Pequeña Historia De Inglaterra






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Pequeña Historia De Inglaterra

G. K. Chesterton



PEQUEÑA CLAVE PARA LA PEQUEÑA HISTORIA
Además de las notas que acompañan a esta traduc­ción, conviene que el lector no familiarizado con la historia inglesa recorra las siguientes líneas, donde se ha procurado extractar los hechos absolu­tamente indispensables para la inteligencia de la PEQUEÑA HISTORIA.

La provincia de Britana -Redondeando cifras, la romanización de la provincia de Britania abarca del año 50 a. J. C. al 450 de la Era vulgar. Julio César hizo un-tanteo militar en la Britania el año 55 an­tes de J. C., y al año siguiente volvió. La verdadera conquista romana comenzó en 43 a. J. C., bajo Aulio Plautio. A principio del siglo V, la Britania queda cortada de Roma por una doble causa: 1) La con­quista de las Galias por los teutones; las Galias eran el camino entre Inglaterra y Roma; 2) Las invasio­nes de laxos, anglos e iutos en Inglaterra. El rey británico Vortigern los había llamado para que le ayudaran a contener la furia de los salvajes pictos de Escocia y de los piratas irlandeses; pero los alia­dos no salieron más de Inglaterra. Entre tanto, Roma ya había dejado allí algunas simientes de cristia­nismo.

La era de las leyendas. La derrota de los bárbaros.-La época del dominio anglosajón va de 450 a 1016. Chesterton subraya los dos grandes hechos espirituales de esta época: 1) La enorme producción legendaria, la efervescencia de la fábula; y 2) La lu­cha y triunfo final del cristianismo contra las divi­nidades furiosas de los bárbaros invasores. He aquí, por otra parte, los hechos políticos que sirven de fondo a estos hechos espirituales. Los dos jefes sa­jones, Horsa y Hengist, tratan con Vortigern y se establecen en la isla de Thanet. Poco después, Hengist asienta en Kent su reinado. El misterioso Artu­ro, figura mítica en quien se descubren los rasgos de una divinidad céltica, combate-dice la leyen­da-contra los invasores sajones, y muere a manos de ellos. Siglos después, la figura de Arturo resurgirá como centro del ciclo bretón de leyenda caballeresca, cristianizándose como la leyenda del Grial. En tan­to, los invasores penetran y establecen centros, rei­nados, en el Norte (Northumbria), en el Sur (Sussex), en el Este (Essex), en el Oeste (Wessex). El ca­tolicismo avanza sobre ellos en dos olas, que al prin­cipio parecen chocar y al fin se funden en la línea ortodoxa: 1) Una ola viene del Occidente, de Irlan­da, de la catedral de Glastonbury, donde las prime­ras aguas cristianas se habían conservado sin mer­ma. 2) Otra ola viene del Oriente, con la misión romana de San Agustín. Este, en 597, convierte a los sajones de Kent, y es el primer arzobispo de Cantorbery. Propagación de monasterios y gran activi­dad conventual. Egberto, rey de Wessex, unifica a Inglaterra bajo su cetro. Pero, a principios del si­glo IX, sobrevienen nuevas invasiones danesas que amenazan «desbautizar» la tierra. En 871, el «buen sajón», que dice Dickens-Alfredo el Grande-, de­rrota, tras varios años de lucha, a los daneses y hace bautizar a su jefe Guthrum. Los daneses triun­farán al fin, puesto que ya en 1016 el rey de Ingla­terra es un danés-Canuto-; pero Canuto goberna­rá en nombre de Cristo; de suerte que el verdadero triunfo de Alfredo-explica Chesterton-consiste en haber impuesto el bautismo a los invasores.

