Primera Unidad. Contexto histórico del nacimiento y primer desarrollo de nuestra Congregación






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10. Consejos del Buen Padre sobre educación,

a una hermana del pensionado de Picpus en 1815 *

«La ciencia de las ciencias, la más noble tarea aquí abajo, es formar el corazón de los niños en el amor del bien».

El cuidado de ellos pide una vigilancia y una actividad de todos los instantes, experiencia y tacto.

Dio deje nunca solos a los alumnos, con ningún pretexto, pero cuide sus acciones sin parecer que se sospecha que son capaces de hacer mal.

Disculpe sus defectos tomando los medios para corregirlos. Si hay una acción que ofende a Dios, hable al niño en particular y por la razón confesará su falta, se arrepentirá y aún convendrá que merece algún castigo.

Cuando se habla demasiado de sus defectos, sin darse el trabajo de desarrollar las cualidades contrarias, se los desalienta y a menudo se echan a perder las mejores naturalezas. Enseñe lo que deben hacer más que lo que deben evitar. Cuando se les muestra lo bello y lo bueno, ellos se adhieren: con dulzura se les puede presentar la vida de los santos y grandes personas y las actitudes de amabilidad, respeto, de gracia hacia sus padres y profesores. El niño reflexionará, y el bien le parecerá hermoso, atrayente, fácil de vivir ... No basta con reprender: eres así o asá... porque señalando los defectos les esconde la solución, el camino para mejorar...

Mucha severidad con el niño lo hace disimulado irritable, envidioso, y le quita esa cándida sencillez, el más bello ornato de su edad.

Evite toda preferencia: todos los niños deben serles igualmente queridos, los padres les ceden el cuidado de lo más preciosos que tienen; son un depósito sagrado del cual usted es depositaria. Tienen derecho de encontrar en usted bondad, cuidados, ternura material de la cual están privadas por el momento. Esto con respeto y sin zalamerías, ni mimos excesivos, etc.

Cultiven el corazón de los jóvenes y no descuiden nada para embellecerlos con todas las cualidades y las virtudes sin las cuales la instrucción es algo vacío que no fomenta sino el orgullo y la ambición.

Demasiada debilidad con los niños los hace indolentes, saben que todo les será aprobado. Es preferible la firmeza justa e igual unida a la bondad.

Una gran unión, vínculo de la caridad, debe reinar entre los maestros si se quiere hacer el bien. Sin eso se trabaja en vano. El ojo de un niño percibe más de lo que se prevé y las impresiones se graban en su espíritu para toda la vida. Una falta cometida en su presencia produce mayor mal que en una persona con criterio. Jesús nos precavió contra el escandalizar a un niño.

Es en el recreo, en los juegos, que el niño se muestra tal cual es. No hay contrainte y son espontáneas: que este es amable, el otro alegre, o dominante, etc... Observándolos se puede conocerlos bien, incluso lo que viven en sus casas, lo que serán más tarde ...

Todo el futuro depende de esta educación en la infancia.

Acostúmbrelos a rezar con respeto y atención. Una oración corta es preferible para evitar el aburrimiento y la falta de respeto por las cosas santas. Es la oración del corazón y no de los labios que es agradable a Dios. El mira el corazón del que reza, no las palabras. Cuando usted tenga una corrección que hacer a los alumnos, eleve su corazón a Dios, invoque a María hacia la cual usted debe tener enorme confianza.

11. Memoria del Buen Padre sobre el título de Celadores

(6 diciembre 1816) *

Desde hace cerca de medio siglo, una falsa y odiosa filosofía, ocupada siempre en combatir la religión, ha conseguido apagar en casi todos los corazones el celo por la gloria de Dios. Este hermoso celo por la Casa del Señor que inflamaba al Rey - Profeta, hoy es desconocido en general. Se encuentran por todas partes cristianos infieles o cobardes, que olvidan los deberes del cristianismo o los cumplen sólo con una floja tibieza. Incluso las expresiones que recuerdan la religión van descartándose de la sociedad. Las enfáticas palabras humanidad y filantropía han reemplazado al hermoso nombre de caridad cristiana. Todavía se habla. alguna vez de respeto al Ser Supremo, pero ya no se sabe ni lo que significa el amor de Dios.

