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19. 10 de diciembre de 1801. Hice el voto de estar crucificada en todo, es decir, que de corazón, de espíritu, de voluntad, de acción debo aceptar todas las cruces, todos los sufrimientos todas las contrariedades que se presenten y decir: ¡Todavía más, Señor! de manera que una cosa indiferente en sí misma, si me contraria, no la debo rechazar. Me obligué también, por este voto, a no gustar placer en nada, es decir, que una cosa buena o mandada la debo hacer a pesar de que encuentre satisfacción; pero tengo que obrar por el motivo de la bondad de la acción o por el de la obediencia y sin un consentimiento meditado de la satisfacción que pueda encontrar; porque tuve la intención y el cuidado de decir al Buen Dios que no respondía del primer impulso de placer o de repugnancia. Le he pedido no quitarme la repugnancia que tengo a toda clase de molestia o de contrariedad, pero sí la gracia de consentir a ello. Le he pedido darme todas las penas, todos los sufrimientos de ciertas personas; le he pedido expiar en este mundo o incluso en el otro, todo lo que podrían tener que sufrir en el Purgatorio; he ofrecido mi vida, mi condenación aun para su salvación particular y para la de todos; en fin, me atreví, a pesar de mi indignidad, a ofrecerme como víctima por todos. La Santísima Virgen ha sido concebida sin pecado. Dios ha derramado un soplo divino sobre San Joaquín y Santa Ana durante esta acción, de manera de alejar de ella toda concupiscencia. Santa Ana cayó en un profundo recogimiento, ocupada solamente de Buen Dios y del niño que debía nacer de ella, por quien sentía una especie de respeto, sin tener, sin embargo una idea clara de lo que sería un día. San Ana no ofendió al Señor durante su embarazo; no sintió ninguna rebeldía, ni en su carne, ni en su espíritu, ni en su corazón. Ha tenido durante todo este tiempo una perfecta igualdad de alma. Dios lo quiso así a fin de que la sustancia de la madre de la que debía ser la Madre de su Hijo fuera tan pura y santa como lo puede ser la naturaleza humana. La Santísima Virgen fue concebida sin pecado. Se puede asegurar que Santa Ana sintió durante los nueve meses que la llevó en su seno, un cierto respeto por la criatura que debía nacer de ella. Durante este tiempo, no ha ofendido a Dios. Su alma siempre estuvo en un profundo recogimiento, toda ocupada del Buen Dios, pero sin tener idea clara de lo que llegaría a ser la Santísima Virgen un día. La Santísima Virgen nació con todas las virtudes. Nunca tuvo tentaciones. Desde siempre fue predestinada a ser la Madre de Dios; pero ha merecido este insigne favor, en primer lugar por su total fidelidad a las gracias de Dios, luego por las tres virtudes que eminentemente practicó desde el instante en que el Ángel vino a anunciarle esta gran noticia. La primera es su amor por la virginidad; la segunda es su humildad; la tercera, que es el complemento de todas, es su perfecto abandono a la voluntad de Dios por puro amor por Él. Desde el instante en que Nuestro Señor fue concebido en su seno, le dio su Corazón, que colocó como lo está en el bordado que lleva usted. El de la Santísima Virgen es el primero porque ella existía humanamente antes que Nuestro Señor. He ahí por que hace, en nuestra Orden, que la casa de mujeres sea establecida para que empiece la de hombres. He ahí también por que no habrá jamás establecimiento de uno sin el otro. Volvamos a la Santísima Virgen. Cuando Nuestro Señor le hubo dado su Corazón, ella tuvo el sentimiento, es decir, el conocimiento de su vida, de sus sufrimientos y de su muerte, y recibió en su Corazón la misma herida que Nuestro Señor debía recibir en su Pasión; es decir, que la Santísima Virgen experimentó un sentimiento amorosamente doloroso, que conservó hasta el momento en que los Angeles la llevaron al Cielo. Son estos mismos Angeles los que son especialmente designados para rendirle homenaje. Es su única ocupación: alaban y adoran a Dios honrando a la Santísima Virgen y sirviéndola. La Santísima Virgen jamás sintió la malicia del pecado, ni lo odioso del corazón humano; no conoce sino el dolor que le causa a Dios: he ahí por que ella es tan misericordioso. Nuestro Señor, como hombre, tenía en el seno de su Madre tanta razón, sabiduría y prudencia