San Eduardo y los reyes normandos.-Años 1016 a 1189. Era que va de la conquista normanda hasta la cruzada de Ricardo Corazón de León. La transi­ción del rey danés de Inglaterra al conquistador nor­mando de Inglaterra es la historia de un pretexto diplomático que favorece una invasión militar; y esto acontece conforme a la diplomacia del tiempo, que era cierto código de honor sobre la palabra empeña­da y los deberes de armas. He aquí la historia: Eduardo el Confesor prometió su sucesión al herede­ro del ducado de Normandía. Harold, otro posible sucesor de Eduardo, ofrece respetar aquella prome­sa. Pero a la muerte de Eduardo, se declara rey. faltando a su palabra. Guillermo-vasallo del rey de Francia y duque de Normandía, llamado más tarde Guillermo el Conquistador-4e obliga por las armas a cederle el trono, al cual se consideraba con dere­cho. Pero Guillermo-advierte Chesterton-fracasa en su intento de hacer de Inglaterra una monarquía unida, a la manera de Francia. Lo heredan sus en­conados hijos: primero gobierna Guillermo II, Rufo o el Rojo, llamado también Barbarossa; y tras éste, Enrique I, o Beauclerc, que equivale a «fino letrados. Y después Inglaterra se divide en un caos feudal, donde sobrenadan, como pueden, Esteban de Blois y Enrique II, primero de los ocho reyes de la casa Plantagenet.

La era de las Cruzadas.-Chesterton describe el ambiente de las Cruzadas, y pasea por varias épocas de la historia inglesa, igualmente dominadas por la fascinación de Jerusalén. Pero se refiere, sobre todo, a la primera cruzada, la cruzada de Ricardo 1, Cora­zón de León, sucesor de Enrique II. Dura esta cruzada de 1190 a 1194. Es la primera experiencia del alma inglesa hacia el conocimiento de lo remoto: el principio de la epopeya naval británica. Europa era entonces una sola nación, y la Tierra Santa el fren­te enemigo por conquistar. La preocupación de las Cruzadas dura hasta los días de Enrique VI (-h en el año 1471).

El problema de los Plantagenets. El autor retro­cede al reinado de Enrique II, que precedió a Cora­zón de León, y aun alude de paso a Guillermo II, el Rojo, y sus disputas con el arzobispo Anselmo, a Fulk de Anjou-que figura bajo Enrique I, Beauclerc-y a Esteban de Blois, predecesor de Enri­que II. Este gobierna de 1154 a 1189. Entre los suce­sos de su reinado sobresale la contienda que sostuvo con Tomás de Becket, arzobispo de Cantorbery des­de 1162, quien quería imponer al monarca ciertas prerrogativas eclesiásticas. En 1170, los hombres de Enrique II dan muerte a Becket. La leyenda le trans­forma en Santo Tomás de Cantorbery. Y Chesterton, para estudiar el carácter de este hecho, prefiere exa­minar lo que de él queda en las tradiciones del si­glo XIV, según el testimonio literario de Chaucer (Cuentos de Cantorbery). La muerte de Becket ,dice-es el primer acto hacia el quebrantamiento del poder central en Inglaterra: enajena al rey el amor del pueblo. Este descrédito moral de la monar­quía se nota más en la época del segundo hijo de Enrique: Juan Sin Tierra. (Y el autor salta aquí el reinado de Ricardo Corazón de León, de que ha tra­tado en el anterior capítulo, y en torno al cual ha construido su «teoría de la cruzada».) Juan gobierna de 1199 a 1216. En este tiempo, los barones obtienen de él la Carta Magna (1215), que establece constitu­cionalmente los privilegios de los nobles y ciertas garantías jurídicas, en detrimento del poder despó­tico del rey. Bajo Enrique III, sucesor de Juan, los, barones, capitaneados por Simón de Montfort, exi­gen la confirmación de la Carta Magna, y, por la violencia, obligan al rey a acatarla. Montfort funda así una especie de poder parlamentario frente al rey. Pero es derrotado y muerto por las huestes del rey en la batalla de Evesham (1265).

En la tradición poética de los tiempos medios, Francia es «la dulce Francia»; Castilla, «Castilla la gentil»; Inglaterra, por antonomasia, «la alegre In­glaterra».

¿Qué quiere decir la alegre Inglaterra?-Aquí Chesterton diserta sobre los aspectos risueños de la vida medieval, y describe, especialmente, la organi­zación de las libertades populares, mediante el sis­tema de los gremios y privilegios y sus muchas ven­tajas; la aparición de la clase campesina y las nue­vas condiciones de la vida rural; las propiedades comunales de gremios, parroquias y monasterios; el gran desarrollo anónimo del arte, todo característico de los últimos siglos medios. La organización del Parlamento a que se refieren las últimas líneas del capítulo tuvo lugar bajo Eduardo I-sucesor de En­rique III-el año 1295.

