Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo






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DICIEMBRE:

La alabanza (5)

Día 31 de diciembre 2012 Lectura: Romanos 7

Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo

en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta

en todo lugar el olor de su conocimiento”

(2 Corintios 3:14)

¿Por qué es la alabanza un triunfo? De hecho, cuando oramos nos encontramos aún en nuestro ámbito habitual, pero, cuando alabamos a Dios nos elevamos sobre nuestro estado cotidiano. Cada vez que oramos, ya sea intercediendo o suplicando, nos implicamos en lo que demandamos. Estamos ligados al objeto de nuestra petición, que siempre está presente en nuestro espíritu. Pero, si Dios nos saca de la prisión, nos libera de las cadenas, de la vergüenza y de los sufrimientos, entonces somos capaces de alzar la voz y cantar alabanzas a Dios.

Donde puede ser que fracase la oración, la alabanza triunfa. Este es un principio esencial del que siempre nos tenemos que recordar. Si no podemos orar, ¿Por qué no tratamos de alabar al Señor? Dios no sólo nos ha dado la oración, también nos ha dado la alabanza, la cual nos permite proclamar la victoria. “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Cor, 3:14.). Cada vez que nos sintamos oprimidos en el espíritu hasta el punto de que nos sea difícil respirar, tratemos de alabar a Dios. Oremos cuando seamos capaces, pero alabemos a Dios cuando no seamos capaces de hacerlo. Corrientemente, pensamos que cuando una carga es pesada necesitamos orar y que conviene alabar a Dios cuando el problema se ha resuelto. De hecho, tenemos que orar cuando nos sentimos cargados, pero a veces la carga se vuelve tan pesada que ni siquiera podemos orar. Entonces es el momento de alabar a Dios. No esperemos a que nos sea retirada la carga para comenzar a alabarle. Por el contrario, alabémosle cuando la carga se convierte en algo insoportable de llevar. Todo nuestro ser parece que se paraliza cuando nos enfrentamos con serias dificultades. Estamos perplejos, sin saber lo que tenemos que hacer. ¡Ese es el momento de aprender a alabar a Dios! Esa es la ocasión ideal para hacerlo. Si en ese instante alabamos a Dios, Su Espíritu comenzará a actuar, haciendo que todas las puertas se abran y se rompan todas las cadenas. El que canta es libre. Aparentemente, está expuesto a la vergüenza por estar encadenado, pero de hecho, es libre y capaz de cantar. De esa manera trasciende toda situación; nada ni nadie lo podrán derribar.

Por lo tanto, los hijos de Dios tenemos que abrir la boca para alabar, sin esperar los momentos de calma, sino en medio de la tormenta y los sufrimientos. En medio de una situación que nos parezca complicada, levantemos la cabeza y digamos: “¡Señor, te alabo!”. Las lágrimas brotan de nuestros ojos, pero la alabanza surge de nuestro corazón. Con el corazón herido, expresamos la alabanza. Gracias a ello nos elevamos y nos unimos a Aquél que alabamos.

La alabanza nos libera. Cuando ofrecemos un sacrificio de alabanza, es decir cuando ofrecemos nuestras alabanzas como sacrificio, trascendemos todas las cosas rápidamente, ya nada nos podrá deprimir.

La alabanza (4)

Día 30 de diciembre 2012 Lectura: Romanos 6

Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado,

y seré salvo de mis enemigos”

(Salmo 18:3)

Cuando un cristiano comienza a orar, satanás pasa al ataque. Ese es el motivo de que sea más fácil hablarles a las personas que orar. satanás ataca a la oración. Sin embargo sus peores ataques son para las alabanzas de los hijos de Dios. Si pudiese, trataría de que las palabras de la alabanza no llegasen a Dios. Utilizaría todo su poder para conseguirlo.

Recordemos que cada vez que los hijos de Dios alaban al Señor, satanás es puesto en fuga. A menudo la oración es una batalla, pero la alabanza representa un triunfo. La oración es un combate espiritual y la alabanza, un grito de triunfo. Por eso podemos comprender por qué odia tanto satanás la alabanza. Desplegará todas sus fuerzas para acallarla lo más posible. Los hijos de Dios actúan como necios, cuando considerando su entorno o siguiendo sus impresiones dejan de alabar al Señor. Pablo y Silas, presos en Filipos, conociendo verdaderamente a Dios, cantaban en su celda. Todas las puertas de la prisión fueron abiertas y todas las cadenas rotas (Hechos 16:25-26.). La alabanza consiguió aquello.

