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24. (Después del 6 de enero de 1803 - Mende) Al Buen Padre. El 5 de enero, quedé un poco asustada de lo que usted nos dijo del Prefecto. En la noche pregunté al Buen Dios, de todas las maneras, lo que sería; creí ver bien que no nos pasaría nada que nos pueda dañar verdaderamente, ya que veía a esos caballeros pasearse en la casa de enfrente; pero veía siempre al Prefecto en mala disposición y tenía miedo de alguna pena para usted. Rezaba fuertemente al Buen Dios para cambiarla. Repentinamente, veo por primera vez a la pequeña María que me dice: “Buena Madre, no tenga miedo, avance siempre, no le pueden hacer daño: tendrá sustos, inquietudes, pero no molestias reales”. El tono seguro y el semblante calmado que ella tenía me repuso, oraba tranquilamente al Buen Dios. El sentimiento de su presencia se adueñó totalmente de mí que no puedo decir nada sino que he visto la fiesta de los Reyes en el Cielo; esta visión dejó una impresión en mi alma que no se borrará jamás. No puedo dar razón de nada, sino que es en este día que el Buen Dios nos adoptó por sus hijos y que nos dio la fe; que todos los cristianos deben pasar este día en la alegría y el agradecimiento de este inestimable favor; que se debe pedir la conservación y el aumento de la fe; que hay que invocar particularmente a los tres Santos Reyes en las tentaciones contra esta virtud. Vi, como en Poitiers, al rey a los pies de la Santísima Virgen; pero a continuación vi un gran disturbio en París, no es él quien lo causa: hay gente pagada en todos los barrios. He visto correos repartidos en todas las provincias; no he podido saber el resultado. El Prefecto, aquí, hacía los cien pasos, parecía tener una inquietud y un furor espantosos. Todo el día 6 he visto a París en una agitación sorda que nos presagiaba una explosión: se necesitaba rezar mucho. En fin, por la tarde, vi que el alboroto empezaría a las nueve; veía ir los sables y las espadas. En la noche, vi que la conspiración había sido descubierta, sólo había estallado en un rincón de París, que había algunas personas presas, que todo estaba tranquilo, pero que había que rezar mucho. 25. Viernes 7 (enero de 1803). Al Buen Padre Necesitaría más sencillez de la que tengo para dar una cuenta justa de lo que he visto; diré siempre lo más esencial. En la tarde fui a hacer mi hora; me encontré tomada con el Buen Dios. Renové mis resoluciones e hice diferentes sacrificios que el Buen Dios tuvo a bien aceptar. Es en este momento que el Buen Dios me hizo conocer que, desde siempre, lo había destinado a usted a realizar su obra. Desde su más tierna infancia a usted le gustaba rezar al Buen Dios, aprender su religión, hablar de ella. Es entre los 9 y 10 años que su vocación por el estado eclesiástico estaba enteramente decidida; y quizá, aunque usted no se recuerde, es a esta edad que usted se ha consagrado al Buen Dios; es uno de esos movimientos de fervor sin reflexión que no tienen siempre continuación, pero de los cuales a menudo el Buen Dios toma en serio: de eso es usted una prueba. Es entre 1 os 14 y 15 años que, voluntariamente, con reflexión, usted se ha entregado al Buen Dios; y es en este momento que Él decretó que usted sería superior de los Celadores y Celadoras. He visto una multitud de ellos propagarse en toda Francia, luego en todo el universo. No puedo explicarle todo lo que el Buen Dios me ha hecho conocer en relación a la devoción a su Divino Corazón; todo lo que puedo decir, es que ha hecho conocer esta devoción por las Damas de la Visitación, en un momento penoso para la religión a causa de las herejías y del desorden general. Los hombres no han correspondido a este primer favor; lo escoge a usted de nuevo para establecer una nueva Orden que se consagre: por una parte a hacer conocer y extender, restablecer el reino de Dios en los corazones, por medio de la devoción a los sufrimientos del suyo; por otra parte, destinada a adorar, a reparar en cuanto sea posible, los ultrajes que ha recibido, por una vida de inmolación y sacrificios. Esta Orden se establecerá a pesar de las persecuciones que tengamos: está en los designios de Dios; es la última gracia que hace a los hombres antes del