La nacionalidad y las guerras con Francia.-El au­tor estudia aquí las causas que determinaron la for­mación de los sentimientos nacionales en la Europa medieval y los primeros efectos que esto produce en el reinado de Eduardo I, sucesor de Enrique III. En 1291 se celebra en Northam un parlamento so­bre la sucesión escocesa, y Eduardo, el árbitro, decide, como en la fábula, apropiarse el objeto de la disputa. Entre los pretendientes, John Balliol y Ro­bert Bruce, da la razón al primero, pero recordán­dole que es su vasallo. El incipiente nacionalismo es­cocés acaba por irritarse ante las obligaciones del vasallaje, y Escocia se subleva. Wallace es el cam­peón de los sublevados. Entre éstos iban Robert Bru­ce, el nieto (futuro rey de la Escocia independiente), y Comyn, sobrino de Balliol. Balliol había sido des­terrado a Normandía. Bajo Eduardo 11 (1323) se fir­ma una tregua con Escocia. Pero la causa escocesa triunfará con Robert Bruce, el nieto, bajo Eduar­do III (1328). Hasta aquí el nacionalismo escocés. Bajo el mismo Eduardo III, que asciende al trono en 1327, el nacionalismo francés tiene una poderosa manifestación: en 1337, Eduardo III comienza la campaña de Francia, campaña provocada también por un conflicto de pretensiones dinásticas. Las gue­rras con Francia afirman el sentimiento patriótico, que ya se revela claramente en la victoria de Azincourt (1415), bajo el rey Enrique V. Este abril del sentimiento patriótico coincide-dice Chesterton -con el octubre de la sociedad medieval. El capítulo recorre, más o menos, el período de 1272 a 1431, año en que muere Juana de Arco, la heroína de Francia.

La guerra de los usurpadores. El autor retrocede un poco para destacar otros aspectos de la época, y luego adelanta algunos años más. De suerte que el capítulo abarca desde la monarquía de Ricardo II (1377) hasta la caída de Ricardo III y la subida de los Tudores (1485). Primero, una sublevación del pue­blo, de los labriegos, y después, una serie de usurpa­ciones y riñas por la corona, dan carácter al ciclo. La sublevación acontece en 1381, bajo Ricardo II, provocada por las cargas impuestas a la población campesina y los males y pobrezas de la larga gue­rra de Francia. El rey está dispuesto a transigir, pero el Parlamento se lo impide. El Parlamento, que había brotado de los gremios del pueblo, es ya una secta aristocrática. El rey ya no es intocable. El du­que de Gloucester se hace jefe de la oposición par­lamentaria. El rey, en 1397, se apodera del duque, que muere en la prisión, castiga a los amigos de éste e inaugura, con el golpe de Estado a que se refiere el autor, un gobierno despótico, desconociendo cier­tos actos anteriores del Parlamento. Poco después, el rey destierra a Francia a Enrique de Hereford (Bolingbroke), hijo del duque de Lancaster. En 1399 con­duce una expedición a Irlanda, dejando de regente al duque de York. Enrique de Hereford vuelve de Fran­cia, obtiene la sumisión del duque de York, y cuando Ricardo II regresa, ha perdido el reino, y se ve obli­gado a abdicar. El Parlamento erige en monarca a Enrique de Hereford, primer rey de la casa Lancaster, que gobierna bajo el nombre de Enrique IV. Este y los demás monarcas de su casa (Enrique V y VI) se esfuerzan por gobernar bajo el consejo del Par­lamento. En tiempos de Enrique VI, el duque de York-que alegaba pretensiones 'al trono-rivaliza en el poder con el conde de Somerset, y esta rivalidad acaba por engendrar la Guerra de las Dos Rosas (1450-1471): la Blanca (Lancaster) contra la Roja (York). Las dos casas se disputan el trono. Con el apoyo de Warwick triunfa York. Los monarcas de esta casa son Eduardo IV, Eduardo V y Ricardo III. Contra éste se levanta Enrique Tudor, y le derrota en la batalla de Bosworth (1485). En adelante, el Tudor gobierna con el nombre de Enrique VII.

