descargar 0.65 Mb.
|
61. «Estuve así encerrado cinco meses enteros, sin poder salir, sin poder confesarme. Pero el Señor me había hecho la gracia de no experimentar ninguna inquietud, y gozaba de una grande paz de conciencia. Es cosa cierta que Dios concede grandes gracias en esos momentos». (en seguida p.24, n.70). 62. «Allí fue donde un día, vuelto a mi granero, después de haber dicho la Misa, me arrodillé junto al corporal en que yo creía tener siempre el Santísimo Sacramento. Vi entonces lo que somos ahora. Me pareció que estábamos varios reunidos a una: que formábamos un grupo de misioneros que debían esparcir el Evangelio de todas partes. Mientras pensaba pues en esta sociedad de misioneros, me vino también la idea de una sociedad de mujeres, pero no la de una comunidad como la que existe, porque yo no había visto jamás religiosas. Yo me decía: no tendremos dinero ni entradas; seremos devorados por los piojos, y en cuanto puedo acordarme, porque no lo aseguraría, por miedo de mentir, yo me decía además: habrá una sociedad de mujeres piadosas que cuidarán de nuestros asuntos mientras nosotros vayamos en misión». 63. «Este deseo de formar una sociedad que llevara la fe por todas partes no me ha dejado nunca. Quise comenzar con Henri. Me abandonó. Formé con esa intención a los señores de Prin. Una vez que estuvieron instruídos, me han abandonado». 64. «Cuando salí, por fin, de donde Momain, me prosterné al pie de una encina que había no lejos de la casa, y entregué mi vida. Porque me había hecho sacerdote con la intención de sufrirlo todo, de sacrificarme por Dios y morir si fuera necesario, por su servicio. Sin embargo, tenía siempre un cierto presentimiento de que me salvaría, y algunas veces que Momain me decía: pero cómo hará Ud. para escapar. Vamos, le decía yo, Dios me guardará bien». 65. «En el ejercicio de mi ministerio, me vi encargado de dirigir cuarenta sacerdotes, de hacer retractarse otros tantos, de dirigir más de novecientos personas, sin medios de estudiar, y sin embargo casi nunca me ha sucedido de apartarme de los principios. Iba de vez en cuando a consultar al Señor de Bruneval, y hablándole de las decisiones que había tomado, le preguntaba si había decidido bien. Sí, me respondía, esos son los principios, vaya adelante, y siga con confianza el Espíritu de Dios que lo dirigirá». [1793 a 1795]. 66. Las personas que han conocido en aquellos tiempos al P. José María, todos de común acuerdo que era asombroso el trabajo que hacía. Abrasado en el fuego de la caridad, la comunicaba a los demás. No se podía verlo, escucharlo, sin quedar conmovido, sin ser quebrantado. El peligro de muerte que amenazaba de continuo, sacudía las conciencias y disponía de antemano. Además, hacía hacer, en muy poco tiempo, confesiones generales, sin omitir, a pesar de eso, nada esencial. 67. He hablado (pág. 16) de la aparición de la luz, tal como me la había contado la señorita Lussa, que no se acordaba del nombre de la persona que acompañaba al P. José María. Hela aquí ahora tal como ha sido referida por él mismo. «Durante lo peor del Terror, en tiempos en que la guillotina funcionaba, vivía yo en Mont-Moreau, a dos leguas de Montbernage, donde venía con frecuencia durante la noche a decir la Misa y confesar. Confesaba una parte de la noche. A menudo, las personas estaban todas en la misma habitación, porque se estaba forzado a ello. En seguida decía la Misa, predicaba. Salía a las dos o a las tres, cubierto de sudor, empapado y volvía a mi albergue, llevando en un morral mis ornamentos, mi cáliz, mi corporal, y teniendo conmigo el Santísimo Sacramento. Después de haber dado la bendición al pueblo. Más de una vez llovía a cántaros. Con todo, no me resfriaba y estaba muy feliz». 