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Darse cuentaTítulo Original: Darse cuenta ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Argentina, 1984 Dirección: Alejandro Doria Intérpretes: Roberto Acinelli, Fernando Álvarez, Bela Ariel, Miguel Ávila, Dora Baret Duración: 1 hora 46 minutosTrailers Argumento de Darse cuenta Un chico que tiene un accidente es prácticamente desahuciado en el hospital al que es trasladado, su familia lo abandona, sólo un médico tendrá fe en su salvación. Buenos Aires 1981. Un médico, marido y padre fracasado forma parte de un mundo represivo, injusto y desesperanzado. Refugia sus fracasos en el hospital. Pero llega un chico accidentado. Los médicos los dasahucian. Ventura intenta rescatar su vida. Lucha contra el descreimiento, la insensibilidad y a corrupción. Y así se fortalece para siempre al encontrar el más útil de los sentidos de la vida. David 1 - El héroe de Israel ![]() ![]() David 2 – Descendencia y sucesión
La historia del rey David una fascinante, enigmática y heroica figura. David y Natán: Un gobernante reconoce sus errores y pide perdón Texto: 2Sam 12,1-7.9-14 Leer el texto y compararlo con el comienzo de la película. Marco histórico Después que el primer rey, Saúl, fracasó como gobernante, Dios eligió para rey al más pequeño de la familia de Jesé de Belén, llamado David, despreciado por sus hermano y su mismo padre (1Sam 16,1-13). Este joven, pastor y músico, puesta su confianza en Yavé, dio ejemplo a todos al vencer con su humilde honda al gigante Goliat, perfectamente armado (1Sam 17,4-10.32-51). Pero al ser proclamado rey su corazón se enorgulleció y abusó de su poder. Embarazó a una mujer ajena y después mató a su esposo a través de engaños. Entonces el profeta Natán, en nombre de Yavé, fue a hacerle ver su pecado contándole una parábola, en la que le hacía ver la crueldad de un poderoso comiéndose lo poco que tenía un pobre. El rey se enojó en contra de aquel rico y dijo que merecía la muerte, pero Natán le hizo ver que él mismo era ese bandido. Entonces David reconoció su horrendo pecado y pidió perdón. Otras faltas graves cometió en su gobierno, como asesinatos, traiciones y guerras internas, pero su fe le llevaba a reconocer sus traiciones a la Alianza celebrada con Yavé. Sus hijos cometieron muchos disparates también, por lo que sufrió una triste vejez. Pero siempre su fe en Dios le ayudó a reconocer sus faltas y a levantarse una y otra vez. Cuando le hacen ver sus errores, él se humilla y cambia de actitud. El profeta Natán sabe criticarle con claridad, pero también con respeto y cariño, de forma que sus críticas siempre son eficaces. David nunca fue hipócrita frente a Dios, sino sincero y humilde, y por eso Dios le promete ser siempre un padre para con él, que le corrige, pero nunca le abandona (2Sam 7,14-15). La mayor grandeza de este gobernante es su humildad. En el salmo 51 encontramos sus sentimientos ante Dios, reconociendo sus debilidades y esperando su ayuda sanadora. David representa nuestras tentaciones y debilidades, nuestras purificaciones y triunfos, nuestros sufrimientos y alegrías, nuestra búsqueda de Dios a tientas y tropiezos. Cuanto más poder se tiene, más graves tentaciones y caídas se sufren. Por eso es tan importante que los poderosos reconozcan con humildad sus fallos, y sepan pedir perdón a Dios y a su pueblo... También nosotros, a una escala más chiquita, debemos aprender a reconocer también nuestras faltas y saber pedir perdón a nuestros padres y profesores o a nuestros hermanos y amigos. Sin perdón sincero no hay futuro... Dialogo
Peticiones de perdón: Pidamos perdón usando algunas frases del mismo David, tomadas del salmo 51:
JL Caravias, Catequesis bíblica para jóvenes ![]() David la historia de Héroes de la Fe, SBU, Año 2001, Duración: 32' David fue lo mejor de Israel, jugaba con los leones como su fueran cabritos y con los osos como si fueran corderos. Siendo un muchacho, mató al gigante Goliat y borró la deshonra del pueblo. Hizogirar la honda con su mano, y destrozó el orgullo de Goliat, porque invocó al Dios altísimo, el cual dio fuerza a su brazo para eliminar a aquel experto guerrero y así alcanzar el triunfo para su pueblo. Permite que Arpi, la inseparable compañera de David, narre la historia del gran héroe que los niños deben imitar. De dioses y hombres ![]()