fin del mundo. Manifesté al Buen Dios que tendríamos mucho que sufrir, que quizás nos desanimaríamos, sobre todo usted; entonces Don Agustín me ha sido mostrado; he visto los diferentes fracasos que tuvo, particularmente uno que parecía no dejarle más esperanzas; su deseo del restablecimiento de su Orden, su confianza en Dios que le hizo aceptar todo y lo ha sostenido. Usted tendrá mucho menos trabajo que él y tendrá éxito. Se debe al sacrificio que ha hecho Monseñor, de dejar al señor Cardenal de... , la gracia de habernos encontrado y de haber sido escogido para ser nuestro protector. Es desde este momento que el Buen Dios le ha dado gracias particulares que lo han sostenido en las diferentes desgracias que ha sufrido; es también en aquel momento que el Buen Dios lo destinó a una perfección más que ordinaria. Es usted quien debe facilitarle y suavizarle los medios para llegar allí. Debo decir también que el gran cariño que usted tomó por él en Poitiers, la confianza que ha tenido en ponerlo al corriente de nuestros asuntos, le han obtenido muchas gracias. En fin, he visto que viviría mucho tiempo y que tendría un lugar distinguido en el cielo. He visto también que un Arzobispo muy recomendable nos protegía de una manera particular. A pesar de todo, es Monseñor quien debe obtener del Papa lo que nos es necesario: él es nuestro Padre. Es la señorita Suzette quien debía ayudarlo; es por eso que la pequeña empleada la llevó a su casa; luego la señorita Bert, luego la señorita de Cursai; luego la señorita Marsault, en fin, yo. Desde el instante de mi conversión, fui destinada a entrar en esta Orden: he aquí por qué, sin conocerlo, no me gustaba el señor Henri. Fui a confesarme con el señor Fauvette; si hubiera continuado me habría quedado en el mundo; por eso el Buen Dios lo hizo partir. Cuando me dejó, yo estaba sacudida por los acontecimientos pero no convertida; es a usted solo que debo esta gracia. Cuando estableció la Adoración en el Molino y medio una hora, sin que usted se diera cuenta, fijó mi destino pero no debía ser sino en segundo plano. Fue en San Pedro, el día del gran Sagrado Corazón, que fue decidido que yo estaría en primer lugar. 8. La intuición educadora de la Buena Madre * Que los niños sean felices con nosotros. Que nos quieran y para eso que nos conozcan: estar mucho con ellos, darles nuestro tiempo. Ocuparse de todas sus cosas. Acostumbrarlos con uno. Conversar con ellos, hablarles y dejar que se expresen para que desarrollen su lenguaje, su trato social, ese trato encantador de un niño con su natural alegría. Mimarlos hace bien a su desarrollo físico y moral (psicológico). Dejarlos en libertad, expresarse sin presiones. Dejarlo ser él mismo. Respetar su espontaneidad. A los niños les sienta bien ser unos diablillos. El trato con bondad y dulzura les permite que sean eso: niños, “a sus anchas". De ahí su verdadero encanto. Que las hermanas las quieran, que tengan con ellas esos grandes y pequeños cuidados a toda hora. Las arreglen bien y bonitas. Las maestras deben hacerse querer para que los niños se sientan cómodos. El método es: dulzura, firmeza y afabilidad. Normas claras sí. No prometer castigos que no se cumplan. Amenazar raramente. Poner en penitencia (castigar) pero nunca golpear (hay que quemar todos los látigos). Reprender muy poco, pues cuando se les está molestando se vuelven autómatas. Tenemos que vivir vida de familia, sencilla y austera. La superiora debe suavizar todo ante personas demasiado severas y demasiado escrupulosas. Algunas hermanas se empeñan más en que las niñas estén tranquilas, que en que aprendan. El trabajo tiene que estar bien programado. Las niñas deben ser bien instruida y de buen aspecto. Que hablen y se expresen bien. Todo debe estar limpio, hecho con dedicación. Eso especialmente en las clases para los pobres (clase gratuita, externas, niñas de las parroquias. Siempre primero la clase gratuita. Los pensionados fueron sostenidos con gran dificultad (literalmente las hermanas se sacaban el pan de la boca para las niñas). Tenían que adaptarse a los recursos posibles. Experimentaron muchas necesidades. Organización flexible, adaptada paulatinamente. Hay que recordar que la educación de la Buena