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jueves 25 de agosto de 2011 REFLEXIONES ACERCA DE TRES DECADAS DE « SOCIALISMO ESPECIFICO» EN ARGELIA ![]() REFLEXIONES ACERCA DE TRES DECADAS DE « SOCIALISMO ESPECIFICO» EN ARGELIA POR SADEK HADJERES(*) Jueves 1º de Julio 2010 Este análisis de Sadek HADJERES, fue publicado en una obra colectiva (ver lista de autores más abajo), bajo el título: “Experiencias socialistas en África, 1960–1990” François Arzalier et Coll. Ediciones “Le Temps des Cerises”, Paris-2010 páginas 129 a 148. «¿Socialismo argelino?». Acordamos de llamar así las orientaciones y las prácticas presentadas como tales por las esferas oficiales durante las décadas que siguieron a la independencia. Habría sido interesante, desde un punto de vista informativo y documental, hacer un enfoque descriptivo. En el marco forzosamente limitado de este artículo, he optado por un enfoque más sintético, privilegiando algunas cuestiones todavía en debate. Estas cuestiones alcanzan las expuestas por otras experiencias africanas, así como las preocupaciones de los que por doquier en el mundo se preguntan sobre las perspectivas de recomposición de las fuerzas apegadas al socialismo. El análisis que adelanto aquí no es neutral. Es el punto de vista de un comunista, cuya organización ha vivido en la ilegalidad y la oposición al sistema político instaurado después de la independencia, desde los primeros avances hasta los desengaños de esta experiencia argelina. Yo soy de esos por quien el socialismo sigue siendo un proyecto de sociedad capaz de traer respuestas válidas a la necesidad de liberación y desarrollo de los oprimidos y de los explotados. A condición que, sobre la tela de fondo de las recomposiciones geopolíticas mundiales, los actores más comprometidos o más influyentes de este proyecto se mantengan al oído de las aspiraciones populares legítimas, como también a la experiencia adquirida a escala local e internacional. Desde este punto de vista, la experiencia argelina aporta numerosos esclarecimientos, a través de las evoluciones que traigo sumariamente. CRECIMIENTO Y RETROCESO DEL PROYECTO OFICIAL Varias etapas han marcado progresivamente o a golpes el crecimiento después del reflujo de la opción socialista oficial. En realidad, no hubo solo un “socialismo argelino”, sino varios proyectos o realidades reclamándose de éste, sucediéndose o coexistiendo con contradicciones de importancia variable. El crecimiento de las aspiraciones socialistas en el país y su amplia influencia se hicieron más sensibles a partir de la segunda mitad de la guerra de liberación. Sir ser explicitas netamente, encontraron algunas resonancias en los documentos del FLN en guerra, el de la Soummam (1956) y la Carta de Trípoli (1962). Después de la independencia, este crecimiento conoció varios niveles: • Un socialismo proclamado, en expresiones populistas, “románticas” y desordenadas, bajo la presidencia y los auspicios de BenBella, presidente desde septiembre de 1962, hasta el golpe de Estado que lo derrocó en junio de 1965. La proclamada «Carta de Argel» había precisado de manera más clara esta opción en el primer Congreso del FLN en la primavera de 1964. • El discurso socialista, burocrático y represivo, bajo la dirección de Boumediene, de junio de 1965 hasta la proclamación, en febrero de 1971, de las grandes nacionalizaciones de los hidrocarburos y de la reforma agraria. • El socialismo antiimperialista y marcado de un esfuerzo de justicia social, de 1971 hasta el fallecimiento de Boumediene en diciembre de 1978, periodo marcado por el jalón teórico y más coherente de la Carta Nacional de 1976. Este periodo, a pesar de sus contradicciones, ha sido el más emblemático, el más positivo y más fuerte del socialismo argelino. El retroceso de la opción socialista oficial y la acentuación del desencanto popular han marcado la presidencia de Chadli a partir de 1979, hasta el abandono de toda referencia oficial al socialismo después de 1989: • La primera mitad de los años 80, sin negar abiertamente la opción socialista, bajo la cubierta de «correctivos», se comenzó a operar el giro político a la derecha y el inicio del desmantelamiento (bautizado como reestructuración) de los sectores públicos industrial y agrícola, así como la erosión de las medidas de progreso social. • • Desde la segunda Carta nacional en 1986, hasta octubre de 1988, el conflicto entre «reformistas» en el gobierno y «conservadores» del FLN, se desarrolló bajo confusión ideológica. La opción socialista (ya más desnaturalizada) no está oficialmente abandonada, cuando al mismo tiempo la opción liberal (fortaleciéndose en los hechos) no está abiertamente proclamada