67.bis «Fue en una de esas noches cuando vi un fósforo. Me acompañaba Esteban Puisaye que se había consagrado a esta buena obra. Tenía el Santísimo Sacramento conmigo. Tuve en el camino urgentes necesidades, y no atreviéndome a conservar el Santísimo Sacramento, lo que a pesar de todo debiera haber hecho; pero al fin puse sobre una piedra un sucio pañuelo que tenía, encima coloqué el breviario. Deposité el Santísimo diciendo a aquel hombre que se pusiera de rodillas y que rogara a Dios. Se arrodilló pues en el agua, porque llovía a cántaros, y me retiré a un lado; en el mismo momento apareció una pequeña, luz brillante que rodeó al Santísimo Sacramento. Tuve miedo. Dije a ese hombre: ¿la ve Ud.? Sí, me respondió: la veo. Y como tenía mucha más fe que yo, me dijo: Señor, tenga confianza, es su buen ángel. La vimos así ambos dos. Tomó de nuevo al Señor, y nos retiramos». [1793] 68. «Otra vez que nos dirigíamos, siempre los dos, vi, lo mismo que él, como a través de los bosques, una luz no mayor que una vela que venía horizontalmente delante de nosotros con pasmosa rapidez, de manera que parecía dar mil pasos, mientras nosotros no dábamos más que dos, y arrojarse sobre nosotros al instante. Cuando se encontraba detrás de alguna encina, los rayos se volvían divergentes; pero en el instante mismo la encina ya había pasado y la luz reaparecía en la misma posición. Sin embargo, aunque pareciera caminar tan velozmente, no avanzaba en forma que pudiera yo temer que se arrojara sobre mí. Con todo tenía yo un miedo enorme. Creí que sería tal vez algún patriota que venía con rapidez para buscar sacerdotes, para hacer mal. Estaba tan espantado que no podía caminar. Aquel hombre siempre lleno de confianza, me dijo que era nuestro buen Ángel, que si quería, él se quedaría para ver en qué paraba. Le respondí que no, que no había que exponerse. Al fin llegamos a la puerta de la casa. Llamé con prisa, y apenas abrieron entré con él y cerré la puerta rápidamente. Había dos sacerdotes allí, y se los conté. Salimos y no vimos más nada. Era un milagro o no, no lo sé. Sospechaba que aquello podía ser alguna luz venida de una casa que estuviera en el bosque». 69. El P. José María había vivido, al principio, algún tiempo en Montbernage mismo. Cuando le echaron de allí, se retiró a Mont-Moreau, donde había varios sacerdotes. Se los retiraba durante la noche en dos casas que pensaban muy bien. Tenía muy malas camas, forzados a dormir dos o tres en una misma cama estrecha, y como se temía las visitas, se los mandaba a los bosque por la mañana, dándoles un pedazo de pan de cebada integral. Porque era el tiempo de las cosechas, y costaba mucho conseguir el pan. Otra cosa, no había sino queso, y por bebida un mal aguapié, y no en la cantidad necesaria. Como los otros sacerdotes no querían que se dijese allí la Misa por miedo de ser sorprendidos, y querían que hasta se tuviera el breviario siempre oculto en algún escondrijo, el P. José María, que no había querido dar su consentimiento en esta última precaución, se fue un martes de Pascua en 1793. «Cómo, Señor, decía, voy a ser sacerdote y no decir la Misa». Una vez los gendarmes vinieron a hacer la visita, y pasaron por un prado mientras él estaba escondido en la zanja de ese mismo prado, entre las espinas, con otro de sesenta y más años, y no los prendieron. [1792 a 1793] 70. Hablando de lo que había sufrido por pasar cinco meses sin poder confesarse en su granero, nos decía: «Es cierto que en ese tiempo no se cometía muchas faltas voluntarias. Las pocas faltas que se cometía, el amor de Dios las quemaba. Si había alguna de un poco mayor importancia, se gemía ante Dios, y se movía lo mejor que podía a la contrición perfecta, se decía la Misa, y no se pensaba más en ello. No tenía entonces más necesidad de confesarme después de los cinco meses, que la que tengo ahora después de ocho días». 