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de estudio las diferencias entre su propio discurso intragrupal e intergrupal, pueden, en primer lugar, tratar de descubrir los términos y locuciones que, usados sin problemas dentro de la comunidad son, no obstante, focos de disturbio para las discusiones intergrupales. (Las locuciones que no presentan tales dificultades pueden traducirse homofónicamente). Habiendo aislado de la comunidad científica tales ámbitos de dificultad, en un esfuerzo más por dilucidar sus perturbaciones, pueden valerse del vocabulario que diariamente comparten. Es decir, cada uno puede hacer un intento de descubrir lo que el otro mundo ve y dice cuando se le presenta un estímulo que pudiera ser distinto de su propia respuesta verbal. Si pueden contenerse lo suficiente para no explicar un comportamiento anormal como consecuencia de un simple error o de locura, con el tiempo pueden volverse muy buenos pronosti-cadores del comportamiento del otro bando. Cada uno habrá aprendido a traducir la teoría del otro y sus consecuencias a su propio lenguaje y, simultáneamente, a describir en su idioma el mundo al cual se aplica tal teoría. Eso es lo que regularmente hacen (o debieran hacer) los historiadores de la ciencia cuando se enfrentan a teorías científicas anticuadas. Como la traducción, si se continúa, permite a quienes participen en una interrupción de la co- pectos pertinentes de la traducción es Word and Object, de W. V. O. Quine (Cambridge, Mass., y Nueva York, 1969). Caps., I y II. Pero Quine parece considerar que dos hombres que reciben el mismo estímulo deben tener la misma sensación, y por lo tanto tiene poco que decir sobre el grado que debe alcanzar un traductor para describir el mundo al que se aplica el lenguaje interpretado. Para ese último punto véase "Linguistics and Ethnology in Translation Problems", de E. A. Nida en ed. Del Hymes, Language and Culture in Society (Nueva York, 1964), pp. 90-97. POSDATA: 1969 309 municación experimentar vicariamente algunos de los méritos y defectos de los puntos de vista de los otros, ésta es una potente herramienta tanto de transformación como de persuasión. Pero ni aun la persuasión tiene que tener buen éxito, y si lo tiene, no necesariamente irá acompañada o seguida por la conversión. Una importante distinción que sólo recientemente he reconocido por completo es que las dos experiencias de ninguna manera son las mismas. Persuadir a alguien es, convengo en ello, convencerlo de que nuestra opinión es mejor que la suya, y por lo tanto debe remplazaría. Esto se logra, ocasionalmente, sin recurrir a nada parecido a la traducción. En su ausencia, muchas de las explicaciones y enunciados de problemas suscritos por los miembros de un grupo científico resultarán opacos para el otro. Pero cada comunidad lingüística habitualmente puede producir, desde el principio, unos resultados concretos de su investigación que, aunque sean descriptibles en frases comprendidas de la misma manera por los dos grupos, no pueden ser explicados por la otra comunidad en sus propios términos. Si el nuevo punto de vista se sostiene durante un tiempo y sigue siendo útil, los resultados de la investigación verbalizables de esta manera probablemente crecerán en número. Para algunos hombres, tales resultados, por sí mismos, serán decisivos. Pueden decir: no se cómo lo lograron los partidarios de la nueva opinión, pero yo debo aprenderlo; sea lo que fuere lo que están haciendo, claramente tienen razón. Tal reacción resulta particularmente fácil para los hombres que apenas están ingresando en la profesión, pues aún no han adquirido los vocabularios y compromisos especiales de uno u otro grupo. Los argumentos que pueden presentarse en el 310 POSDATA: 1969 vocabulario del que se valen ambos grupos, de la misma manera, sin embargo, generalmente no son decisivos, al menos no lo son hasta una etapa muy tardía de la evolución de las opiniones opuestas. Entre aquellos ya admitidos en la profesión pocos quedarán persuadidos sin recurrir un poco a las comparaciones más generales que permite la traducción. Aunque el precio que hay que pagar habitualmente consiste en frases de gran longitud y complejidad (recuérdese la controversia Proust-Berthollet, que se llevó a cabo sin recurrir al término "elemento"), muchos resultados adicionales de la investigación pueden ser traducidos del idioma de una comunidad al de la otra. Además, al avanzar la traducción, algunos miembros de cada comunidad también pueden empezar vicariamente a comprender cómo una afirmación antes confusa pudo parecer una explicación a los miembros del grupo opuesto. La disponibilidad de técnicas como éstas no garantiza, desde luego, la persuasión. Para la mayoría de la gente, la traducción es un proceso amenazante, totalmente ajeno a la ciencia normal. En todo caso, siempre se dispone de contra argumentos y ninguna regla prescribe cómo debe llegarse a un equilibrio. No obstante, conforme un argumento se apila sobre otro argumento y cuando alguien ha