal!» ¡Cuánta verdad encierra esto en nuestras vidas! Cuando tenemos «queso Limburger» en nuestras actitudes, el mundo entero huele mal. Una buena manera para probar nuestra actitud es respondiendo a la pregunta: «¿Siento que el mundo me trata bien?» Si su actitud hacia el mundo es excelente, usted recibirá resultados excelentes. Si su actitud hacia el mundo es regular, la respuesta del mundo será regular. Si se siente mal con el mundo, le parecerá que recibe una reacción negativa de la vida. Mire a su alrededor. Analice la conversación de la gente que vive infeliz y sin realización. Les oirá protestar contra una sociedad que, según ellos, solamente les da una vida de problemas, miseria y mala suerte. Muchas veces han construido la cárcel del descontento con sus propias manos. Al mundo no le importa si nos libramos o no de la prisión. Él sigue su marcha. Adoptar una actitud buena y saludable hacia la vida no afecta tanto a la sociedad como nos afecta a nosotros. El cambio no viene de otros, viene de nosotros. El apóstol Pablo tenía un terrible pasado que superar. Le dijo a Timoteo que era el primero de los pecadores. Pero luego de su conversión sintió un gran deseo de conocer a Cristo de una manera mayor. ¿Cómo cumplió este deseo? No esperando que alguien le ayudara, ni mirando hacia atrás y lamentándose por su terrible pasado. Pablo, diligentemente, prosiguió «asido por Cristo Jesús». La singularidad de su propósito le hizo declarar: «Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3.13, 14). Somos individualmente responsables por la visión que tengamos de la vida. La Biblia dice: «Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6.7). Nuestra actitud y nuestra acción hacia la vida determinan lo que nos sucede. Sería imposible calcular el número de empleos que hemos perdido, la cantidad de promociones no logradas, el número de ventas no realizadas y la cantidad de matrimonios arruinados por nuestras actitudes pobres. A diario somos testigos de empleos que aunque se conservan son odiados, y de matrimonios que aunque se toleran son infelices, todo eso porque las personas esperan en otros o en el mundo para cambiar, en vez de comprender que ellas son las únicas responsables por su conducta. Dios es suficiente para producir en ellas el deseo de cambiar, pero la decisión de actuar bajo ese deseo es suya. Es imposible hacer todas las situaciones a la medida para que se ajusten a nuestras vidas perfectamente. Pero es posible hacer nuestras actitudes a la medida para que se ajusten a las situaciones perfectamente. El apóstol Pablo demostró hermosamente esta verdad cuando estaba prisionero en Roma. La verdad es que no había recibido un simple sacudón. El lugar de su confinamiento era frío y obscuro. Sin embargo, escribe a la iglesia de Filipo diciéndoles radiante de gozo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4.4, énfasis del autor). Notemos que el confinado le dice a la gente libre de preocupaciones que se regocije. ¿Es que estaba perdiendo la razón? No. Encontramos el secreto más adelante en el mismo capítulo. Pablo dice: No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad (vv. 11, 12, énfasis del autor). La habilidad de hacer su actitud a la medida de su situación en la vida fue una conducta que él aprendió. No le vino automáticamente. Aprendió la conducta, y la apreciación positiva de las cosas vino como algo natural. (Hablaré más sobre esta conducta aprendida en la sección IV, «Cambie su actitud»). Pablo nos enseña repetidamente con su vida que el hombre ayuda a crear su medio ambiente —mental, emocional, físico y espiritual— por la actitud que tiene. Aplicación de la actitud: Haga un círculo en el número que designe la actitud que más se acerca a la suya: 1. «Hago que el mundo siga su marcha» 2. «Sigue lloviendo sobre mí» 3. «Lo hice a mi manera» 4. «Oh, ¡Qué hermosa mañana!» Axioma de actitud # 2: Nuestra actitud determina nuestra relación con la gente La Regla de Oro dice: «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas» (Mateo 7.12). Este axioma alcanza su mayor significado cuando, como cristianos, nos damos cuenta que el ministerio efectivo a los demás se basa en la relación. El modelo de ministerio (como lo entiendo) se capta mejor en Juan 13. Cristo y sus discípulos están reunidos en el aposento alto. Los componentes del ministerio modelo de Cristo son: 1. Hombres con quienes había compartido en todas las áreas de la vida. 2. Una actitud y una demostración de servicio. 3. Un mandamiento de amor que lo abarca todo («Por esto todos los hombres conocerán que sois mis discípulos»). Un ministerio efectivo de relación con los demás debe incluir estos tres componentes bíblicos. Ninguna metodología sola (predicación, consejería, visitación) ministrará efectivamente a todas las necesidades, todo el tiempo. Se necesita una sabia combinación de muchos métodos para llenar las necesidades de la gente. Y el puente entre el remedio del evangelio y las necesidades de las personas es el liderazgo basado en la relación. Juan 10.3–5 nos da una muestra de este liderazgo de relación: 1. Relación hasta el punto del reconocimiento instantáneo (Él llama a sus ovejas por su nombre); 2. Relación establecida sobre la base de la confianza (Sus ovejas oyen su voz y vienen a Él); 3. Liderazgo demostrado con el ejemplo (Él va adelante y ellas lo siguen). Sin embargo, establecer