Dos veces se abrieron las puertas de la cárcel en los Hechos. En el primer caso, la Iglesia oraba fervientemente por Pedro, y un ángel entró en su celda y le liberó. En el segundo, Pablo y Silas cantaban alabando a Dios; de repente se abrieron todas las puertas y todas las ligaduras de todos los prisioneros se rompieron. Aquella misma noche, el carcelero y toda su familia creyeron en el Señor, fueron salvos y se bautizaron, y se regocijaron grandemente.

Aquí vemos a dos hombres que ofrecieron sacrificios de alabanza, incluso en una cárcel; padecían físicamente, tenían heridas en la espalda y sus pies estaban encadenados, su debilidad era notable. Además, las prisiones romanas eran siniestras, sombrías y húmedas. ¿Tenían motivos para regocijarse? Pero se trataba de hombres espirituales que se elevaban por encima de todas esas cosas y contemplaban a Dios sentado en Su Trono y lo Loaban pese a su entorno y condiciones físicas. No nos podemos cambiar, nuestro entorno y nuestras circunstancias pueden variar, nuestros sentimientos pueden fluctuar, pero Dios jamás cambiará. Seguirá siendo Dios y digno de ser alabado. Pablo y Silas alababan. Tales alabanzas tienen un valor inestimable. Servían como sacrificio y sonaban como un grito de triunfo y de júbilo.

La alabanza (3)

Día 29 de diciembre 2012 Lectura: Romanos 5

Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él,

sacrificio de alabanza, es decir,

fruto de labios que confiesan su nombre”

(Hebreos 13:15)

En principio, la alabanza es un sacrificio. Si los padecimientos fuesen fruto de la casualidad, no formarían parte de la naturaleza de la alabanza. Pero, sabemos que los sufrimientos no son fruto del azar, sino que se encuentran insertos dentro de un plan divino. Por lo tanto la alabanza saca su esencia de los padecimientos y de las tinieblas. Por algo dice el escritor de la Carta a los Hebreos: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Heb. 13:15.)

Hermanos, ¿En que consiste un sacrificio? En él se incluyen la pérdida y la muerte. El que ofrece un sacrificio sufre una pérdida: El buey o el cordero que nos pertenecían. Ahora los tomamos y se los ofrecemos a Dios como sacrificio. Hoy, Dios desea que los hombres le ofrezcamos alabanzas, cómo si ellas fuesen un sacrificio. Dicho de otra forma, nos capacita para alabarle, realizando en nosotros una transformación mediante los padecimientos que experimentamos. El Trono de Dios está fundamentado en la alabanza. ¿Cómo las obtiene Él? Cuando Sus hijos se aproximan a Él, trayendo cada uno su sacrificio de alabanza.

Todos tenemos que aprender a alabar a Dios. Anteriormente leímos acerca de la necesidad de orar. Ahora nos hace falta saber cómo conviene alabar. David tuvo el privilegio de alabar a Dios siete veces al día. ¿Lo alabaremos nosotros menos veces que él? No, alabémoslo sin cesar. Aprendamos a decir: “Señor, Te alabo”.

Que todos alabemos a Dios desde la mañana temprano, a lo largo de todo el día, cuando padezcamos las tormentas de la vida, cuando estemos congregados con los santos y cuando nos encontremos solos.

La alabanza (2)

Día 28 de diciembre 2012 Lectura: Romanos 4

Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida” (Salmo 42:8)

Ciertas personas se extrañan de que haya tantos Salmos en la Biblia. El Espíritu Santo inspiró a salmistas tales cómo David, Moisés, Asaf y a otros para que alabasen a Dios. Sus Salmos, no sólo contienen alabanzas, también expresan sus padecimientos. Muchos de ellos relatan sus experiencias en el umbral de la muerte: “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí” (Sal. 42:7.). En medio de experiencias dolorosas, abandonados de los hombres, golpeados y perseguidos por sus enemigos, expresaron no obstante sus alabanzas a Dios. Esas palabras de alabanza no salieron de labios de hombres que disfrutaban de prosperidad, sino de hombres que experimentaban enormes padecimientos.

Todos los estudiantes de la Biblia conocen que el libro de los Salmos expresa el profundo dolor humano, por causa de heridas físicas y morales. Pero recordemos que aún en esos Salmos que expresan el dolor de sus escritores, resuena con fuerza y claridad la alabanza. Dios extrajo y compuso himnos de alabanza en medio de los padecimientos de sus hijos, de aquellos que le pertenecen. Todos ellos aprendieron a alabar a Dios en todos los momentos y circunstancias.

No pensemos que la alabanza llena de gozo es la más fuerte. De hecho son aquellos que han pasado por las más angustiosas experiencias delante de Dios, los que expresan una alabanza que resuena con más intensidad. Dios recibe en Su corazón tales alabanzas y los bendice grandemente. Dios desea que cada uno de nosotros aprenda a alabarle en medio de la adversidad. No elevemos únicamente nuestras alabanzas cuando nos encontremos en la cima y entreveamos la tierra prometida, aprendamos a componer salmos y canciones de alabanza cuando nos encontremos caminando por el valle de sombras de muerte. Estas son en realidad las mejores alabanzas.

