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5. Súplica al Papa (1800)* Los Celadores y Celadoras del Amor de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, Adoradores perpetuos del Divino Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, bajo la protección especial de la Stma. Virgen María, al Santo Padre Pío VII, Soberano Pontífice: Santísimo Padre: Humildemente postrados a vuestros pies, nos atrevemos a suplicar a V.S. que conceda su aprobación a la fundación de una Orden que practique la Regla de San Benito, con Constituciones propias, que faciliten la Adoración Perpetua del Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento del altar, bajo la protección especial de la Santísima Virgen María. Estamos insertos en el tronco del glorioso San Benito, practicando su austeridad de vida suavizada por el amor de los Divinos Corazones de Jesús y de María; deseamos hacer revivir sus virtudes, especialmente el anonadamiento de sí mismo, su humildad, su dulzura, su pobreza, su obediencia, su caridad, para educar y formar los corazones de los jóvenes en el amor de los Sagrados Corazones, abrasar al mundo entero -si fuera posible- en santo amor, extendiendo la devoción a estos Divinos Corazones allí donde V.S. quiera llamamos. Esta Institución se ha formado en Poitiers a partir de 1793, y ha sido aprobada sucesivamente por el Señor Obispo, y por los Superiores durante la Sede vacante. La Adoración Perpetua no se ha interrumpido nunca, ni de día ni de noche en la rama de las mujeres. Los sacerdotes en la Sociedad de Adoradores, se entregan a las misiones y a los penosos trabajos de su ministerio, y llevan una vida de donados. Esta Institución está ratificada por los votos de castidad, pobreza y obediencia. El conjunto de ella está formado por dos cuerpos bajo un solo Superior, cada uno según la medida del talento que le ha sido confiado, -en el retiro, el silencio y la penitencia, o en los trabajos de la vida apostólica- ofrece a los Sagrados Corazones de Jesús y de María los homenajes de sacrificio, de amor de reparación, de entrega total, que han sido hasta este momento la base de esta Institución cuyo breve resumen acabo de hacer. Se añadirá el voto de estabilidad en la Orden, si V.S. se digna confirmar esta obra que parece ser para la mayor gloria de Dios, según ha debido de comunicar a V.S. el Administrador de la Diócesis de Tours. Esta Institución se ha establecido sobre la ruina de otras muchas cuyas virtudes quisiéramos heredar, especialmente la plena dedicación a la Santa Sede Apostólica y a vuestra sagrada persona. Postrados ante el altar, imploramos vuestra asistencia, y solicitamos vuestra bendición apostólica. Vuestros humildes y obedientes servidores. Hno Marie-Joseph Coudrin, Superior General Henriette Aymer, Superiora General Sr. Gabriel de la Barre, M. de Novicias Hno. José Hilarión Lucas, Profesor 6. P. Hilarión Lucas: Algunas observaciones acerca del Reverendo Padre José María * 1. El Hermano Policarpo1, al decir un día una Ave María que le pedía una persona, dijo en lugar de Sancta Maria, Sancte Joseph. Se corrigió al instante, «no se corrija, le dijo Nuestro Padre, se las entenderán bien». [1801]. Se decía comúnmente: el Señor Jerónimo2 enseña a amar a Dios, y el Señor Pruel (?) a rezarle. [Tengo este hecho por el Señor Roulleau] En los comienzos de su sacerdocio, se vio obligado a pasar algunos meses escondido en un granero, sin ver casi a nadie y en una oración continua. Allí fue donde concibió el proyecto de hacerse misionero, y fue con esa intención que abandonó su granero el día de San Caprasio al que se consagró el 20 de Octubre. [1792] 2. Un día en la calle (tal vez hacia el 18 de Fructidor)3, oyó a alguien que decía con inquietud: «Dios mío, ella está a la muerte, y no hemos podido encontrar al Señor Jub...» (era el nombre de un intruso)4.Se detiene, les pregunta con confianza por qué iban a buscar al intruso, y les dice que él mismo es sacerdote, y que no tienen más que conducirlo a donde está la enferma de que hablan. Lo conducen: la confiesa y convierte a toda la familia. [Hacia 1797]. 