Madre, como de casi todas las mujeres de su tiempo, fue muy informal y basada en costumbres, pero con valores cristianos y humanos firmes propios de familias de mucho raigambre. La Buena Madre se puso a organizar sus colegios guiada por su sentido común y práctico. Tuvo que adaptarse a las hermanas que tenía y muchas veces se queja de la falta de hermanas que supieran enseñar. Eso junto con muchas otras que formaron generaciones de jóvenes tanto en Francia como en América. El gobierno de Napoleón, que controló tanto la educación, dejó libre a la Congregación, pues decía que «no le preocupaba esta gente que se arruina por los pobres». Eso evitó muchas persecuciones. 9. Primera Memoria del P. Hilarión Lucas (7 diciembre 1814) * Memoria acerca del Instituto de Hermanos y Hermanas de la Orden de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, fundado en Francia por el Padre Marie–Joseph–Pierre Coudrin. Cuando una sangrienta persecución asolaba a la Iglesia de Francia, en 1704, algunas señoras piadosas se reunieron en la ciudad de Poitiers para implorar la misericordia del Señor en el silencio y las lágrimas. Se pusieron bajo la protección de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Se sometieron a rigurosos ayunos y a una perpetua abstinencia, salvo caso de enfermedad. Los Superiores eclesiásticos les habían autorizado a tener el Santísimo Sacramento en su casa. Su ocupación habitual era ésta: llorar ante el Sagrario por las desgracias de la Iglesia y el Estado, invocar al Sagrado Corazón de Jesús, solicitar con fervorosas oraciones la protección del Sagrado Corazón de María. Casi desde el comienzo, y cuando el Terror era más violento, el sacerdote Coudrin se encargó de dirigir esta pequeña reunión. Había recibido la ordenación sacerdotal en París, en el mes de marzo de 1792. El Rvdo. Obispo de Clermont, Monseñor de Bonnal, de gloriosa memoria, le había impuesto las manos. Dedicaba todo su tiempo a los penosos trabajos de su ministerio. De día predicaba, confesaba, celebraba el Santo Sacrificio en las casas de los católicos; de noche visitaba a los enfermos y consiguió incluso varia veces entrar en las cárceles para prodigar allí los consuelos del cristianismo a las desgraciadas víctimas de la anarquía. Los agentes de la policía pusieron precio a su cabeza. Pero el Señor no permitió que cayese en sus manos, a pesar de que administraba la confesión a más de mil quinientos católicos en Poitiers y sus alrededores. Este era el eclesiástico que se puso al frente de este pequeño grupo de señoras piadosas, entregadas al servicio del Señor. Esta reunión, tan débil en apariencia, fue la cuna de nuestro Instituto. Al principio se componía solamente de cuatro o cinco personas, y la activa vigilancia de un gobierno antirreligioso impedía que se añadieran otras más. Tras la muerte de Robespierre, el número de Hermanas aumentó. El grupo adquirió entonces alguna consistencia. Se establecieron algunas prácticas regulares, se recitaba en común el Oficio de la Virgen, reemplazado luego por el Breviario de la Diócesis. Se estableció la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento en reparación de las injurias hechas al Corazón de Jesús por la malicia de los hombres. La casa fue desde entonces una comunidad, aunque sin compromisos adquiridos. Se necesitaba una Superiora. Las Hermanas, reunidas en Capítulo, nombraron a Mme. Henriette Aymer de la Chevalerie, Canonesa de Malta, sobrina de los Obispos de Saint-Claude y de Châlon-sur-Saône. Su piedad, su celo, su fervor, le habían conquistado para siempre la confianza de su comunidad. Unía a estas virtudes grandes talentos y un carácter dulce y firme. Fue entonces cuando surgió el proyecto de una institución que en adelante pudiese ser útil a la Iglesia. Se decidió establecer una Congregación destinada a extender la fe, propagar la devoción al Divino Corazón de Jesús y al Corazón sagrado de María, a reparar por la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento del Altar los ultrajes hechos a Su Divina Majestad, a educar a los niños y formarlos en la piedad y la virtud. Se consagró el Instituto de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Recibió como patrono a San José. Reconocieron