Si existe un primer elemento digno de alabanza en la película es la forma en que se consigue introducir al Espectador en la vida cotidiana de los monjes. La cinta se desarrolla casi de forma minimalista en la mayoría de sus tramos, sin prisas, describiendo perfectamente las costumbres y ambiente, la tranquilidad y religiosidad de la vida en el Monasterio. Tanto es así que viene a la mente inevitablemente durante gran parte del visionado la casi experimental "El gran silencio ", filme este en cuyo extenso metraje no existe más sonido ni diálogo que el canto de los pájaros, el sonido del viento, y el canto de los propios Monjes. "De dioses y hombres " no llega a tanto, pero convoca sensaciones parecidas mientras la violencia aparece poco a poco reptando por las rendijas de la normalidad. Y eso hace que esa violencia sea más palpable e invasiva, empatizándose perfectamente con los Monjes y sus sensaciones y emociones. Todo ello con una dirección formal y una fotografía espléndidas, y con una interpretación sobresaliente. Todo su reparto está brillante, del primero al último, pero la interpretación de Michael Lonsdale y Lambert Wilson transmiten sencillez y verdad, y son el apoyo perfecto para que el mensaje se entienda, aunque en algún momento de su tramo final el filme se recrea en el mismo algo más de lo necesario hasta su poderoso final. Y es un mensaje que cala y emociona gracias a su libreto, y más allá de las convicciones religiosas de cada uno, ya que habla de la elección de ser fieles a lo que creemos, a lo que somos y a lo que pertenecemos, y hasta qué punto somos capaces de aceptar las consecuencias de esa fidelidad. 'De dioses y hombres': LA PELÍCULA DEL AÑO, DE LA SEMANA… Y DE TODOS LOS DÍAS FRANCISCO R. DE PASCUAL monje cisterciense, CÓBRECES (Cantabria). revcistercium@planalfa.es ECLESALIA, 21/01/11.- Acabada ya la Navidad, que debería haber sido una meditación litúrgica eclesial colectiva sobre el tiempo y lo que nosotros somos en él, nos llega una película que ha recibido diversos calificativos, y que, para mí, coincide en su título sobre lo que acaba de decir, o sea, sobre el misterio de los dioses y los hombres en el tiempo… Jesús, María y José se encontraron con que su tiempo, su vida, coincidió con unos designios misteriosos, anunciados por lo visto por los profetas y reconocidos por unos reyes “paganos”, pero ignorado por “los de casa”. La película sobre los monjes de Thibirine, mis hermanos de Orden y de ideal monástico, ha sorprendido a muchos, por lo visto. Y a mí se me ocurre una reflexión a bote pronto, entre el orgullo “familiar” y un poco de pena penita pena por lo que algunos “de casa” han descubierto: que había monjes entre musulmanes, que esos monjes eran “humanos”, que “decidían juntos” su suerte, y que, al fin, se vieron envueltos en el absurdo de una guerra “que no iba con ellos”, pero de la que fueron víctimas y salieron gloriosos. Bien. Los monjes cistercienses. En muchas comunidades, hemos vivido esas situaciones a lo largo de los siglos, y concretamente ahora se viven, como en Midlet, en otros lugares del mundo. Es decir, que para nosotros es la película de todos los días. Muchas personas nos escriben, nos envían los videos y nos regalarán la película, pirateada o cuando salga en DVD. Y algunos casi como que nos preguntan si sabemos algo de la historia. Bien. Lo que se dice aquí de estas comunidades sucede en otras de todo el mundo cristiano, y en algunas con más crudeza y crueldad. De acuerdo. De vez en cuando necesitamos una película, una página de periódico o un reportaje “impactante”. Eso está bien, son momentos de toma de conciencia importantes. La pena penita pena que a veces siento es que las realidades esas en que se junta el tiempo de los hombres y los dioses no es tan exótico como parece, sino que es algo de cada día, de cada momento, que existe muy cerca de nosotros y que está, probablemente, a nuestro lado. Pero que no vemos. Y que, a veces, incluso hasta infravaloramos por prosaico y banal. Quiero decir –me da la impresión- que nos enteramos de lo que hay sólo por las películas o por los periódicos. Hablé algunas veces con el P. Christian con motivo de reuniones de nuestra Orden, hace años. Me pareció un monje sencillo, fino, agradable y casi tímido, nada singular, como hay tantos en nuestra Orden. Quizá en la misma Orden tampoco teníamos conciencia de lo que pasaba en Thibirine hasta que pasó lo que pasó. Una casa más, unos monjes más, una situación difícil como otras, y hasta pensábamos que para lo que hacían quizá fuera mejor se hubieran ido a otro sitio más “rentable” vocacional y monásticamente “productivos”. La cuestión capital. Sólo cuando los tiempos de los dioses y de los hombres se juntan, coinciden, se cruzan, se produce la salvación y la gracia. Es la historia de Navidad repetida en el tiempo. Sólo en esos momentos emerge la gratuidad y la libertad de los hombres y los dioses, características personales e intransferibles de cualquier aventura espiritual, vetada a los calculadores y funcionarios de lo religioso. Los monjes de Thibirine, como otros muchos monjes, son sólo testigos de un cruce de caminos entre los dioses y los hombres, entre la libertad y la gracia, entre la dignidad de