3. Al salir de su granero, de que he hablado, obligado a esconderse en los bosques, sin poder quedarse una noche en el mismo lugar, lo encontró y lo detuvo un gendarme. «Qué quiere Ud. hacer conmigo, -le dijo con ese ademán de mansedumbre, esa noble confianza que parece provenir de la piedad y que la virtud inspira-, soy sacerdote, es verdad».Impresionado por esta valentía, el gendarme le ofrece un asilo en su casa, lo esconde allí varios días, y le busca él mismo un escondite. [1792 a 1793] 4. En tiempos del Terror, demonstró el valor más grande. Escalaba los muros de las prisiones, para llevar allí los consuelos espirituales. Él mismo me ha dicho que una noche de Navidad había escalado el muro de las Penitentes5, llevando consigo los ornamentos sagrados, un cáliz con las abluciones, porque había dicho ya la primera Misa, y fue a ofrecer el Santo Sacrificio por las personas que allí se había aprisionado. He aquí otro hecho que he sabido de su boca: se lo llamó en tiempos del mayor Terror, para dar los sacramento a la esposa de uno de los patriotas más fogosos. El fue. Aquel hombre estaba presente. El P. José María apenas alcanzó a pronunciar algunas frases, hablando de Dios con ese tono enérgico y conmovedor que le es propio, cuando aquel hombre, convertido, se echa a sus pies, confesándole que unos momentos antes lo hubiera entregado él mismo. No sabe si ese hombre ha perseverado, porque no sabe ni quién lo condujo allí, ni en qué lugar, ni cuál era la persona. [1793 a 1795] 4bis. Nos decía un día, que se le hubiera hecho un servicio si se hubiera conservado algunas ideas particulares que Dios le proporcionaba en sus sermones. «A los comienzos, dijo, predicaba yo un retiro. No había jamás visto uno solo: apenas sabía de qué se trataba. ¡Pues bien! predicaba yo mañana y tarde pero tenía yo frases que aterraban a mi gente. Veía yo las cabezas que se inclinaban y se hundían en los capotes. Pronunciaba otra más: las venía hundirse todavía más. Y después del sermón, dejaba a esas personas inmóviles, sumergidas sus reflexiones». Efectivamente, personas que lo han escuchado, me han dicho que era todo fuego en aquellos tiempos, y que ha perdido mucho, y sé por una persona que se lo ha visto más de una vez obligado a interrumpir porque estaba agotado, y quedarse como muerto, tan penetrado estaba él mismo. [17921] 5. Un día le llamaron para administrar a una señora que estaba sin conocimiento.[No sé el año] Él fue, llevando consigo un Sagrado Corazón con el que se operó un milagro admirable de que hablaré más adelante. Llegado a la casa, él le habla, pero inútilmente. Hace, salir a todos, con el pretexto de que podrá sacar algo a esta señora estando solo. Inmediatamente toma el Sagrado Corazón que tiene, lo aplica con fe a la enferma que recobra la palabra, recibe los sacramentos, y en seguida pierde el conocimiento y muere. [Señorita Lise de ... vecina de Guron, a cinco leguas de Poitiers]. 6. Permaneció un tiempo escondido con el Señor Dodain, sacerdote respetable y que llegó a ser mártir. Este santo sacerdote decía siempre, antes del Viernes Santo, al P. José María: «Ud. no lo creería, desde hace unos días, encuentro en mi oración que la guillotina es deseable para mí. Y sin embargo será bien difícil de cortar, agregaba llevándose la mano al cuello que era muy corto». Dos días después fue capturado, y fue guillotinado el mismo Viernes Santo, día en que debía predicar la Pasión. Su entereza su valentía, su alegría al ir a la muerte hicieron temblar a Planier sacerdote casado, y a Bobin sus jueces y sus verdugos. «Acuérdate, dijo a este último, que seré tu juez. Me comprometo a ello delante de Dios. Un día estaré sentado sobre uno de los doce tronos de Israel y te juzgaré». Como no había dicho sus Completas, y tenía que esperar un cuarto de hora antes de subir al cadalso, preguntó: «¿No habría alguno que tuviera la caridad de prestarme un breviario para decir mis Completas?» Una señora le mandó uno, y cuando estuvo pronto a partir, lo entregó a personas que encargó de agradecer en su nombre a esa señora caritativa. El verdugo falló por tres veces, y tuvo que valerse de un cuchillo para degollarlo. 