71. Un día, estando en Los Incurables, vio a una de las sobrinas de Sor Ave. Aquella respetable hija de la Sabiduría, la había hecho venir para prepararla a abrazar el mismo estado, pero la joven no sentía para ello ningún atractivo. Como ella se lo contara al P. José María, él le dijo: «Señorita, le aseguro que Ud. será hija de la Sabiduría. Sépaselo: voy a pedir a Dios y a decir por esto una Avemaría en la capilla». Todavía no había terminado de hablar, cuando ella súbitamente cambiada, va en busca de su tía, y le dice que quiere absolutamente seguir el mismo género de vida. En efecto, ha perseverado y ha ido a Saint Laurent para hacer su profesión, y ha vuelto para perfeccionarse bajo las miradas de su tía en los conocimientos que le son necesarios para cuidar a los enfermos. [1800] 72. No hablaré de sus mortificaciones exteriores. ¿Qué decir de la cadena, del cilicio: instrumentos de penitencia que ha usado esta víctima, diría casi inocente? Pero la mortificación interior le gusta mucho más. Siente todo el precio de ella, y he aquí por qué su gran cuidado en la conducción de las almas consiste en disponerlas interiormente a los sacrificios, y a la abnegación de todo su ser. 73. Durante lo peor del Terror, iba, como he dicho (p. 16) a diversas casas. Predicaba mañana y tarde. Venía mucha gente. Después de haber pasado así el día en una casa predicando y confesando, partía en la tarde, y se iba a otra para hacer la misma cosa. [1793-1794] 74. Celador del Amor de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, padre y Superior General de esta Orden naciente, siente todo el valor del estado que ha abrazado. «Sí, - nos decía un día hablando de la felicidad que experimentaba en él -, sí, si el Señor mismo me dijera: podrás salvarte igualmente en tal otro estado donde no tendrás que sufrir, donde serás feliz, estimado y al mismo tiempo conseguirás tu salvación: te lo propongo. Yo le diría: Señor, déjame en mi estado, me hace feliz: es todo para mí. Y con seguridad, si el Soberano Pontífice me dijera: no hay más que un solo lugar en que pueda Ud. cumplir con sus obligaciones, y ese lugar está en la Cochin-China, partiría inmediatamente hacia allá». [1801] 75. ¡Cómo pintar su sencillez admirable! Un día que alguien le hablaba de su propia conciencia, y de los malos pensamientos que la venían de vez en cuando a propósito de ciertas personas, el P. José María le dijo con bondad, Y para asentarlo a espantar todas esas ideas: «Yo no juzgo nunca a nadie. No me sucede tres veces al año el hacer un juicio temerario. Ni tengo mucho que combatir a este propósito. Dios me ha concedido en esto una grande gracia». [1801] 76. Otra grande cualidad del P. José María, es su grande devoción a la buena Virgen María. Ella lo devora. Por eso cuando habla de María, su corazón parece estremecerse de alegría. Transmite a los demás ese sentimiento que lo anima. Además, se puede decir con razón que es el hijo queridísimo del Corazón de esta Santa Madre. 77. Sería necesario ser casi él mismo, para expresar el ardor de su caridad. Su corazón arde en amor por el Buen Dios, y por su prójimo. «Un sacerdote encargado de un ministerio como el mío, puede estar sin aflicción», decía un día que uno de nosotros le decía su pena porque parecía afligido. He aquí por qué ha operado tantas conversiones. Los suspiros del alma pura de un hijo de María, tienen tanto poder sobre al Corazón de Dios. 78. El Señor Hallier24, Superior del Seminario tenía gran cariño por el P. José María. Quiso hasta obtenerle una dispensa para que fuera ordenado sacerdote a los veintidós años. Agreguemos que el Señor Hallier fue un sacerdote respetable por sus virtudes, por sus talentos superiores y que se hizo más venerable todavía por su martirio. Fue guillotinado en Niort. Un día al salir del oficio, hablando de ese pasaje de Tobías que la Iglesia aplica a S. Hilario: quia acceptus eras Deo necesse fuit ut tentatio probaret te, [Tob. XII, 13], dijo al hermano Policarpo: «Ha notado Ud. que cuando se hace algo de bueno, hay siempre penas al final. O el mundo nos devora, o tenemos penas interiores, o somos perseguidos. En cuanto a mí, nunca he hecho algo de un poco bueno, o de menos malo, sin que de ordinario no lo haya experimentado». [15 o 16 de Enero de 1802] Una religiosa, impresionada por un sermón que predicó siendo subdiácono, donde el Señor Fournet, vino a él mucho tiempo después con la buena voluntad