recogido con éxito un reto tras otro, sólo la más ciega obstina-nación podría explicar finalmente una resistencia continuada. Siendo tal el caso, llega a ser de una importancia decisiva un segundo aspecto de la traducción, muy familiar tanto a lingüistas como a historiadores. Traducir una teoría o visión del mundo al propio lenguaje no es hacerla propia. Para ello hay que volverse "completamente indígena", descubrir que se está pensando y trabajando en un POSDATA: 1969 311 idioma que antes era extranjero, no simplemente traduciéndolo; sin embargo, tal transición no es una que un individuo pueda hacer o pueda dejar de hacer por deliberación y gusto, por buenas que sean sus razones para desear hacerla así. En cambio, en algún momento del proceso de aprender a traducir, el individuo encuentra que ya ha ocurrido la transición, que él se ha deslizado al nuevo idioma sin haber tomado ninguna decisión. O bien, como muchos de quienes encontraron por primera vez, digamos, la relatividad o la mecánica cuántica siendo ya de mediana, edad, se encuentra totalmente persuadido de la nueva opinión, pero, sin embargo, incapaz de internalizarla y de sentirse a gusto en el mundo al que ayuda a dar forma. Intelectualmente, tal hombre ya ha hecho su elección, pero la conversión requerida, si ha de ser efectiva, aún lo elude. No obstante, puede valerse de la nueva teoría, pero lo hará así como un extranjero que se hallara en un medio ajeno, como una alternativa de la que dispone tan sólo porque se encuentran allí algunos "indígenas" La labor del hombre es parasitaria de la de ellos, pues aquél carece de la constelación de conjuntos mentales que por medio de la educación adquirirán los futuros miembros de la comunidad. La experiencia de la conversión que yo he comparado a un cambio de Gestalt permanece, por lo tanto, en el núcleo mismo del proceso revolucionario. Buenas razones para la elección ofrecen motivos para la conversión y el clima en que más probablemente ocurrirá ésta. Además, la traducción puede aportar puntos de entrada para la reprogramación neural, que por inescrutable que sea en este momento, debe hallarse subyacente en la conversión. Pero ni unas buenas razones ni la traducción constituyen la conversión y es este proceso el que 312 POSDATA: 1969 tenemos que explicar para comprender una índole esencial de cambio científico. 6. Las revoluciones y el relativismo Una consecuencia de la posición antes delineada ha molestado particularmente a varios de mis críticos.18 Encuentran relativista mi perspectiva, particularmente como está desarrollada en la última sección de este libro. Mis observaciones sobre la traducción ponen en relieve las razones de esta acusación. Los partidarios de distintas teorías son como los miembros de comunidades distintas de cultura-lenguaje. El reconocer el paralelismo sugiere que en algún sentido ambos grupos pueden estar en lo cierto. Aplicada a la cultura y a su desarrollo, tal posición es relativista. Pero aplicada a la ciencia puede no serlo, y en todo caso está muy lejos del mero relativismo en un respecto que mis críticos no han visto. To mados como grupo o en grupos, los practicantes de las ciencias desarrolladas son, como yo he afirmado, fundamentalmente, resolvedores de enigmas. Aunque los valores que a veces despliegan, de elección de teorías se derivan también de otros aspectos de su trabajo, la demostrada capacidad para plantear y para resolver enigmas dados por la naturaleza es, en caso de conflicto de valores, la norma dominante para la mayoría de los miembros dé un grupo científico. Como cualquier otro valor, la capacidad de resolver enigmas resulta equívoca en su aplicación. Los hombres que la comparten pueden diferir, no obstante, en los juicios que hacen basados en su utilización. Pero el comportamiento de una comunidad que la hace 18 "Structure of Scientific Revolutions", de Shapere y Popper en Growth of Knowledge. POSDATA: 1969 313 preeminente será muy distinto del de aquella comunidad que no lo haga. Creo yo que en las ciencias el alto valor atribuido a la capacidad de resolver enigmas tiene las consecuencias siguientes; imagínese un árbol evolutivo que represente el desarrollo de las modernas especialidades científicas a partir de sus orígenes comunes, digamos en la primitiva filosofía naturalista y en las técnicas. Una línea que suba por ese árbol, sin volver nunca atrás, desde el tronco hasta la punta de alguna rama, podría seguir una sucesión de teorías de ascendencia común. Considerando cualesquiera dos de tales teorías elegidas a partir de puntos no demasiado cercanos a su origen, debe ser fácil establecer una lista de normas que puedan capacitar a un observador no comprometido a distinguir las anteriores de la teoría más reciente, una y otra vez. Entre las más útiles se encontrarán la precisión en la predicción, particularmente en la predicción cuantitativa; el equilibrio entre temas esotéricos y cotidianos, y el número de diferentes problemas resueltos. Menos útiles para este propósito, aunque