como a los treinta años. Después de su nacimiento, quiso, por amor a nosotros, y también para hacernos sentir que podíamos y debíamos imitarlo en todo, conservar la apariencia de la debilidad de la niñez. De ello tenía verdaderamente la sencillez. A ella agregaba una dulce alegría, una ingenuidad tierna y una tendencia permanente al bien que lo hacia el más bello como el más amable de los hijos de los hombres. El Santo Niño Jesús no acarició a su Madre sino hasta la edad de tres años. Hasta esta edad él tendía los brazos a San José; pero pasado ese momento no les dio más muestras de ternura exterior; a veces una mirada tierna hacia María, y esta mirada iba hasta el fondo de su corazón; aumentaba cada vez el tierno y vivo ardor de su amor, porque el amor de Jesús por María aumentó hasta el instante en que los Angeles la llevaron al Cielo. Este sentimiento no puede ser fijo; si no aumenta, disminuye. Hay una gran diferencia entre estos tres hermosos Corazones. Hay más distancia entre la pureza del corazón de San José al de María, que del Corazón de María al de Jesús. El de San José había sido manchado; le quedaba siempre la tendencia al mal. Además, no tenía como el de María las virtudes infusas. El Corazón de María tenía, como el de Jesús, la tendencia permanente al bien. El corazón de San José fue purificado; el Corazón de María divinizado y el de Jesús humanizado. Lo que prueba la gran diferencia entre esos tres Corazones es el fin de su vida. El uno murió: es la pena irrevocablemente ligada al pecado. María ha sido llevada al Cielo. Nuestro Señor quiso morir pero resucitó. 20. Noviembre de 1801. Al Buen Padre. Hice lo que pude para esperar comulgar en la Misa, pero Nuestro Señor puso en mi corazón un deseo tan violento de recibirlo que, como a pesar mío, me agarré del mantel. En el momento en que me inclinaba, mi corazón se abrió con fuerza y el Buen Dios bajó a él. La impresión fue tan fuerte que involuntariamente llevé la mano a mi pecho para saber si no estaba abierto. Cuando usted inició la Salve, el Cielo pareció abrirse. He visto a los Angeles, a toda la corte celestial rezarla con usted. La Santísima Virgen se presentó con el niño. Jamás había visto a la Santísima Virgen tan de cerca y tan claramente. Me llamó tanto la atención que no miré al niño. Lo adopté como usted me lo había dicho. Quedé con el Buen Dios. Me hizo saber que había que hacer las nueve comuniones; que este niño tendría muchas cruces, que me tenía que encargar de él, lo que acepté. Sentí miedo. Pregunté al Buen Dios si todo eso no era más que una ilusión. Me dijo que no. Entró en mi un sentimiento de Dios tan fuerte que no lo puedo expresar. Le pregunté lo que significaba este niño. Me dijo que me cuidara de la curiosidad, tener más abandono, me reprochó mi distracción. Me dio un sentimiento tan fuerte de su divina presencia que exclamé: Señor, ¿es posible que hagas tantos favores a un ser que cometió tantos crímenes, tantas abominaciones y que es tan infiel en todo? Es entonces que, si me atrevo a decirlo, no fui más que uno con Él, y a medida que el sentimiento de mi miseria y de mi indignidad aumentaba, las gracias de Dios se multiplicaban. Le pregunté por qué parecía abandonarme. Me hizo saber que sentiría abandonos mucho más fuertes y grandes dolores. Me entregó entre sus manos y es entonces que me ha hecho conocer que lo que usted había hecho le complacía. La renovación de mis votos nos acarrea al uno y al otro una abundancia de gracias, - sobre todo cuando usted me pone el pie sobre la cabeza. El sentimiento que tengo por esta acción le es agradable, y borra una parte de las imperfecciones de mi vida. El resto del tiempo permanecí casi sin sentimiento. No he oído la Misa. Volví un poco en mí dos veces, una en la comunión, y lancé hacia Dios un gran suspiro para usted; presenté a la Hermana Francisca. Volví a caer en un profundo anonadamiento de mí misma y no me desperté sino a la Salve. Permanecí todo el día con tal sentimiento de Dios que no me atreví a ir a la iglesia, por temor de que se apercibieran de algo. Me retiré a mi cuarto una hora, donde quedé como en la mañana. Olvidaba decirle que el Buen Dios me dijo también que tendría cruces de toda clase, como todavía no había experimentado. Debo también pedirle verdaderas penitencias