En semejantes circunstancias, porque queremos que los hombres vuelvan a la confianza y al amor de Jesucristo, y entregados por nuestros votos a esta buena obra, hemos tenido que elegir un nombre que por si mismo pueda llamar la atención de las mentes e impulsarlas a mejores sentimientos; que pueda hacerlas comprender que deben abrir sus corazones a una llama divina, y elevar hacia el cielo los ojos, tanto tiempo dirigidos a la tierra.

Esta es la razón por la que hemos adoptado el nombre de celadores. Sabemos que este nombre había sido antes empleado por una secta sanguinaria, pero esta secta, hija del judaísmo, no ha tenido nunca relación alguna con la religión de Jesucristo. No apareció más que algunos años en la época de la destrucción de Jerusalén, y cuando la nueva Alianza ya había reemplazado a las sombras de la antigua Ley. Nunca en la Iglesia se atrevió ninguna herejía a darse el nombre de Celadores. Por tanto este nombre específico de nuestro Instituto, no puede ser susceptible de ninguna interpretación negativa. No se puede aplicar en modo alguno a ninguna secta extraña, y menos a una secta olvidada desde hace casi mil ochocientos anos.

El título de celadores presenta además grandes ventajas en relación con el fin que nos proponemos conseguir: el de la santificación de las almas por la propagación de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Si uno se penetra realmente de la ternura del Corazón de Jesús por la salvación de los hombres, ¿puede dejar de inflamarse en celo por responder al amor de tan buen Maestro? Si se piensa en el cariño maternal del Corazón de María hacia los hombres, hechos hijos suyos en la persona de San Juan ¿podría uno no sentir su alma abrasada en santo celo para honrar a la Virgen de las vírgenes? He aquí, pues, lo que encierra el nombre de celadores.

Podría decir lo mismo considerando nuestro Instituto en sí mismo y en relación con los miembros que lo componen. Necesitamos un nombre que recuerde cada día a nuestros hermanos sus deberes y obligaciones, que les haga recordar a cada instante que deben sacrificarse por el celo por el Señor; que faltarán a su voto más esencial si quieren vivir sólo para sí mismos y no trabajar por la salvación de sus hermanos; que sólo han de volver al silencio del claustro para adquirir nuevas fuerzas, a fin de combatir con más valor contra los enemigos de la religión; que su vocación es el celo, y un celo ardiente. Esto es lo que deberán pensar los miembros de nuestro Instituto, lo que no podrán olvidar cuando se nombren con el título de celadores. Su propio nombre gritaría contra ellos como las piedras del santuario, si no cumpliesen los deberes que les impone. Sería un continuo reproche a su conciencia (que acabaría por sacarlos de un culpable bloqueo) si llegasen un día a adormecerse en una cómoda ociosidad.

Las mismas observaciones a nuestras Hermanas, y con más fuerza aún. Inclinadas por naturaleza a entregarse a las dulzuras de la contemplación, las hijas de Sión tratarían pronto de eludir el penoso cuidado de la educación de la juventud, si su nombre de celadoras no les recondujese sin cesar a las obligaciones de una caridad más amplia.

La Congregación de obispos y Regulares ha creído oportuno consultar al Sr. Cura Párroco de Astros. Este piadoso y sabio eclesiástico ha tenido dos veces ante sus ojos nuestras Constituciones; nosotros mismos las hemos sometido a su aprobación en el mes de Septiembre; la Congregación se las ha enviado en el mes de Octubre. Y no ha puesto ninguna dificultad a esta denominación de celadores y celadoras. Y eso que él estaba in situ, y por tanto en mejores condiciones de juzgar si podría haber algún inconveniente en elegir este título. ¿Por qué, pues, quieren negarnos la gracia de conservar un nombre con el cual este eclesiástico ha creído que debía aprobar nuestras Constituciones y nuestros Estatutos?

Séame permitido observar que el título de celador se emplea con frecuencia en los libros de piedad. Tenemos un Oficio de Parvo del Corazón de María, impreso hace más de medio siglo y extendido por toda Francia, en el que se da al Corazón de María el nombre de "Celador de los corazones": "zelator alme cordíum" (esta expresión se encuentra en el himno de Nona). En otro libro, no menos extendido, se invita a los piadosos lectores a unirse al Corazón de Jesús. Se los representa por los símbolos de los diferentes sentimientos que debe producir la devoción al Corazón de Jesús: se nombra el alma amante, el alma compasiva, el alma inflamada, y especialmente el alma celadora. Este título no resulta, pues, extraño a las personas piadosas.