los hijos de Dios y la debilidad de lo mundano. La película podemos verla todos los días. Quizá nos hayamos alejado, como cristianos, del cine de la gracia universal, de la historia de salación que se filma cada día y cuyos protagonistas tenemos más cerca de lo que suponemos. Pero también en ese cine hay muchos cristianos entretenidos con los reclamos publicitarios, las palomitas de maíz y los “efectos especiales” de la acción en pantalla. Testamento espiritual del P. Christian-Marie Chergé “Si un día me aconteciera -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que actualmente parece querer alcanzar a todos los extranjeros que viven en Argelia, quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país. Que aceptaran que el único Señor de todas las vidas no podría permanecer ajeno a esta muerte brutal. Que rezaran por mí: ¿cómo ser digno de semejante ofrenda? Que supieran asociar esta muerte a muchas otras, igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato. Mi vida no vale más que otra. Tampoco vale menos. De todos modos, no tengo la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal que ¡desgraciadamente! parece prevalecer en el mundo y también del que podría golpearme a ciegas. Al llegar el momento, querría poder tener ese instante de lucidez que me permita pedir perdón a Dios y a mis hermanos en la humanidad, perdonando al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiere golpeado. No podría desear una muerte semejante. Me parece importante declararlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme del hecho de que este pueblo que amo fuera acusado indiscriminadamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto para la que, quizá, sería llamada la gracia del martirio, que se debiera a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice que actúa por fidelidad a lo que supone que es el Islam. Sé de cuánto desprecio han podido ser tachados los argelinos en su conjunto y conozco también qué caricaturas del Islam promueve cierto islamismo. Es demasiado fácil poner en paz la conciencia identificando esta vía religiosa con los integralismos de sus extremismos. Argelia y el Islam, para mí, son otra cosa, son un cuerpo y un alma. Me parece haberlo proclamado bastante sobre la base de lo que he visto y aprendido por experiencia, volviendo a encontrar tan a menudo ese hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primera Iglesia inicial, justamente en Argelia, y ya entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes. Evidentemente, mi muerte parecerá darles razón a quienes me han tratado sin reflexionar como ingenuo o idealista. Pero estas personas deben saber que, por fin, quedará satisfecha la curiosidad que más me atormenta. Si Dios quiere podré, pues, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto con Él a sus hijos del Islam, así como Él los ve, iluminados todos por la gloria de Cristo, fruto de su Pasión, colmados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias. De esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios porque parece haberla querido por entero para esta alegría, por encima de todo y a pesar de todo. En este “gracias”, en el que ya está dicho todo de mi vida, los incluyo a ustedes, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a ustedes, amigos de aquí, junto con mi madre y mi padre, mis hermanas y mis hermanos y a ellos, ¡céntuplo regalado como había sido prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo, sí, porque también por ti quiero decir este gracias y este a-Dios en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amén. Inchalá”. Datos de los hechos históricos Conocimos la historia de los mártires de Argelia por boca del propio Abad General del Cister, Dom. Bernardo Olivera, OCSO. Los problemas de los cristianos en Argel se aceleraron en 1994. Empezaron a asesinar a sacerdotes, religiosos y religiosas. El Abad General de la orden propuso alternativas para evitar una masacre: instalar una guardia en el recinto del monasterio, regresar temporalmente a Francia o trasladarse a una zona segura. Los monjes tomaron la decisión de permanecer en el convento. Y así fue cuando siete de ellos fueron secuestrados la noche del 26 de marzo de 1996. El 31 de marzo, Juan Pablo II hizo un llamamiento para que los monjes pudieran regresar sanos a su monasterio e insistió en su petición durante su visita a Túnez. Cinco días más tarde los secuestradores pedían al gobierno francés la liberación de prisioneros políticos del GIA a cambio de la liberación de los monjes. Obra consistente con ritmo contemplativo sobre un hecho histórico El suceso conmovió a la opinión pública, sobre todo francesa. En 1996, en plena eclosión del fanatismo islamista en Argelia, un grupo armado (nunca se ha esclarecido si fueron miembros