como protectores a los Santos Pacomio, Agustín, Domingo y Bernardo: S. Pacomio, porque fue el primero entre los abades de la Tebaida que educó niños en su monasterio; S. Agustín a causa de su ardiente celo por la gloria del Señor; Sto. Domingo porque él y su Orden, se habían consagrado a combatir la herejía; y finalmente S. Bernardo por las grandes conversiones que había logrado dentro y fuera del claustro, y porque presentaba un precioso modelo de vida apostólica y religiosa. Se adoptó la Regla de nuestro Bienaventurado Padre San Benito, pero con algunas modificaciones relacionadas con el fin específico de nuestro Instituto. Para recordar más fácilmente a los miembros de este Instituto toda la extensión de sus obligaciones, se les dio como modelo a nuestro Señor, en sus cuatro edades: su infancia, su vida oculta, su vida apostólica, y su vida crucificada. Llamo vida apostólica de nuestro Señor a los años que él consagró a predicar su evangelio, para lo que había sido enviado por su Padre celestial. Nuestras Hermanas, al educar a las niñas, podían recordar la infancia de Jesucristo. Imitaban su vida oculta por la Adoración Perpetua al Smo. Sacramento y por el espíritu de recogimiento. Se acercaban a su vida crucificada, en cuanto su debilidad humana se lo permitía, por la mortificación de los sentidos interiores y externos, y por las prácticas austeras de penitencia. Había que reproducir también la vida apostólica del Hombre-Dios: Mr. Coudrin decidió establecer para ello una Congregación de hombres, que. formaran una misma Orden con la Congregación de las Hermanas, y, se consagraran totalmente como ellas, a los Corazones de Jesús y de María. Se trataba de continuar en la rama masculina lo que ya se practicaba en la femenina, añadiendo las misiones y todas las ocupaciones del sagrado misterio. Semejante establecimiento era de la mayor utilidad, sobre todo en las desgraciadas circunstancias en que se encontraba la Iglesia. Después de haberlo experimentado durante largo tiempo, nuestras Hermanas de Poitiers resolvieron comprometerse mediante vínculos sagrados. Hicieron primeramente votos por un año, tras haber obtenido el consentimiento de los Superiores eclesiásticos. Ya el Directorio había emprendido una nueva persecución, cuya víctima fue el inmortal Pío VI. Nuestras Hermanas tuvieron que sufrir mucho. Se hicieron frecuentes registros en la casa en nombre de la policía. Al final, incluso se había decidido disolverlas. Pero el Señor, que no abandona nunca a los que esperan en El, les protegió una vez más; y aunque la pequeña comunidad fue el refugio del abate Coudrin y de todos los sacerdotes que huían del furor de los impíos, el cielo no permitió nunca que ninguno de ellos fuera descubierto. Llenas de confianza en el Señor, que les daba tales pruebas de su protección, nuestras Hermanas decidieron recibir en su casa y educar gratuitamente a algunas niñas pobres, para inspirarles el cariño a la religión y el amor al Señor. Doce jóvenes fueron recibidas así en la comunidad. Un velo negro distinguía a las novicias. Así fue como, poco a poco, comenzaron a realizarse los proyectos que se hablan concebido. Algunos jóvenes (dos de los cuales aspiraban al estado eclesiástico, a pesar de la persecución, se habían reunido en torno al abate Coudrin, hablan adoptado sus proyectos y habían prometido colaborar con ellos con todos sus medios. Se reflexiona con madurez y se les puso a prueba. El 20 de Octubre de 1800 se tomaron resoluciones más precisas, pero todavía sin compromisos. Se recibieron algunos novicios. El 2 de febrero de 1801 se fundó realmente la sociedad. Mr. Coudrin se comprometió por los votos con el nombre de Marie-Joseph. Los Hermanos Isidore e Hilarion siguieron su ejemplo. Nuestras Hermanas pronunciaron el mismo día compromisos perpetuos. Pocos días después, el Hermano Isidore fue a Lyon con obediencia, y allí le ordenó como sacerdote Monseñor el Arzobispo de Viena, hoy Arzobispo de Bordeaux. Este respetable prelado, que había recibido de Pío VI señales de una distinguida consideración, se dignó alabar nuestros primeros esfuerzos, y ha continuado siempre dándonos pruebas de su benevolencia. El Directorio ya no existía: acababa de ser sustituido