considerables determinantes de la vida científica, serían valores tales como simplicidad, dimensiones y compatibilidad con otras especialidades. Tales listas aún no son las requeridas, pero no tengo duda de que se las puede completar. De ser esto posible, entonces el desarrollo científico, como el biológico, constituye un proceso unidireccional e irreversible. Las teorías científicas posteriores son mejores que las anteriores para resolver enigmas en los medios a menudo totalmente distintos a los que se aplican. Tal no es una posición relativista, y muestra el sentido en el cual sí soy un convencido creyente en el progreso científico. Sin embargo, comparada esta posición con la idea de progreso que hoy prevalece tanto entre 314 POSDATA: 1969 los filósofos de la ciencia como entre los profanos, la posición carece de un elemento esencial. A menudo se considera que una teoría científica es mejor que sus predecesoras, no tan solo en el sentido en que es un instrumento mejor para descubrir y resolver enigmas, sino también porque, de alguna manera, constituye una representación mejor de lo que en realidad es la naturaleza. A menudo se oye decir que las teorías sucesivas crecen aproximándose cada vez más a la verdad. Generalizaciones aparentes como esa no sólo se refieren a la solución de enigmas y a las predicciones concretas derivadas de una teoría, sino, antes bien, a su ontología, es decir, a la unión de las entidades con que la teoría cubre la naturaleza y lo que "realmente está allí". Quizás haya alguna manera de salvar la idea de "verdad" para su aplicación a teorías completas, pero ésta no funcionará. Creo yo que no hay un medio, independiente de teorías, para reconstruir frases como "realmente está allí"; la idea de una unión de la ontología de una teoría y su correspondiente "verdadero" en la naturaleza me parece ahora, en principio, una ilusión; además, como historiador, estoy impresionado por lo improbable de tal opinión. Por ejemplo, no dudo de que la mecánica de Newton es una mejora sobre la de Aristóteles, y que la de Einstein es una mejora sobre la de Newton como instrumento para resolver enigmas. Pero en su sucesión no puedo ver una dirección coherente de desarrollo ontológico. Por el contrario, en algunos aspectos importantes, aunque, desde luego, no en todos, la teoría general de la relatividad, de Einstein, está más cerca de la de Aristóteles que ninguna de las dos de la de Newton. Aunque resulta comprensible la tentación de tildar a tal posición de relativista, a mí tal descripción me resulta errónea. POSDATA: 1969 315 Y, a la inversa, si tal posición es relativismo no puedo ver que el relativista pierda nada necesario para explicar la naturaleza y el desarrollo de las ciencias.19 7. La naturaleza de la ciencia Concluirá con un breve análisis de dos reacciones recurrentes a mi texto original, la primera crítica, la segunda favorable y, creo yo, ninguna de las dos correcta. Aunque ninguna de las dos se relaciona con lo que se ha dicho, ni entre sí. ambas han prevalecido lo suficiente para exigir al menos alguna respuesta. Unos pocos lectores de mi texto original han notado que yo repetidas veces he pasado del modo descriptivo al modo normativo, transición particularmente marcada en pasajes ocasionales que empiezan con "pero eso no es lo que hacen los científicos", y que terminan afirmando que los científicos no deben hacerlo. Algunos críticos afirman que yo he estado confundiendo la descripción con la prescripción, violando así el antiguo y honorable teorema filosófico según el cual "es" no puede implicar "debe ser".20 Sin embargo, tal teorema, en la práctica, ha pasado a no ser más que un marbete, y ya no se le respeta en ninguna parte. Un buen número de filósofos contemporáneos han descubierto importantes contextos en que lo normativo y lo descriptivo quedan inextricablemente entrelazados. "Es" y "debe ser" están lejos de hallarse siempre tan separados como parece. Pero no es necesario recurrir a las sutilezas de la actual filosofía 19 Para uno de los muchos ejemplos véase el ensayo de P. K. Feyerabend en Growth of Knowledge. 20 Must We Mean What We Say? de Stanley Cavell (Nueva York, 1969), cap. I. 316 POSDATA: 1969 lingüística para desentrañar lo que ha parecido confuso en este aspecto de mi posición. Las páginas anteriores presentan un punto de vista o una teoría acerca de la naturaleza de la ciencia y, como otras filosofías de la ciencia, la teoría tiene consecuencias para el modo en que deben proceder los científicos si quieren que su empresa triunfe. Aunque no tiene que ser correcta, como ninguna otra teoría, sí aporta una base legítima para reiterados "debe ser" y "tiene que ser". A la inversa, un conjunto de razones para tomar en serio la teoría es que los científicos, cuyos métodos han sido desarrollados y seleccionados de acuerdo con su éxito, en realidad sí se comportan como la teoría dice que deben hacerlo. Mis generalizaciones descriptivas son prueba de la teoría precisamente, porque también pueden haberse derivado