del GIA o del ejército) secuestró y degolló a siete trapenses del monasterio de Tibhirine, en el Atlas. El film de Xavier Beauvois narra con plausible verosimilitud cómo vivieron los monjes la época previa a su martirio. El guión se ha inspirado en los testimonios de los vecinos del pueblo y en la correspondencia epistolar de algunos de las víctimas. El film se estrena en España a poco de que se haya hablado en los medios de comunicación de la persecución que sufren los cristianos en diversos países, muchos de éstos de confesión musulmana. Campo abonado, pues, para que esta película tenga una acogida tal vez mejor. También la avala el Gran Premio del Jurado del festival de Cannes de 2009 y la candidatura francesa al óscar para películas de habla no inglesa. El film resulta un tanto insólito porque es explícitamente religioso, aborda un problema de conciencia y muestra actitudes evangélicas que chocan frontalmente con la cultura dominante no sólo en aquel país sino en el Occidente poscristiano. La cara de sorpresa del militar argelino cuando ve a Christian rezar por el terrorista abatido es elocuente al respecto. Lo mismo que el desinteresado servicio médico que prestan a la gente de la comarca, o la participación en fiestas como la circuncisión de un niño u otras actividades sociales del pueblo. Desde el comienzo, la descripción de la pacífica y ordenada vida monacal está teñida por la creciente amenaza terrorista. El GIA, el movimiento islamista armado, ha anunciado que matará a todos los extranjeros que no salgan del país. El dilema no tarda en presentarse a los monjes: volver a su Francia originaria o arrostrar un posible y casi inevitable martirio. El guión dosifica la inminencia del peligro: primero, noticias del asesinato de una mujer por ir sin velo, luego el degüello de los trabajadores croatas, después el intento de llevarse al médico, más tarde el traslado al monasterio de un herido de bala, a continuación el registro de los soldados y finalmente el secuestro. Sin embargo, el ritmo del film se mantiene inalterable: pausado, cadencioso (como la melodía de los himnos que cantan los religiosos), contemplativo. Como si se hubiera contagiado de la mansedumbre de sus protagonistas. Incluso los conflictos se resuelven de manera «civilizada», armónica, dando tiempo al tiempo y a que las opiniones evolucionen. Pero esa lentitud acaba por restarle fuerza en ocasiones. Es verdad que hay momentos memorables en que esa cadencia se hace necesaria. Por ejemplo, en esa extraordinaria secuencia de la «última cena» en que celebran su decisión definitiva de quedarse y afrontar su suerte con la música de Chaikovski de fondo. Pero el metraje podría haberse reducido con no regodearse en exceso en algunos planos más fotográficos que narrativos. Son defectos que no empañan decisivamente la calidad de una obra que defiende la altura moral de quienes no quieren renunciar a sus convicciones más íntimas y últimas sólo porque, si son coherentes con ellas, pueden perder la vida. Además, los muestra como unas personas de paz, que conocen la cultura y la religión de sus vecinos (a veces mejor que quienes se proclaman defensores del Islam), la respetan y no la cuestionan, pero que viven conforme a unas actitudes evangélicas: tolerancia, atención a los necesitados, dignidad de las personas de cualquier condición, amor al prójimo e incluso al enemigo, toma democrática de decisiones, etc. Todo ello con sencillez, sin proclamas proselitistas ni grandes discursos justificativos. Simplemente, con una manera de proceder acorde con los principios y valores en que se cree. La interpretación, sobre todo de Lambert Wilson y Michael Lonsdale, es espléndida. En una película como ésta la veracidad de los rostros, de los gestos y posturas es fundamental, mucho más que la brillantez de los diálogos o lo acertado de la iluminación. Estos ocho monjes que polarizan nuestra atención durante dos horas tienen semblantes que se te quedan grabados mucho más que sus nombres. Por otra parte, respiran humanidad y no son ni hieráticos ni simples, sino que trasmiten muy bien sus emociones, dudas y modo de pensar. Nada tiene de extraño que Xavier Beauvois haya obtenido esa gran actuación de todo el reparto, por algo es profesor de dirección de actores en La Fémis parisina, anteriormente conocida como el IDHEC. Beauvois es prácticamente un desconocido en España y su filmografía anterior no invitaba a pensar que podría sacarse de la manga una obra de esta envergadura. Porque De dioses y hombres no es sólo testimonio de un hecho histórico sino también una película sólida y consistente, que indica que detrás de la cámara hay un cineasta que conoce y domina los recursos de su oficio. Esperemos que los siga desplegando en obras posteriores. (Cine para leer) |