por el Gobierno Consular. Se hablaba ya de un proyecto de reconciliación entre la Santa Sede y Francia, tan largo tiempo desgarrada por la herejía. Cuando se promulgó el Concordato del 15 de agosto de 1801, nuevos Pastores, establecidos por el Sucesor de Pedro, reemplazaron a nuestros ancianos Pontífices: entonces los Hermanos de los Sagrados Corazones, fieles a sus obligaciones, consideraron un deber reconocer a los Obispos que el Jefe de la Iglesia acababa de dar a Francia, y mantuvieron en el fondo de su alma una inquebrantable lealtad hacia los hijos de San Luis. En el interior de nuestras casas se rezó sin cesar por la familia de nuestros legítimos soberanos. A todos nuestros alumnos se les inculcó un sentimiento de profundo respeto hacia el Soberano Pontífice, y un deseo de volver a ver a Luis XVIII en el trono de sus abuelos. Es ésta una realidad que podemos probar por el testimonio -unánime de nuestros alumnos en todas partes en donde hemos tenido casas. El mismo espíritu animaba a nuestras Hermanas y guiaba su conducta. Para esta doble Congregación de hombres y mujeres, teníamos ya en Poitiers dos casas cuya propiedad era nuestra. Una era una herencia, la otra la habíamos comprado. Creo que debo hacer constar que siempre hemos subsistido por nuestros propios medios-, los miembros de la Congregación han sacrificado sus posesiones para esta buena obra. En el mes de abril, Monseñor Rohan-Chabot, antiguo obispo de Saint-Claude, fue nombrado para la Sede de Mende. La Superiora General era su sobrina. La invitó a abrir una casa en su Diócesis. y se llevó con él a Mr. Coudrin, a quien hizo su Vicario General. Nuestras Hermanas compraron una casa. Numerosos novicios aumentaron la rama de los hombres, a la que se le confió el Seminario. Algunos nuevos profesos fueron enviados a la casa de Poitiers. Conocedor del bien que nuestra Institución realizaba en Mende, el Obispo de Cahors invitó a las Hermanas a venir a su Diócesis. Estas llegaron allí en 1803, y el Prefecto mismo les cedió una casa. Dio otra para los Hermanos, que poco tiempo después también se establecieron allí. Es éste el momento de advertir que al mismo tiempo fundamos escuelas gratuitas en favor de los pobres: nuestros medios no nos permitían recibir gratuitamente en nuestras casa más que un número muy reducido de alumnos, y queríamos ser útiles a todos: abrimos entonces escuelas gratuitas para los niños pobres de ambos sexos. Nuestras Hermanas formaban a las niñas en la religión, y les enseñaban a leer y escribir. Nosotros hacíamos los mismo con los niños. Había además una clase de familias honradas que no podían pagar una pensión para sus hijos, y que por otra parte, se habrían sentido violentos al verse en la clase de los pobres. Convenía respetar este sentimiento, y deseábamos que esta parte de la sociedad tampoco estuviera ausente de nuestro celo. Por ello en algunas casas, como Seez y Le Mans, se abrió una clase externa de pago. En 1804 Mons. de Rohan-Chabot, cansado de ver un gobierno desconfiado, que ponía constantemente dificultades para el bien que se quería hacer en su Diócesis, presentó su dimisión. El mismo año se fundó la casa de Paris, que ha sido desde entonces el centro de la Orden, y donde han residido siempre nuestro Superior General y la Superiora General de las Hermanas. Desde hace varios años, algunas personas distinguidas de esta capital habían comprado en la calle de Picpus, no lejos de la Barriére du Thrône, los restos de un antiguo monasterio de Canonesas. En él se encontraba un pequeño terreno en el que habían sido enterradas durante el Terror más de mil trescientas víctimas. Allí descansaban los restos de varios sacerdotes asesinados por su fe, de caballeros fieles a su Rey y a su honor, de íntegros magistrados que hablan pertenecido a las primeras clases del Reino. Había pocas familias de nombre ilustre que no tuviesen que llorar la muerte de algunos parientes enterrados en este lugar. Se habla levantado allí una Capilla con el fin de asegurar oraciones por estos ilustres difuntos. Todos los años se celebraba un solemne funeral por ellos. La Superiora General alquiló la casa colindante con esta Capilla y se encargó de hacer celebrar en ella el culto