de ella, en tanto que, según otras opiniones de la naturaleza de la ciencia, constituyen un comportamiento anómalo. Creo yo que la circularidad de tal argumento no lo hace vicioso. Las consecuencias del punto de vista que estamos examinando no quedan agotadas por las observaciones en las que se basó al principio. Desde antes de que el libro fuera publicado por primera vez, algunas partes de la teoría que presenta, habían sido para mí una herramienta de gran utilidad para la exploración del comportamiento y el desarrollo científico. La comparación de esta posdata con las páginas del texto original acaso indique que ha seguido desempeñando tal papel. Ningún punto de vista meramente singular puede ofrecer tal guía. A una última reacción a este libro, mi respuesta tiene que ser de índole distinta. Muchos de quienes han encontrado un placer en él lo han encontrado no tanto porque ilumine la ciencia cuanto porque han considerado sus principales POSDATA: 1969 317 tesis aplicables también a muchos otros campos. Veo lo que quieren decir, y no desearía desalentar sus esfuerzos de extender la posición; pero, no obstante, su reacción me ha intrigado. En el grado en que mi libro retrata el desarrollo científico como una sucesión de periodos establecidos por al tradición, puntuados por interrupciones no acumulativas, sus tesis indudablemente son de extensa aplicabilidad. Pero así tenían que serlo, porque son tomadas de otros campos. Los historiadores de la literatura, de la música, de las artes, del desarrollo político y de muchas otras actividades humanas han descrito de la misma manera sus temas. La periodizacipn de acuerdo con interrupciones revolucionarias de estilo, gusto y estructura institucional, ha estado siempre entre sus útiles normales. Si yo he sido original con respecto a conceptos como éstos, ello ha sido, principalmente, por aplicarlos a las ciencias, campo que por lo general, se había supuesto que se desarrollaba de manera distinta. Es concebible que la noción de un paradigma como una realización concreta, un ejemplar, sea una segunda contribución. Por ejemplo, yo sospechaba que algunas de las notorias dificultades que rodean a la noción de estilo en las artes plásticas podrán desvanecerse si puede verse que las pinturas están modeladas unas a partir de otras, y no producidas de conformidad con algunos abstractos cánones de estilo.21 Sin embargo, también pretende este libro establecer otra clase de argumento, que ha resultado menos claramente visible para muchos de mis lectores. Aunque el desarrollo científico puede 21 Para este punto así como para un análisis más amplio de lo que es especial en las ciencias, ver: "Comment [on the Relations of Science and Art]", de T. S. Kuhn, en Comparative Studies in Philosophy and History. XI (1969), pp. 403-12. 318 POSDATA: 1969 parecerse al de otros campos más de lo que a menudo se ha supuesto, también es notablemente distinto. Por ejemplo, decir que la ciencia, al menos después de cierto punto de su desarrollo, progresa de una manera en que no lo hacen otros campos, puede ser completamente erróneo, cualquiera que sea tal progreso. Uno de los objetos del libro fue examinar tales diferencias y empezar a explicarlas. Considérese, por ejemplo, el reiterado hincapié anterior en la ausencia o, como diría yo ahora, en la relativa escasez de escuelas en competencia en la ciencia del desarrollo. O recuérdense mis observaciones acerca del grado en que los miembros de una comunidad científica dada constituyen el único público y son los únicos jueces del trabajo de la comunidad. O piénsese, asimismo, en la naturaleza especial de la educación científica, en la solución de enigmas como objetivo y en el sistema de valores que el grupo de científicos muestra en los periodos de crisis y decisión. El libro aisla otros rasgos de la misma índole, no necesariamente exclusivos de la ciencia pero que, en conjunción, sí colocan aparte tal actividad. Acerca de todos estos rasgos de la ciencia hay mucho más por aprender. Habiendo iniciado esta posdata subrayando la necesidad de estudiar la estructura comunitaria de la ciencia, la terminaré subrayando la necesidad de un estudio similar y, sobre todo, comparativo de las correspondientes comunidades en otros ámbitos. ¿Cómo se elige y cómo se es elegido para miembro de una comunidad particular, sea científica o no? ¿Cuál es el proceso y cuáles son las etapas de la socialización del grupo? ¿Qué ve el grupo, colectivamente, como sus metas? ¿Qué desviaciones, individuales o colectivas, tolerará, y cómo controla la aberración impermisible? una mayor comprensión de POSDATA: 1969 319 la ciencia dependerá de las respuestas a otras clases de preguntas, así como a éstas, pero no hay campo en que se necesite con más urgencia un trabajo ulterior. El conocimiento científico, como el idioma, es, intrínsecamente, la propiedad común de un grupo, o no es nada en absoluto. Para comprender esto necesitaremos conocer las características especiales de los grupos que lo crean y que se valen de él. |