cuando me confieso y cuando renuevo mis votos, a fin de borrar más y más mis iniquidades. Sus ratos delante del Buen Dios deben ser empleados más bien en pensar en el misterio de la Encarnación y en la presencia de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, que en la Pasión. La sencillez es la primera de las virtudes que practicó Nuestro Señor. Parece que sin esta virtud no se llega jamás a perfección alguna. La primera razón que prueba el amor que Nuestro Señor tiene por la sencillez, es que al nacer tenía la razón de un hombre maduro y quiso conservar la sencillez de un niño. La segunda, es que los pastores fueron llamados los primeros, y eso en consideración a su gran sencillez. El Corazón del Santo Niño Jesús se regocijó cuando ellos vinieron a adorarlo, y los Magos fueron recibidos con una cariñosa seriedad. La tercera razón, es que uno deja de ser sencillo cuando comienza a conocer el mal. La cuarta razón, es que un pecador convertido se vuelve sencillo a medida que Nuestro Señor borra el moho que el pecado ha dejado en su alma. La quinta, es que el escrúpulo proviene de una falta de sencillez; es porque los escrúpulos no llegan jamás a un cierto grado de perfección. En fin, sin una gran sencillez no hay esas dulces comunicaciones con Dios. La humildad es la fiel compañera de la sencillez; esas dos virtudes tienen una ilimitada relación; no hay verdadera humildad sin sencillez. No hay una sola acción de un sacerdote, por la razón de su estado, que no obtenga una gracia para él o para el destinatario de ella. Las bendiciones de los rosarios, cruces, medallas... raramente se ganan las indulgencias, pero la gracia de la bendición se renueva. Los sacerdotes no le dan demasiado importancia a la bendición que dan antes de la confesión. Muchos pecadores habiendo llegado con malas disposiciones se sintieron convertidos por la gracia de la bendición del sacerdote y forzados, a pesar de ellos, a confesar sus crímenes. Dios está como obligado a conceder una gracia más que ordinaria si el sacerdote que bendice se lo pide. Cuando uno va a confesar faltas veniales, y el sacerdote le da la bendición, no solamente las borra, sino que da la fuerza para no volver a caer en ellas, u otra gracia. Uno se priva también de muchas gracias cuando no pone bastante atención a la bendición antes de la Comunión. La bendición que ha precedido a la acusación es en verdad más eficaz. Las bendiciones de las velas, ropa, llevan consigo infinitas gracias. 21. 2/3 de febrero de 1802. Al Buen Padre. El Buen Dios me hizo saber que se había mostrado corporalmente a la Hermana María Alacoque, para que hiciera conocer la devoción a su Sagrado Corazón. Concedió esta gracia a las Hijas de la Visitación porque su Regla es suave, fácil para todos, aunque exige mucho espíritu interior. Derramó sobre ellas una cierta dilección con el fin de hacer amar y extender esta devoción. Actualmente ya que está adoptada, quiere una Orden que esté destinada a adorar su Corazón, a reparar los ultrajes que recibe, que penetre en el dolor interior de este Corazón, que reproduzca las cuatro edades de su vida. Quiere que la Regla sea un poco austera para imitar su vida crucificada; pero quiere que entren particularmente en la crucifixión interior de su Corazón. Es por eso que no se comunica sino interiormente y que se sufre tanto. Me dice que no tendré más los consuelos que acompañan ordinariamente los conocimientos que da, es usted quien los tendrá y acabará también por tener los conocimientos. Las pequeñas sociedades no durarán mucho tiempo. Algunos de sus adeptos vendrán donde nosotros. Tendremos siempre una gran Sociedad, bajo otra forma, que será una especie de Tercera Orden. Esta es otra diferencia con la Visitación, uno se hace inscribir para estar en la Sociedad del Sagrado Corazón, y no le tiene mayor aprecio; en cambio donde nosotros, nos apreciarán. Las resoluciones se renovarán todos los años. 22. 