de convertirse. [Fin del Original] 7. “Billets” de la Buena Madre * 1. Al Buen Padre ** No he visto nada durante la comunión, esta mañana. Desde que la hago a su intención, no he pedido nada de particular para usted. Desde el momento en que entro en la Iglesia, me encuentro con el Buen Dios. Llevo su corazón hasta el suyo y luego quedo allí como muerta. Sin embargo, oro con fuerza, y me parece no haber estado nunca tan absolutamente perdida en el Buen Dios. 2. Hacia febrero de 1801 La naturaleza reprimida en sus gustos y tendencias. Las repugnancias y las rebeliones inmoladas al deber. Los caprichos subyugados y dominados por la Regla, los sentimientos controlados y la más austera modestia, el cuerpo reducido a servidumbre y bajo el yugo de la penitencia, el espíritu anonadado y que ya no tiene pensamiento propio, la voluntad cautiva y que no tiene más movimiento sino por un impulso extraño. Vigilancia exacta, regularidad sostenida, fidelidad constante, muerte continua: he ahí lo que entrevé una esposa de Jesucristo cuando se entrega a Él. 3. Al Buen Padre. Fin de enero de 180l La primera cosa que tengo que confesarle, es que mientras el viernes estaba a sus pies, Nuestro Señor Jesucristo se mostró a mi alma dos veces. Las dos veces dije sí, pero la extensión de sus explicaciones me hizo siempre retroceder. Entonces toda gracia particular me ha sido quitada, y, me parece que los motivos que usted me había dado para entregarme, me decidieron. Usted no tiene idea de los sacrificios que me ha impuesto. Nuestro Señor estuvo de acuerdo que es más que el sacrificio de la vida. Hay que decir todo: es una de las grandes cosas que usted ha hecho según Él. Volví a ver nuestra fiesta: siempre de noche, pero no sé la hora. El Espíritu Santo bajará sobre usted. Los santos se regocijan con la esperanza de ver aumentar su número. Los Angeles están alrededor de la Santísima Virgen como en la Salve. En fin, Nuestro Señor parece abrirnos su Corazón y decir: Venid a mí todos, o bien: Sois todos míos. 4. Antes del 2 de febrero de 1801 Seguramente los votos del señor David* serán muy agradables al Buen Dios. Él quiere que haga el sacrificio del retraso de su ordenación, pero, quizás, eso no lo atrasará. Dirá a Monseñor de Vienne que es un religioso; le hará la explicación de este asunto, le dirá que se atiene tanto a que si la Santa Sede lo apruebe o lo tolere, y que todos estamos de acuerdo. No es solamente la Santísima Virgen quien quiere esta Orden, parece que llegó a ser una necesidad para el Corazón de Dios, tan grande es su misericordia. Me es imposible explicarme, porque no le digo nada en comparación de lo que supe o sentí a este propósito. 5. Hacia el 2 d e febrero de 1801. Una lluvia de bendiciones cae sobre Lussa y Rochette con relación a la ceremonia de su toma de hábito y su... La santísima Virgen ruega por nosotros desde media noche. He visto otra vez el pequeño libro de los votos. Tiene aún algunas cosas que quiere que yo haga, pero no sé lo que es. 6. Hacia el 2 de febrero de 1801 ** En el momento de entrar nosotros en la Iglesia, la Santísima Virgen se puso en oración; cuando empezó la ceremonia, toda la Corte Celestial dejó toda ocupación para mirar lo que pasaba en nuestra capilla como si fuera algo asombroso y de gran interés para los habitantes del Cielo. En el momento en que usted oraba, todos los Santos (y) los Ángeles rogaron por usted y más particularmente los Fundadores de Órdenes, especialmente San Benito, San Bernardo y San Isidoro. Es en el momento del de profundis que el Espíritu Santo bajó sobre usted, pero para usted sólo y al final Nuestro Señor le dio su bendición. Los Santos siguieron interesándose y rogando por usted. En el instante del de profundis de los Hermanos, el Espíritu Santo bajó sobre ellos, pero no recibieron todos los dones: cada uno recibió algunas gracias, particularmente los del lado izquierdo, donde era tan fuerte que yo me desperté para mirar. Después estuve demasiado turbada para darme cuenta de lo que sucedía. |