Ahora podemos comprender cual la verdadera naturaleza de la alabanza. Como antes hemos leído, el libro de los Salmos es el único libro de alabanzas del Antiguo Testamento. Su título podría ser “Alabanzas”. Muchos cristianos se inspiran en los Salmos para loar a Dios. Muchos de estos Salmos pueden cantarse, que es lo que hicieron los hijos de Israel en el Antiguo Testamento. Constatemos que aquellos que alabaron a Dios de esa forma fueron los que pasaron por situaciones de aflicción; en medio de sus padecimientos compusieron himnos de alabanza y confianza en el Dios de su salvación.

La alabanza (1)

Día 27 de diciembre 2012 Lectura: Romanos 3

Siete veces al día te alabo

a causa de tus justos juicios”

(Salmo 119:164)

La alabanza es un servicio maravilloso de los hijos de Dios, la mejor de sus actividades. Ella constituye la más noble expresión de los sentimientos de los fieles, la manifestación más elevada del aprecio hacia Su Dios y Padre en la vida espiritual.

El Trono de Dios está situado en el centro del universo y Dios recibe allí las alabanzas de Sus hijos. Al loar a Dios exaltamos Su nombre. A Dios no le podemos ofrecer nada mejor que la alabanza.

Los sacrificios tenían una gran importancia a los ojos de Dios, y sin embargo Él dijo: “El sacrificio de los impíos es abominación…” (Prov. 21:27.). Notemos que en ningún lugar de la Biblia se dice que las alabanzas puedan ser abominables. Se pueden ofrecer sacrificios abominables, pero jamás abominables alabanzas.

La oración ocupa un lugar destacado en la Biblia, pero sin embargo se dice: “El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Prov. 28:9.). No obstante no encontramos ningún pasaje bíblico que diga que la alabanza sea abominación. ¿No es esto maravilloso? David dijo en los Salmos: “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz” (Sal. 55:17), y de nuevo: “Siete veces al día te alabo a causa de tus justos juicios” (Sal. 119:164.). David oraba a Dios tres veces al día, pero alababa a Dios siete veces al día. Cuando en él actuaba el Espíritu Santo, se dedicaba a alabar al Señor.

La Biblia enfatiza más la alabanza que muchos otros temas. Los hijos de Israel, desde que salieron de Egipto, no dejaron de alabar a Dios. El conjunto de los Salmos esta lleno de alabanzas. Anteriormente Moisés compuso un cántico de alabanza en Éxodo 15. Después se suceden estas expresiones de gozo y alabanza a lo largo del Antiguo Testamento. “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios? (Ex. 15:11.). Dios es digno de ser alabado.

Traer almas a Cristo (4)

Día 26 de diciembre 2012 Lectura: Romanos 2

Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2Timoteo 4:2)

Es evidente que no está prohibido predicarle el Evangelio a aquellos por los que no hayamos orado. Aprovechemos todas las ocasiones, hablemos en cualquier ocasión, sea o no sea favorable, porque no sabemos quien se nos escapará. Abramos regularmente la boca, y no dejéis de orar por aquellos que están en nuestra lista, y por tantos otros de los que ignoramos el nombre. Pidámosle al Señor que salve a pecadores. Aprovechemos cualquier encuentro para hablarles a los pecadores si nos sentimos conducidos por el Espíritu.

Recuerdo de la historia de un oficial de marina inglés, que asistía a una carrera en Londres. Eran muchos los espectadores de aquel evento. A su lado estaba sentada una señora de cierta edad. Él se preguntó si aquella señora conocería al Salvador. Él se volvió hacia ella y le dijo: “Perdone, tengo que hacerle una pregunta muy importante: ¿conoce usted a mi Salvador?” La señora se sorprendió mucho con la pregunta. Entonces él le explicó que el Señor Jesús era su Salvador y la animó a creer en Él. La dama estuvo dispuesta a recibir al Señor Jesús. Ambos se arrodillaron para orar y la dama fue salva realmente. Permitidme decir que si somos negligentes, las almas se nos escaparán. Utilicemos, como pescadores de Dios, una buena red para que no se nos escape ningún pez.

Todos cuentan, ya sean médicos, maestros, o cualquier otro. De igual manera, ¿Cómo podremos ganar almas sin haber aprendido en primer lugar a llevarlas al Señor? Muchos son maestros en el arte de ganar almas para Cristo.

Traer almas a Cristo (3)
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