23 de Febrero de 1802 (según el P. Hilarión). Como pedia al Buen Dios, ayer en la tarde, si yo no lo engañaba a usted, en fin, le decía toda mi pena y mi desazón, me fue mostrado al instante una cantidad de capas blancas, colocadas en dos filas, usted en el medio, un poco alejado de los demás, en el sitio que el Superior debe ocupar en las sillas del coro. Percibí varios establecimientos. Los veía por todas partes formarse con tres, con seis religiosos, pero sobre todo en una gran ciudad. Los Jesuitas de negro: ellos serán ~mirados como sabios y ustedes como santos. Algunos de ustedes correrán tras ellos, pero eso no durará. Su ambición los destruirá, y los verdaderos devotos que nos habrán siempre querido, dirán, viéndolos regresar a ustedes: “Ven ustedes que teníamos razón”. Habrá rivalidad entre nosotros. En otro momento he visto que las otras Ordenes religiosas no se establecerían. He visto a vuestros sobrinitos con la capa blanca, pero en la gran ciudad. Otra vez, he visto que sin vosotros la Religión no se restablecerá. No hay bastante celo, fuerza en el clero secular; también porque se necesitan Misiones, seréis designados bajo el título de sacerdotes regulares. A pesar de todo lo que se decía de los religiosos en la mayor parte de las ciudades, eran dos, tres religiosos que, por su santidad y sus oraciones, detenían la ira de Dios. El establecimiento de la religión no será completo sin religiosos. 23. 1802, después de Navidad. Al Buen Padre. Usted exige el detalle de lo que visto el martes; he aquí más o menos lo que puedo decir. Cuando entré en la capilla, el sentimiento de Dios se apoderó totalmente de mi alma, que me olvidé de todo lo que me rodeaba; usted me sacudió, yo creo, pocos momentos después me desperté; inmediatamente volví a caer en el mismo estado con esta diferencia que, sin pensar, pensaba que tenía la necesidad de vigilarme para estar como todo el mundo. Por tanto, aunque de muy lejos, yo lo oía. Esta media distracción me dejaba la facilidad de notar cómo una multitud de pequeños átomos me parecían estar todos en movimiento. Otra sacudida me despertó; entonces pregunté al Buen Dios qué era lo que yo veía moverse; me fue mostrado que eran los santos. En cierto momento de la ceremonia (no me acuerdo cuál) todo este movimiento cesó y me pareció que todos oraban por la ceremonia Luego he visto, como en la tribuna, algunos Santos Pontífices, Santos Confesores; noté que Santo Tomás se dejaba distinguir desde lejos, la Santísima Virgen también. Rogué a esta buena Madre acercarse: la vi más claramente, pero, por un instante. Nuestro Señor pasó, en el mismo estado que cuando iba a ser flagelado. Me espanté y pregunté si había alguna cosa que estuviera mal en la ceremonia con la disposición con la que veníamos. Fui tranquilizada inmediatamente, y es entonces que la Santísima Virgen me presentó un haz de varillas; lo acepté pero no lo pude recibir porque Ella dijo que yo no tenía permiso. Ahí me desperté; un instante después volví a ver a la Santísima Virgen con el pequeño libro y toda la tribuna llena de Santos Religiosos y Religiosas; Nuestros cuatro Santos estaban en el medio, Santo Tomás casi escondido tras ellos. Es en este momento que la pobre Clara cae en medio de ellos y me dice: “Ve usted bien que la Orden va, avanza!” y desapareció. Entonces apareció la pequeña Anastasia, de rodillas, ella me ha dicho: “Buena Madre, yo ruego por usted” y desapareció. En todo, es una buena ceremonia, según el Buen Dios; usted recibió muchas gracias, el obispo también y.. No vi nada en la noche de Navidad. relativo a nuestra obra: es verdad que yo estaba demasiado ocupada para atreverme a pedir algo. Yo había visto desde la tarde que cada uno se preparaba lo mejor que podía y que usted haría un gran bien a varios. Durante la Misa he orado mucho por todos y especialmente por usted. Después de la Comunión, tuve el consuelo de ver que cada uno había recibido al Divino Niño con tan buenas disposiciones que había obtenido una gracia especial: los unos para vencer tal defecto, los otros para tener tal virtud en un grado mayor. Aunque yo no participaba (a mi conocimiento) a la felicidad común, y que todo pasaba lejos de mí, yo aseguraría todo eso más que otras cosas. El día, en la Misa, me encontré tomada por el Buen Dios sin darme cuenta; los coloqué a todos alrededor del pesebre; usted adoraba al Divino Niño que parecía sonreírle. Quise adelantarme pero fui fuertemente rechazada; una espesa nube los envolvía a todos; una gran cruz negra me fue presentada, con las palabras que no se borrarán jamás de mi corazón: “Ella te debe bastar”. El susto me despertó. Eso es todo lo que yo sé. |