tal relación es difícil. La gente es chistosa: quieren un asiento en la parte delantera del bus, en la parte trasera de la iglesia y en medio de la carretera. Dígale a un hombre que hay 300 billones de estrellas y le creerá, pero dígale al mismo hombre que una banca está recién pintada, y tiene que tocarla para asegurarse. A veces las personas nos producen frustración, se aparecen en el lugar equivocado, en el tiempo equivocado, por la razón equivocada. Siempre son interesantes pero no siempre son agradables. No siempre son previsibles porque tienen sus propias mentes. No pueden trabajar con las personas, ni pueden hacerlo sin ellas. Esa es la razón por la que es esencial establecer relaciones adecuadas con los demás en nuestro atestado mundo. El Stanford Research Institute dice que el dinero que usted gana en cualquier empresa está determinado únicamente por el 12, 5% del conocimiento y el 87, 5% de su habilidad para tratar con la gente. 87,5% conocimiento de la gente + = Éxito 12,5% conocimiento del producto Por eso Teddy Roosevelt dijo: «El ingrediente más importante en la fórmula del éxito es saber cómo trabajar con la gente». «Pagaría más por la habilidad de tratar con la gente que por cualquier otra habilidad bajo el sol», afirmó John D. Rockefeller. Cuando le preguntaron a J. Paul Getty cuál era la cualidad más importante de un ejecutivo con éxito, replicó: «No importa cuánto conocimiento o experiencia posea un ejecutivo; si no puede lograr resultados con la gente, es inútil como ejecutivo». Cuando la actitud que poseamos coloque a los otros primero y veamos a las personas como algo importante, entonces nuestra perspectiva reflejará su punto de vista, no el nuestro. Hasta que no nos pongamos en el lugar de la otra persona y veamos la vida a través de otros ojos, seremos como el hombre que saltó enojado de su automóvil después de un choque con otro. «¿Por qué ustedes las personas no miran por donde manejan?», vociferó. «¡El suyo es el cuarto auto que he chocado este día!» Hace unos años manejaba por el sur y me detuve en una estación de servicio para poner gasolina. Era un día lluvioso, pero los empleados de la gasolinera trataban de atender a los clientes con eficiencia. Me impresionó este tratamiento de primera clase y entendí la razón cuando leí el rótulo en la puerta principal: POR QUÉ SE PIERDEN CLIENTES 1% Se mueren 3% Se mudan 5% Consiguen otros amigos 9% Por razones competitivas (precio) 14% No están satisfechos con el producto 68% ¡Por la actitud de indiferencia de algunos empleados! En otras palabras, el 68% se va porque los empleados no tienen una mente orientada al cliente funcionando en ellos. Por lo general, la persona que surge dentro de una organización tiene una buena actitud. Las promociones no le dan al individuo una actitud destacada, pero una actitud destacada resulta en promociones. Telemetrics International hizo un estudio sobre esos «tipos simpáticos» que han subido mucho por la escalera de la corporación. Estudiaron a 16.000 ejecutivos. Observaron la diferencia entre ejecutivos definidos como «excelentes realizadores» (los que tienen una actitud saludable) y «pobres realizadores» (los que no tienen una actitud saludable): Los grandes realizadores se preocupaban tanto de la gente como de las utilidades; los pobres realizadores se preocupaban de su propia seguridad. Los grandes realizadores miraban a sus subordinados con optimismo; los pobres realizadores mostraban desconfianza en la capacidad de los subordinados. Los grandes realizadores buscaban consejo de sus subordinados; los pobres realizadores no lo hacían. Los grandes realizadores eran buenos oyentes; los pobres realizadores evitaban la comunicación y dependían de los manuales de política empresarial. En 1980–81 emprendí un ambicioso proyecto que incluía enseñar y dirigir a quince pastores y a sus congregaciones a formar iglesias crecientes y fuertes. Una de mis responsabilidades favoritas era hablar en un servicio dominical y reclutar obreros para esa iglesia particular. Poco antes del «servicio de alistamiento» pregunté al pastor cuántas personas creía que pasarían al frente para firmar una tarjeta y alistarse para el evangelismo y el discipulado. Le observé mientras calculaba cuidadosamente quiénes lo harían y quiénes no. Después de recibir el número cuidadosamente pensado, le dije: «Firmará un número mayor que ese». ¿Por qué podía decir eso? ¿Conocía yo a las personas mejor que él? Por supuesto que no. Lo que sabía era que el pastor puso a su gente mentalmente en sus casilleros conocidos y «supo» cómo reaccionarían durante el servicio. En cambio yo, como no conocía a la congregación, tenía una actitud abierta y positiva hacia todos ellos. Traté a la audiencia como si todos fueran a responder, ¡y la mayoría lo hizo! Los quince pastores calcularon un número menor que el que realmente respondieron. Una experiencia negativa a veces paraliza nuestro pensamiento y nuestra actitud. Un hombre que no podía encontrar su mejor sierra sospechaba del hijo de su vecino que siempre andaba por ahí haciendo trabajos de madera. En los siguientes días, todo lo que el muchacho hacía le parecía sospechoso, la manera cómo caminaba, el tono de su voz, sus gestos. Pero cuando encontró su sierra detrás de su propio banco de trabajo donde había caído accidentalmente, no vio ya nada más sospechoso en el hijo de su vecino. |