Añadiré una última reflexión: la Consagración a los Sagrados Corazones de Jesús y da María es el fundamento de nuestro Instituto. Tenemos mucho interés en mantener en el nombre mismo de nuestra sociedad religiosa, un recuerdo de esta consagración. Bajo este título de celadores hemos soportado con alegría más de veinte años de persecuciones y de inquietudes. Es nuestro consuelo, nuestra felicidad, y - me atrevería a decir - nuestra fuerza y nuestro apoyo. ¿Por qué nos obligarían a suprimir en tiempo de calma un nombre que nos ha mantenido en la tempestad?

Fundándome en todos estos motivos, que tengo el honor de someter a la Congregación de Obispos y Regulares, ruego se nos mantenga el nombre de

Celadores y celadoras

del amor de los Sagrados Corazones de Jesús y de María,

adoradores perpetuos del Sagrado Corazón de Jesús

en el Santísimo Sacramento del altar

Hno. M. J. Coudrin,

Superior General y, protonotario apostólico.

12. Memoria del Buen Padre sobre el titulo de Adoradores

(27 diciembre 1816) *

En la última Memoria que he tenido el honor de dirigir a esa Congregación de Obispos y regulares (6 de Diciembre), me ocupé especialmente de justificar nuestro título de celadores. No cité entonces. ni las letanías del Santo Nombre de Jesús, ni las de la Infancia del Señor, letanías que están en uso en todo el mundo cristiano: en ellas nuestro Salvador es llamado Celador de las almas, Niño celador de la gloria de su Padre . Y no lo he citado porque tenía que demostrar, no que ese título convenía al Hijo de Dios, sino que se le daba igualmente a los fieles.

Hubiera podido también añadir que, no solamente hemos soportado bajo este nombre 'el peso del día y del calor' durante 22 años de turbaciones y tormentas, sino que además con este nombre 'eramos conocidos en Francia. Últimamente nuestras Hermanas como celadoras acaban de invitar a todos los cristianos a unirse a ellas en la oración para aplacar la cólera de Dios y atraer sus misericordias sobre la Iglesia y sobre el Estado. No debe extrañar que no hayamos unidos nuestro nombre al de las Hermanas en el impreso que sé ha publicado: la multiplicidad de las ocupaciones de los Celadores no les ha permitido' hasta ahora establecer la Adoración Perpetua. Nuestro Hermano Hilarión lo había indicado ya en su primera Memoria del 7 de Diciembre de 1814.

Pienso que la denominación de Adoradores y adoratrices perpetuas del Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento del altar no puede tener la menor dificultad. Explica de una manera especial, tanto nuestra consagración al Corazón de Jesús, como el homenaje que se le rinde día y noche en el Sacramento de la Eucaristía para reparar la ingratitud y malicia de los hombres. Incluso antes de la Revolución, una comunidad religiosa se habla consagrado ya a la Adoración Perpetua del Sagrado Corazón de Jesús. En 1779 las religiosas de Sainte-Aure, en la calle nueva de Ste. Geneviève en París, tomaron la resolución de establecer en su Iglesia la Adoración Perpetua del Sagrado Corazón de Jesús. El 30 de Junio recibieron la debida autorización de Mons. De Beaumont, arzobispo de París. Este Prelado -más ilustre aún por sus virtudes apostólicas y por su inquebrantable firmeza en la defensa de la fe, que por la dignidad de su cargo- aprobó su propósito: "Estoy muy edificado, dijo, de su fervor y su celo en emplear todos los medios que la religión les proporciona, para alimentar su sólida piedad y conducir a la perfección religiosa". Tal aprobación concedida a las Adoratrices del Sagrado Corazón por un Pontífice venerable, tiene sin duda un gran peso para justificar esta denominación.

Fortalecidas con esta autorización, las religiosas de Sainte-Aure se consagraron el 1 de Julio de 1779 a la Adoración Perpetua al Sagrado Corazón de día y de noche. El Acta fue firmada el 6 de Julio por las cincuenta religiosas que componían esa comunidad.