divino. Algunos altos después el contrato se renovó por treinta años. A partir de 1805 nuestras Hermanas se establecieron allí y se convirtieron en las guardianas de un sagrado depósito, muy querido para la Iglesia y para el Estado. Nuestro Superior General compró para los Hermanos una casa vecina a ésta, y comenzamos a tener culto público en el oratorio que entonces se fundó Nuestra casa de París se convirtió muy pronto en un considerable internado que ha ido aumentando de año en año. La religión ha sido siempre el primer objetivo de nuestra enseñanza. No hemos descuidado tampoco las ciencias profanas: matemáticas, lenguas antiguas y modernas, historia, filosofía. Gregorio X en el Concilio de Lyon de 1254 había ordenado que en todas las Ordenes religiosas se enseñasen las lenguas orientales. Pablo V había renovado el decreto de su augusto predecesor, y había exigido aún más rígidamente su observancia. Consideramos que debíamos atenernos a las normas dadas por los Pontífices, y desde 1811 hubo una cátedra de hebreo en nuestra casa de París. El año pasado se ha añadido a ella la de árabe. Desde finales de 1808 se daban clases de Teología; los Superiores eclesiásticos de varias Diócesis nos confiaron alumnos suyos: los teníamos de París, de Séez, de Le Mans, de Poitiers, de Bayeux, de St. Flour. Ahora los tenemos incluso de algunos países extranjeros. Un número bastante considerable de alumnos estaban -y están aún - mantenidos gratuitamente. En 1805 otros dos grupos fueron enviados a Laval y Le Mans. En Laval nuestras Hermanas compraron una casa a poca distancia de la ciudad. Una señora piadosa les dio una casa cerca de Le Mans; la adquisición de algunas casitas vecinas sirvió para agrandarla. A partir del año siguiente nuestras Hermanas adquirieron una nueva casa en Séez, y el Obispo de esta ciudad nos confió su Seminario. Se nos han pedido otras fundaciones en distintos momentos, pero las circunstancias no eran lo suficientemente favorables para que pudiésemos extendernos más: nos consideraremos felices con poder mantenernos en nuestra actual situación, bajo un gobierno que comienza a manifestar sus Impías intenciones. Diversas congregaciones se habían formado en Francia; y atrajeron la atención de la policía. Bonaparte, para quien las instituciones piadosas eran siempre un motivo de inquietud, declaró que ninguna sociedad religiosa podría mantenerse sin su aprobación; casi todas las congregaciones creyeron que debían obedecer para librarse de una inminente disolución que les amenazaba. Sometieron sus reglamentos a la autoridad civil que gobernaba entonces. Bonaparte, encarnizado enemigo de los compromisos a perpetuidad, estableció como norma general, que nunca se podrían hacer votos más que por un año. Nosotros estábamos lejos de condenar la conducta de las congregaciones que se habían adaptado a las órdenes de Bonaparte: habían creído que era preferible sufrir un mal menor que ser disueltos, tal vez sin esperanza de volver a restablecerse. Todos los pasos dados por el tirano de nuestra patria inspiraban una justa desconfianza. Estábamos convencidos - y una triste experiencia lo ha demostrado después- que pedir la aprobación del gobierno era ponerse totalmente en sus manos, y teníamos poderosos motivos para sospechar sus proyectos irreligiosos. Mirando a la ciudad que había sido nuestra cuna, recordábamos con agradecimiento que el Señor nos había conservado durante las tormentas de una doble persecución. Como guardianes de la tumba de los mártires ejecutados en la capital de Francia, esperábamos que ellos serían nuestros protectores. Otro motivo animaba nuestra confianza: desde 1806 éramos poseedores de una milagrosa imagen de la Virgen que antes había pertenecido a la casa de Joyeuse, que el P. Ángel de Joyeuse habla donado a los Capuchinos de la calle Saint-Honoré, y que unas manos fieles habían defendido de los impíos. Habíamos hecho construir en nuestra iglesia de Picpus una capilla para colocar esta imagen antigua y venerable, y habíamos obtenido de S.E. el Cardenal Legado para la fiesta de Nuestra Señora de la Paz (título con que es venerada esta imagen), indulgencias que Su Santidad se ha dignado renovar cuando estaba en Sayona. El rescripto está