como tal. • Después de las sublevaciones y los giros de Octubre 88 (abandono del monopartidismo oficial), ya no hay más referencia a la opción socialista. El debate y lo que estaba en juego, en el marco de una desregulación económica acentuada, se ubican alrededor de la instauración o no en el terreno de una democratización de la vida política, y de la preservación o no de un mínimo de justicia social. Todas estas etapas, a pesar de sus trazos contradictorios, tuvieron en común la persistencia del autoritarismo oficial. Se ejerció tanto contra la población como contra formaciones políticas no sumisas al poder y portadoras de proyectos democráticos, sobre todo contra formaciones como el Partido Comunista Argelino (PCA) y después el Partido de la Vanguardia Socialista (PAGS), que eran partidarias fervientes y consecuentes de un proyecto socialista. Las prácticas represivas han sido constantemente acompañadas de esfuerzos de las esferas dirigentes para confundir y esconder los intereses de clase contradictorios, en nombre de los valores patrióticos y tras el lenguaje de la unidad nacional. La monopolización del poder y las prácticas antidemocráticas habían sido justificadas por una “legitimidad revolucionaria”, puesta en oposición a la legitimidad democrática. Es supuestamente otorgada a los dirigentes al mando de la guerra de independencia, pese a que la participación de algunos de ellos en la liberación del país ha sido, a veces, dudosa o usurpada, mientras que auténticos luchadores de la resistencia han sido apartados o reprimidos. La “familia revolucionaria”, tal como se le llama en los medios oficiales, se ha identificado cada día más y expandido a grupos de interés, en los cuales o alrededor de los cuales se han aglomerado las potencias del dinero. Éstas se edificaron sobre las múltiples rentas ligadas al ejercicio del poder y al registro creciente de la economía y del comercio en los circuitos de la corrupción financiera internacional. El mismo vocablo “socialismo”, con contornos sociales y políticos turbios, retomó de esa manera contenidos diferentes, contradictorios y hasta antagónicos a las etapas sucesivas que siguieron a la independencia. La ambigüedad del socialismo argelino se fue en pareja con la opacidad del contexto político, la no-transparencia de los enfrentamientos político-ideológicos, tanto en las esferas del poder, como en la sociedad; el desfase persistente entre las proclamaciones y los actos. No hace falta ir a buscar más lejos los mecanismos que habían frenado y después bloqueado el fuerte empuje inicial de las aspiraciones socialistas y la dinámica de las primeras realizaciones de una Argelia, de seguro, bien provista de recursos materiales y humanos, sobre el entusiasmo del impulso nacional liberador. FIN DE CARRERA DEL SOCIALISMO ESPECÍFICO Podemos también entender mejor la ambivalencia del socialismo “especifico” argelino y sus efectos, cuando lo ponemos en perspectiva con su naufragio, iniciado en los años 80 y consumado desde el comienzo de la década siguiente. En efecto, lo que sucedió de repente, revela mejor la naturaleza y los defectos estructurales de lo que fue llamado socialismo. Los años 60 y 70, lo más atractivos del socialismo oficial, fue que Argelia, a pesar de numerosos signos inquietantes, era considerada a los ojos de los Africanos la “Mecca de los revolucionarios” (¿palabras de Amílcar Cabral?) y su prestigio en el mundo era incontestable. Hoy día está en el blanco por diferentes motivos y su clasificación, en varios aspectos del desarrollo humano, no es de los más honorables. En comparación con la situación actual, no es raro que hasta dentro de los cuadros o de la población que se quejaban, condenaron o combatieron las insuficiencias y las perversiones del socialismo puesto a la obra, gran número de ellos guarda de esta época “socialista” una percepción casi nostálgica. ¿Cuáles vías ha tomado la degradación, con carices de caída a los infiernos? La década de los 80, la de los ataques y retrocesos de los logros nacionales y sociales anteriores, habían visto acentuarse las fechorías del pensamiento y partido únicos. Desembocó en los acontecimientos sangrientos de octubre de 1988, cuyo desencadenamiento y motivaciones han quedado oscuros hasta el día de hoy. La revuelta instrumentada de miles de jóvenes (utilizados sobretodo por clanes del poder para frenar un movimiento social ascendente y organizado de los trabajadores, impulsado por los comunistas), fue una braza ardiente para el sistema. Concedió entonces el arranque de un proceso formalmente pluralista y marcado por los estigmas del período pasado abiertamente dictatorial. El relativo esclarecimiento