7. Algunos días después, el P. José María, fue a la plaza del Pilori (Picota), a casa de la señorita Bâtard, llevando consigo el Santísimo para poder hacer escapar a una infeliz religiosa que tuvo la culpable debilidad de casarse con un tío sacerdote, y que se encontraba peligrosamente enferma. Como la puerta de la casa a que iba no estaba abierta, se paseó en la plaza, y para no dar la impresión de que tenía miedo, subió a la guillotina, teñida aún con la sangre de su querido Dodain, y al bajar reconoció la voz de dos intrusos que conversaban, y que habían hecho con él su seminario. Felizmente, no lo reconocieron. «En aquellos tiempos, [1793-1794], nos decía él mismo, yo era todo de fuego. He estado durante más de dos años sin tener casa en donde dejar el Santísimo Sacramento, y lo llevaba todo el día conmigo, por temor de encontrar algunos enfermos. Administraba a veces seis o siete por noche. Toda mi idea era que, si me prendían, comulgaría en viático. Eso era todo mi consuelo. No tenía reposo, ni de día ni de noche. Casi no dormía, yo que tengo necesidad de sueño. Corría sin cesar de un extremo al otro de la ciudad, y con frecuencia seguía a la guardia que hacía las visitas». 8. «Muchas veces con el Señor Fauvette6 escalé los muros de las prisiones, de las Carmelitas, de San Pedro, de las Penitentes para llevar el consuelo a las personas que allí estaban encerradas. Los prisioneros no sabían por dónde pasábamos, y no había sino dos en la sala que conocían los medios que usábamos. Nos conducían a los pies de la casa: nos hacían pasar por encima del muro, Abajo encontrábamos personas que nos llevaban a la sala de los encerrados, y en la misma forma volvíamos. El carcelero de una prisión tenía la costumbre de salir todas las tardes para cerrar su contraventana, y dejaba la puerta abierta durante ese breve espacio de tiempo. Nos habíamos puesto de acuerdo para el acecho con los prisioneros, y así entramos aprovechando ese momento. Un perro que estaba en la puerta no ladró, y encontramos una persona que nos esperaba allí y nos condujo a la sala. Al principio llevábamos el Santísimo Sacramento en copones llenos de hostias. Fuí el primero que me atreví a poner todos los ornamentos en una especie de mochila, y no avisé a Aglae, pero cuando llegamos, le dije que no era todo, y que había que decir la Misa.. La dije, prediqué, y se temía horriblemente que nos hubieran escuchado. Aglae7 además no dijo la Misa. Mi querido amigo, me decía, nos expones con tus imprudencias». 9. «Una vez iba yo a llevar el Santísimo y administrar a una enferma en una casa. Había en el patio un dogo corpulento, un criado y dos Westermann8 tendidos. Dos mujeres que debían esperarme, se habían quedado dormidas. Llegué, y al querer empujar una gran puerta, como estaba mal asegurada a sus goznes, cayó sobre el pavimento con estruendo, y por un milagro de la Providencia, no se despertó ni siquiera el perro que dormía en el patio. Entré. Las dos mujeres me dijeron: ¡Ay Señor! ¿qué ruido es ese que hemos escuchado? Les dije: mis buenas amigas, ¿qué quieren Uds? Estoy perdido, pero es necesario, en consecuencia que administre a esa enferma. Durante ese tiempo, ellas salieron, y repusieron la puerta sobre sus goznes. Cuando salí, les pregunté quien había repuesto la puerta. Me respondieron: Señor, hemos sido nosotras, y no nos ha costado mucho. Entonces dije: Dios mío, tu quieres cuidarme. Sin embargo no lo merezco nada. 10. «Confesaba yo entonces a todos los sacerdotes de la ciudad. Tenía más de cuarenta. Pasaba de tres a cuatro noches en esta tarea». 11. «Como había pasado al principio seis meses en la ciudad, hice después una especie de promesa a Dios, de quedarme a trabajar en los campos hasta que ya no pudiera permanecer allí. Me extendía pues por los campos, hasta que llegó el Terror mayor. Entonces me despidieron en todas partes. Escribí a Fauvette que no tenía refugio. Vine a Poitiers atravesando una infinidad de guardias disfrazado de panadero, llevando un pan de 16 libras en la cabeza. No me preguntaron nada. Llegué a casa de la Señorita de Pleumartin. Era en 1793. La señorita Chevalier, que vivía entonces con la señorita Bert, vino y me ofreció un asilo, con tal que les asegurase la Misa el domingo, y allí me quedé». 