firmado por mano del Pontífice. Reforzados con el apoyo del Señor, que tantas pruebas nos había dado de su misericordia, y confiando en la poderosa intercesión del Corazón de -María, decidimos abandonarnos a la Providencia y no hicimos ninguna gestión ante el hombre que entonces gobernaba nuestra desgraciada patria. Estábamos seguros de que, si nuestra Institución era la obra de Dios, El sabría cómo mantenerla y cómo cegar a los enemigos nuestros o, más bien, suyos. Nos armamos de valor, pero al mismo tiempo teníamos que evitar la temeridad que nos hubiera perdido por culpa nuestra. Pusimos, pues, los medios a nuestro alcance para ocultar a los ojos de la policía la coincidencia de nuestras diversas casas. En Séez estábamos inscritos como Profesores del Seminario; en otros sitios, como profesores de Colegio. Nuestras Hermanas eran gerentes de internado. Por el mismo principio de cristiana prudencia, nuestras Hermanas de París, cuya casa estaba continuamente a la vista de un gobierno tan inquisitivo, no usaron hábito ni recitaban el oficio en común, pero hacían la Adoración Perpetua igual que en las otras casas, se observaba la abstinencia a diario, se tenía la escuela gratuita, se educaba gratuitamente a algunas niñas pobres en nuestra propia casa, y se celebraban regularmente los Capítulos. Las mismas razones habían impedido siempre a la rama masculina usar un hábito. Se había intentado en Poitiers al principio pero se temían las consecuencias. Era el caso de aplicar lo que dice el Santo Concilio de Trento, que "el hábito no hace al monje". Se decidió, pues, que los que iban a ser sacerdotes tendrían el hábito eclesiástico común a éstos, y los demás vestirían de seglares. Fuimos sometidos a muchas pruebas. El alcalde de Séez denunció a las dos casas establecidas en esta ciudad como pertenecientes a una corporación cuyos superiores eran Mr. Coudrin y Mme. Aymer. Unos amigos nos advirtieron y nos creían perdidos irremediablemente. Esperamos el resultado con resignación; pero el Señor, cuyas misericordias son infinitas, no permitió que esta denuncia tuviese consecuencias. Solamente los Hermanos tuvieron que abandonar pronto la ciudad de Séez, en la que nuestro Superior General no dejó más que un sacerdote para dirigir la casa de nuestras Hermanas, que se conservó por un efecto casi milagroso de la protección divina. Los otros Hermanos volvieron a París. Pronto supimos con el más amargo dolor que el Sumo Pontífice, que con tanta gloria gobierna la Iglesia, había sido arrebatado de su capital, centro de la cristiandad, y trasladado a Savona. Esta noticia que tan vivamente nos afligía, nos indicaba también un nuevo deber que cumplir: el de confirmar a los fieles en la fe en medio de las tormentas que afligían a la Iglesia. Nos imponía la obligación de recordar a los cristianos la obediencia que debían al sucesor de Pedro. El Señor nos inspiró la firmeza necesaria para cumplir este deber tan querido para nosotros. En las clases de catecismo, en las instrucciones particulares, en las pláticas evangélicas, desarrollamos con especial esmero los derechos y las prerrogativas de la Iglesia romana. Invocábamos los grandes principios de la Jerarquía, y esa voz potente de la tradición, que nos hace volver sin cesar a la cátedra de Pedro. La correspondencia del Soberano Pontífice con un gobierno impío, la bula del 10 de junio de 1809, los Breves dirigidos al Capítulo de Florencia y al Cardenal Maury, se presentaron a los ojos de nuestros alumnos, destinados a llenar los vacíos producidos en el clero. Podríamos citar miles de pruebas de todos estos hechos, sobre todo en la capital de Francia. Y especialmente el testimonio del R.P. Fontana, Superior General de los Barnabitas. Se temían desgracias aún mayores. Bonaparte había convocado un pretendido Concilio. Se temía que Francia se volviese repentinamente cismática. En tales circunstancias, la Orden de los Sagrados Corazones redobló sus oraciones. La Superiora General de las Hermanas ordenó que a cada hora del día y, de la noche se recitaran los siete Salmos penitenciales por la Iglesia y por su Jefe. Esta práctica se continuó durante cerca de tres años. Varios Hermanos participaron también en esta buena obra; sus muchas