de los dos o tres años que siguieron entre 1989 y 1991, ha consistido en un frente a frente confuso entre el poder de turno y las diversas oposiciones. Por un lado, un régimen militar-civil oligárquico y burocrático, decidido a perpetuarse por la fuerza y la intriga. De otro lado, movimientos de oposición ideológicamente divididos y, a menudo, políticamente manipulados. El proceso pluralista se había rápidamente fragilizado. No fundado sobre una democratización en profundidad, se redujo formalmente a algunos avances temporales de las libertades de expresión y de asociación y a mecanismos electorales torcidos. El decoro estaba puesto para instrumentar y dividir a los partidos y las corrientes ideológicas e identitarias. El proceso democrático deseado pagó los costos de una demonización sistemática de la democracia por parte de actores políticos que, rechazando toda referencia a las contradicciones o solidaridades de clase, han hecho el negocio de los paladines del poder etiquetando y dividiendo los Argelinos en “modernistas” y “tradicionalistas”. Los opositores islamistas de más puntaje presentaban la democracia como “kofr” (apostasía). Por su lado, “republicanos” gravitando alrededor del poder considerado como su protector contra la agresividad integrista, presentaban la democracia como un lujo para occidentales. O acaso usaban el pretexto de la amenaza integrista para justificar su renuncia a la autonomía hacia el poder. De esta manera, se implantó una bipolarización política que no corresponde (y es hasta más dañina) a las verdaderas divergencias socio-económicas y políticas y a una lucha de principio para la democracia sobre bases claras. Esta bipolarización ha sido incómoda y peligrosa para el conjunto de las corrientes democráticas, tomadas así de rehén y conminadas a renunciar a sus convicciones y luchas autónomas. Cuando el PCA había conservado su autonomía política al lado del FLN y de la ALN durante la guerra de liberación, era al precio de enormes dificultades para mantenerse en esta posición de principio. Pero la vida ha demostrado, después de la independencia, que estos sacrificios en la autonomía le habían asegurado un mejor crédito al seno de su base social potencial, así como el anclaje de su organización a mediano y largo plazo. Por lo contrario, todas las veces que esta autonomía se debilitaba o temporalmente se renunciaba a ella, no solamente las organizaciones señaladas sufrían, sino también el conjunto del movimiento democrático y social. El intento o el simulacro de democratización de la vida política después de 1989, ha tomado fin a partir del giro de las elecciones legislativas de diciembre 1990. Fueron anuladas en enero del 91 por el poder, porque fueron ganadas por el Frente Islámico del Saludo (FIS), la más importante formación de oposición. La matriz ideológica islamista de este movimiento contestatario se había desarrollado durante «la era socialista», bajo la cubierta de actividades religiosas y acciones sociales de proximidad en la sombra de las mezquitas y lugares de culto, único espacio permitido adrede e irresponsablemente por el poder, a la expresión del descontento popular. Además de su complacencia hacia las corrientes conservadoras o reaccionarias, una buena cantidad de los sectores dirigentes nacionalistas, incluso dentro de los que profesaban un socialismo verbal, no cesaron por demagogia politiquera de calumniar a las corrientes progresistas para marginarlas. Las presentaban como enemigas del Islam, con un ensañamiento particular contra los(as) comunistas y los(as) «berberistas». SUBSTITUCIÓN DE LAS REFERENCIAS IDENTITARIAS A LAS REFERENCIAS SOCIALES Y DE CLASE Durante un cuarto de siglo, los dueños del espíritu y de las prácticas del «socialismo especifico» habían así contrarrestado la emergencia y el fortalecimiento de un amplio movimiento democrático, unido, organizado y autónomo, capaz de contrabalancear el juego peligroso de las dos corrientes hegemónicas que se han cristalizado. Ambas, poco motivadas por la democracia y el socialismo, legitimaban sus ambiciones invocando, una, las fuentes ideológicas del nacionalismo, la otra, las del islamismo. Detrás de sus referencias sacralizadas, esos hegemonismos políticos rivalizaban alrededor de lo que está en juego del poder, unos para conservarlo y los otros para conquistarlo. En enero de 1991, después del callejón sin salida política electoral y la instauración de un nuevo centro de poder por la alta jerarquía militar, la crisis desembocó en los enfrentamientos sangrientos de una década, asumidos y dirigidos, de un lado, por un poder que se proclama republicano y, del otro, por formaciones que se proclaman ideologías