12. «Salía continuamente. Tenía entonces mucho más ánimo que ahora. Hacía mucho más obra. Se me consideraba tanto como perdido, que se echaba pajas y se abandonaba a la suerte, para saber quién me debía acompañar. Yo me enojaba cuando me querían impedir que saliera, y amenazaba con salir de la casa en pleno día y con no volver más. ¡Cómo, -decía yo-, se me quiere impedir el ejercicio de mi ministerio! ¡Ah! Me prenderían mucho antes si no lo ejerciera». 13. Durante todo ese tiempo, estaba pálido, deshecho, casi no comía, y estaba agotado por la fatiga, sin desalentarse jamás. 14. Cuando los Vicarios Generales recibieron del Papa el poder de recibir la retractación de los sacerdotes juramentados, el Señor de Brunneval lo envió a recibir, en los alrededores de Richelieu las de todo un Capítulo y de un cura, en tiempos en que nadie osaba poner los pies fuera. 15. Un día en que decía la Misa en Moulin-á-Vent, y en que el oratorio estaba lleno de gente, llegaron unas personas para hacer la visita, La señorita Lussa de la Garélie mirando por la ventana descubrió a los guardias y fue a decírselo, mientras estaba predicando: helos aquí. «Mis hermanos, -dijo a los que lo rodeaban-, permanezcan tranquilos. Voy a ausentarme, no sucederá nada». En un instante desapareció, y se retiró todo de la capilla. La señorita Bert y la hermana Teresa fueron las únicas que quedaron ante el Santísimo, y se hizo entrar a los guardias por una puerta, mientras los fieles salían por otra. Cuando llegaron a la capilla, preguntaron a la hermana Teresa por qué rogaba a Dios. La irritaron tanto, que les respondió con firmeza: «Rogamos a Dios por Uds., contra Uds. y a pesar de Uds.». Como preguntaron qué cosa había allí, mostrando el tabernáculo, la señorita Bert les respondió con firmeza: «El Santísimo Sacramento». Nueva pregunta e idéntica respuesta. Se cree aún que agregó: «Vuestro Dios y el mío». Incluyeron en el proceso verbal que ella les había dicho que había un santo Sacramento, y se retiraron. [Después del 18 de Fructidor] 16. Durante el Terror, el P. José María se vio obligado a disfrazarse diversamente, para evitar que se lo reconociera por aquel que se había visto seminarista algunos años antes. A veces se disfrazaba de panadero, otras, forzando por la necesidad tomaba los vestidos de gendarme o de oficial, y más de una vez los soldados lo saludaron teniéndolo por tal. A veces se disimulaba bajo los vestidos de campesino, y así fue como pasó quince días en calidad de doméstico, en casa de una respetable señora. Fue porque se temía las habladurías de una sirvienta de la casa, buena católica, pero muy indiscreta. Sólo para no encontrarse a cada paso con esta joven, se había convenido con la señora que comería con ella, y para que la joven de quien se desconfiaba no sospechara nada, tomó como pretexto que quería usar de los beneficios de la nación, que pretendía que todos los hombres eran iguales. Lo que había de más gracioso en esta aventura, es que esta joven quería mandarlo a la plaza a vender los guisantes que se había cosechado en sus campos, y como él no quería, «mi señora, decía a su ama, nuestro raro es por lo menos arrogante: no quiere ir a la plaza a vender guisantes». Lo atormentaba de continuo, y él se mantenía en una reserva que la sorprendía. Lo golpeaba duramente cuando no cumplía a su antojo los trabajos más humildes de la casa. Por fin llegó un día en que tenía que decir la misa. El P. La Motte9, que estaba en la misma casa, le dijo que celebrara primero el Santo Sacrificio. Sube al oratorio y se reviste. Aquella joven entraba en ese momento llevando la luz, quiere darle con las tenazas que tenía en la mano gritando: «nuestro raro que se burla de los ornamentos sagrados». El P. José María entonces con una seriedad verdaderamente sacerdotal, le habla de los males de los tiempos que obligan a los sacerdotes a adoptar estas formas extrañas, y aquella joven queda tan impresionada de ver un sacerdote en el que había tenido por el pobre José, que se desmayó. Ha muerto más tarde. [1792] |