Más tarde, las Adoratrices del Sagrado Corazón de Jesús, pidieron indulgencias a S.S. Pío VI, de gloriosa memoria, y les fueron concedidas a perpetuidad por un Breve del 13 de abril de 1785. Mons. de Juigné, sucesor de Mons. de Beaumont, permitió en su Diócesis la ejecución de este Breve apostólico, el 27 de mayo del mismo año.

Desgraciadamente, esta institución ha sido destruida como tantas otras. La revolución ha dispersado a las Adoratrices de Sainte~Aure, y la comunidad ya no existe. Nosotros tendemos al mismo fin: nuestras Hermanas practican desde hace 22 años lo que en Sainte-Aure sólo pudo mantenerse 13. y lo practican, no en una casa, sino en ocho casas diferentes. Esperan extender a otros lugares este santo ejercicio, puesto que ya les han pedido nuevos establecimientos. Su número aumenta cada día.

Nosotros mismos confiamos también en que pronto podremos añadir la Adoración Perpetua del Sagrado Corazón, a nuestros trabajos apostólicos. La casa de París cuenta actualmente, ella sola, con veintiún profesos y diecisiete novicios. Varios postulantes van a comenzar próximamente el Noviciado.

Séame permitido pensar y decir que: los que vengan después de nosotros, atribuirán sin duda algún valor al hecho de llevar el mismo nombre que se adoptó al comienzo del Instituto. Este nombre les recordará, si no el celo y el valor de los que constituyeron esta piadosa empresa en medio de los horrores de la Revolución, al menos la bondad de esta Providencia que nos ha conservado en medio de todos los peligros, y que nos sigue concediendo pruebas de su misericordia.

Yo ruego a la Congregación de Obispos y Regulares que tome en consideración todos estos motivos. Los Eminentísimos Cardenales miembros de esa Congregación, pueden contar, no solamente con nuestra gratitud, sino también con el agradecimiento de todos los que en el futuro lleven este nombre de

Celadores y celadoras

del amor de los Sagrados Corazones de Jesús y de María,

adoradores perpetuos del Sagrado Corazón

en el Santísimo Sacramento del altar

Hno. M. J. Coudrin,

Superior General y Protonotario apostólico.

Pauta de

evaluación general

1. En los textos originales que figuran al fin del módulo: ¿Cuál percibes más cercano a nuestra manera actual de entender la espiritualidad? ¿Cuáles te han llamado la atención? ¿Cuál te ha parecido novedoso, por qué? ¿Cuáles te han llamado la atención? Ensaya en redactar algunos párrafos de ellos en forma comprensible por la sensibilidad de los formandos de hoy (lenguaje, conceptos).

2. ¿Hay algún aspecto en la historia SS.CC. que te era totalmente desconocida? ¿Qué te parece necesitas estudiar? Anótalas y comienza desde ya a buscar bibliografía. Ya te darás el tiempo. Si quieres...

Bibliografía sobre la Congregación (en castellano)

1. Congregación en General

Ábalos, Fernando Misioneros en acción. Madrid: Editorial Reinado Social 1976. 287pp.

Bradley Patrick Un mundo más justo en solidaridad con los pobres. Roma: 1983. 52pp.

Bradley Patrick Comunión en la misión. Roma: 1985. 96pp.

Bradley Patrick Conversión continua. Vivir hoy nuestra identidad SS.CC. Roma: 1987. 106pp.

Bradley Patrick Nuestra vocación y misión SS.CC. a la luz de nuestras Constituciones. Roma: 1992. 223pp.

González, Juan Vicente El Padre Coudrin, la Madre Aymer y su comunidad. Roma: 1978 (Etudes picpusiennes 8) 601pp.

González, Juan Vicente Hemos creído en el amor. Para una mejor formulación de nuestro carisma. Santiago de Chile: 1982. 95pp.

Hulselmans Antonio El capítulo preliminar de la Regla. 1963.

Rademaker Cor Llamados a servir. La Congregación de los SS.CC. (1800-1987). 1989. 369pp.

Silva Diego En torno a nuestra condición de religiosos de los Sagrados Corazones hoy en América Latina. Santiago de Chile: 1982
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