integristas y con un proyecto de Estado teocrático. Las luchas políticas dejaron lugar en lo esencial a la violencia armada de los protagonistas, cada uno teniendo como meta aterrorizar y dominar al adversario. Constataremos algunos años más tarde que después de haberse enfrentado ferozmente, estos protagonistas encontrarán, en nombre de una «reconciliación nacional» sin principio, puntos de acuerdo que dejarán a las masas populares siempre muy expuestas al arbitrio y al desamparo social. La población civil, los actores armados de los dos campos y las fuerzas políticas democráticas costearon los gastos de una tragedia humana donde el traumatismo y las secuelas, en el mejor de los casos, tomarían ciertamente mucho tiempo para atenuarse. En lo que atañe al desastre económico y político, comprometió por largo tiempo las esperanzas del desarrollo argelino, mismas que no llegaron muy lejos o habían sido esterilizadas por orientaciones supuestamente socialistas. El hecho más alarmante hoy es que el poder, como también las oposiciones, siempre tan divididas, han quedado incapacitadas de poner en marcha una estrategia socioeconómica y política coherente frente a los asaltos del liberalismo salvaje, conjugados en los niveles nacional, regional e internacional. Los ciudadanos viven a diario la pesadilla del arbitrio social y político. Sin embargo, el terrorismo integrista ha retrocedido en comparación a sus expresiones masivas de los años 90. Pero igualmente las reservas financieras originadas de los hidrocarburos, que faltaban cruelmente a mediados de la década de los 80, han llegado a niveles sin precedente. No obstante, los ingredientes económicos, sociales, políticos e ideológicos que a partir de la mitad de los años 80 habían traído los dramas de la década siguiente, están siempre a la vista. Multiplican los actos de revueltas y de desesperanza de los jóvenes, ponen en peligro la cohesión de la sociedad y de la nación, sin que el poder haya sacado las lecciones. Desde hace más de veinte años que hablamos de reformas, pero el país se estanca y se enreda en medio de las carencias y del descaro de los grupos dirigentes, del desconcierto de los cuadros, del desamparo y la ausencia de perspectivas de los ciudadanos. El lenguaje de las reformas cubre operaciones de rapiñas a gran escala de los círculos burocráticos, en colusión con los especuladores de una economía de importaciones masivas, mientras que las exportaciones ligadas a una producción -fuera de los hidrocarburos- insignificante se reducen a una proporción ridícula. Los clanes que comparten el poder están encerrados en un dirigismo de Estado autoritario, consagrado a desviar y privatizar los bienes públicos a su favor y al de su clientela, mientras entregan la economía a las peores derivas de un mercado sumiso a las especulaciones. El capitalismo argelino ha acentuado al extremo su carácter dependiente, primitivo, improductivo, anti-popular y antidemocrático. En realidad, no hubo ruptura con las derivas y los daños de quienes, veinte años atrás, habían minado el proyecto socialista, las que se han prolongado y agravado. El colchón de la evolución desastrosa ha sido, en verdad, en el seno de los dos campos protagonistas rivales, el rápido avance de un liberalismo económico salvaje, en formas y sobre terrenos particulares a cada uno de los dos campos, dictándoles por turno, y a veces al mismo tiempo, la alternancia de enfrentamientos violentos o maquillados y colusiones no declaradas o abiertamente asumidas. En provecho del caos bárbaro de las década de los 90, los actores de esta alza a cielo abierto de una forma agresiva y parasitaria del liberalismo, pusieron a su orden y acentuaron la desestabilización del Estado y de la sociedad, ello paralelamente a los efectos regionales y locales de la mundialización capitalista, con una penetración masiva de las transnacionales de Estados Unidos en el Sahara. Desde entonces, ese liberalismo había sacado sus primeras raíces en el poder y la sociedad de forma más insidiosa pero real bajo los harapos de la cara obscura y todavía no declarada del «socialismo específico». Al término de ese sobrevuelo, aparece mejor la sustancia de la aventura socialista argelina, lo que fueron sus puntos débiles al lado de las incontestables realizaciones materiales iníciales. Fue minada por la puesta al frente de intereses identitarios desviados en detrimento de la conciencia de intereses comunes nacionales y de clase, tangibles, de sumar, lo que era favorable a la progresión de un proceso democrático capaz de hacerle frente a las rapacidades del capitalismo internacional y de sus enlaces en la burguesía parasitaria y burocrática. |