ocupaciones no les permitían hacer general esta práctica entre ellos, pero sin embargo quisieron dar un testimonio de su fe y de su adhesión a la Iglesia y al sucesor de Pedro. Monseñor el Arzobispo de Bordeaux se había distinguido en el "concilio" de 1811 por su inquebrantable firmeza. Se le denunció a la policía. Préameneu, que se decía "ministro de cultos" le había llenado de injurias públicamente. La gran reputación de que gozaba este Prelado en toda Francia había impedido que le detuvieran con los otros tres Obispos confesores de la fe. Nosotros habíamos tenido siempre una gran veneración hacia él, y cuando era la persona más odiada por los satélites del usurpador, nuestro Superior General le insistió para que presidiese la solemne entrega de premios de nuestros alumnos al final del año escolar. Se dignó acceder a nuestra insistencia; era a finales de agosto de 1811. Nosotros, la rama masculina, no somos tan numerosos como nuestras Hermanas; por ello la Adoración Perpetua al Smo. Sacramento no está aún establecida en nuestras casas. Más entregados a la enseñanza, encargados del ministerio evangélico, los Hermanos se encuentran en la imposibilidad de hacer lo que se esta practicando constantemente en las casas de nuestras Hermanas. Pero se han hecho esfuerzos por acercarse a ello en cuanto sea posible, y cuando la casa de Mende era numerosa, se estableció durante un tiempo la Adoración desde las cinco de la mañana hasta medianoche, pero no se pudo mantener. Tal es, en resumen, la historia de la fundación de nuestro Instituto. Puedo hablar de ella como testigo ocular desde hace quince años. Me queda hablar del estado actual de nuestras casas: tenemos tres casas de hombres bastante considerables: una en París, otra en Cahors, la tercera en Poitiers. En las otras cuatro ciudades en las que están nuestras Hermanas, nuestro Superior General ha enviado solamente a un Padre para dirigirlas. Cada sacerdote tiene con él uno o dos Hermanos. La comunidad masculina de París está muy floreciente. Tiene en este momento más de 150 colegiales, y este número aumenta por días, así como el de novicios. Hemos hablado ya de las diversas ramas de enseñanzas. Últimamente se ha recibido allí a varios irlandeses: habían venido a la capital esperando encontrar alguno de sus antiguos establecimientos y el Superior General les ha ofrecido asilo. El periódico El amigo de la religión y del Rey hace mención a ello. Puedo afirmar que cada año más de quince o veinte alumnos destinados al sacerdocio han sido mantenidos e instruidos gratuitamente en este establecimiento. Desde hace tres años, nuestros Hermanos de Poitiers han sido encargados por los Superiores eclesiásticos de dirigir un Seminario Menor que todavía llevan ellos. Conozco menos la casa de nuestros Hermanos de Cahors. Espero algunos datos que he solicitado. Sé que cuenta con varios profesos y que se dedica a la enseñanza y a la predicación. En cuanto a las Hermanas, todas sus casas son bastante numerosas. Algunas lo son muy considerablemente, por ejemplo las de París y Mende. No creo equivocarme al decir que son más de doscientas profesas en sus siete casas y un gran número de novicias. Todos los días se presenta alguna más. Nuestro Superior General me escribía el 25 de Octubre de este año: “Nuestra casa de París cuenta con ciento cincuenta alumnos, incluyendo a los novicios, que son bastante numerosos. La casa de Muestras Hermanas crece igualmente, y ya no tienen sitio para recibir a más. En Sarlat, en Villefranche, en St.-Etienne y, en Rennes, nos ofrecen casas totalmente amuebladas". Tenemos, pues, todos los motivos para esperar que nuestro Instituto se extienda pronto, y que hará algún bien si S.S. se digna confirmarlo. Fortalecidos ya por cuanto el Señor ha hecho por nosotros desde hace veinte años, tendremos una mayor confianza cuando el Jefe de la Iglesia haya sancionado con su autoridad apostólica una Institución que tenemos motivos para creer que es obra de Dios mismo. Roma, 7 de Diciembre de 1814 Hno. Hilarión, Miembro de la Congregación de Hermanos de la Orden de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, Canónigo honorario de Seez, Teólogo de S.E. el Embajador de Francia ante la Santa Sede. |