La rebelión de los ricos (1485-1553).-Salvo una alusión a la política económica de Enrique VII, el autor dedica este capítulo a los reinados de Enri- que VIII y Eduardo VI. Es la época del Renacimien­to en la cultura y de la Reforma religiosa. Comienza a crearse una nueva aristocracia inglesa. Cambian los fundamentos económicos de la sociedad, en mer­ma de las comunidades populares y monásticas y en beneficio de los señores. Enrique VIII (el rey Bar­ba Azul) se constituye defensor del Papa, ya en lo diplomático ante el rey de Francia, ya en lo teoló­gico ante Lutero. En 1509, cuando empezó a reinar, Enrique VIII se había casado con Catalina de Ara­gón. En 1528 sobreviene una crisis que divide su reinado en dos partes: Enrique se emperra en divor­ciarse, para contraer matrimonio con Ana Bolena. El Papa, que estaba a la sazón en manos de Car­los V-sobrino de Catalina-, niega el permiso del divorcio. Entonces Enrique VIII se declara cabeza de la Iglesia anglicana, rompe con Roma, y se di­vorcia de propia autoridad. En cuanto al fondo, se mantiene, si cabe decirlo, ortodoxo, y persigue a los luteranos. Confisca los bienes de los monasterios y clausura éstos, por ser los últimos reductos de la au­toridad papal. El levantamiento popular que esta po­lítica produjo (Peregrinación de Gracia, 1537) es tocado con dureza. Entre tanto, el rey se ha casado secretamente con Ana Bolena (1533), a quien después hace coronar como reina. En 1536 muere su prime­ra esposa, Catalina. Y el 19 de mayo del mismo año hace ejecutar a Ana Bolena por adulterio, y al día siguiente se casa con Juana Seymour. Del primer matrimonio había nacido María; del segundo, Isa­bel; del tercero, Eduardo, que será su sucesor inme­diato. Juana Seymour muere. Enrique se casa en­tonces con Ana de Cleves, y a poco deshace su ma­trimonio. Se casa con Catalina Howard, y después la manda ejecutar por infiel. Finalmente, se casa con Catalina Parr, que se las arregla, como Jerezarda, para salvarse, y aun logra sobrevivir a su terrible esposo. De paso, y según los trances de su política público-doméstica, ha ido desprendiéndose de sus mi­nistros y consejeros: Wolsey, Moro, Cromwell. Es­tos dos mueren decapitados; aquel, preso. Enri­que VIII muere en 1547, y le sucede su hijo Eduar­do VI, que queda bajo el protectorado del conde de Hetford (de la casa Seymour), quien pronto se nom­bra duque de Somerset y hace barón a su hermano Eduardo de Seymour. Este alcanza gran valimiento en la Corte, y el de Somerset le hace ejecutar por cargos de traición al rey. Los nobles se apoderan de la tierra para mantener los ganados, que rinden más que las cosechas, y con esto arruinan y saquean al pueblo. Eduardo VI es ya protestante.

España y el cisma de las naciones (1553-1603).­Reinados de María Tudor y de Isabel (María, hija de Enrique VIII y Catalina, la primera mujer; Isabel, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, la segunda mu­jer). María es católica, y persigue y quema a los pro­testantes; pero no devuelve a la Iglesia su antiguo poder. Sus persecuciones están como simbolizadas en los nombres de los tres mártires de Oxford: Cram­mer, Ridley y Latimer. El primero (1489-1556) fue arzobispo de Cantorbery. El sugirió a Enrique VIII la idea de atenerse, para su proyectado primer divor­cio, no a la autoridad del Papa, sino a la opinión de los letrados de Inglaterra. En adelante, le ayudó siem­pre a deshacerse de sus mujeres. Trabajó después, ba­jo Eduardo VI, por la Reforma, y contribuyó a formar el Libro de Oraciones en lengua inglesa. El segundo (1485-1555) sancionó, como individuo universitario, el primer divorcio de Enrique VIII. Obispo de Worcester, predica la Reforma, por la cual sufre algunos cas­tigos. Bajo Eduardo VI renuncia al episcopado y se dedica a la predicación y beneficencia. El tercero (1500-1555), obispo de Londres, imbuido en las ideas reformistas, fue capellán de Crammer y de Enri­que VIII. Quiso defender las pretensiones de Lady Juana Grey al trono de Inglaterra. María Tudor hizo decapitar a Juana Grey en 1554. En 1558, Inglaterra pierde Calais, bajo el ataque del duque de Guisa. Bajo la reina Isabel, Inglaterra cobra conciencia de su fuerza. Derrota la armada Invencible (1588), y aparece ya como una potencia cismática, al lado de otras naciones del Norte. La reina Isabel fue llama­da la Reina Virgen, sin duda, como dice Dickens, por «el profundo disgusto con que veía que se casara la gente».

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