descargar 62.45 Kb.
|
revista cubana de PSICOLOGÍA Vol.21, No.1, 2004 ACCIÓN COMUNITARIA EN SALUD MENTAL Multiplicadores y multiplicandos Prof. Manuel Calviño 1. Facultad de Psicología. Universidad de La Habana. RESUMEN Con el presente escrito el autor llama la atención sobre un espacio de actuación interprofesional de suma importancia social en el que la Psicología puede brindar un aporte de suma importancia: las prácticas comunitarias. El análisis se divide en tres aspectos: el primero – las prácticas comunitarias tradicionales y sus deficiencias esenciales; el segundo – las prácticas de salud mental, centrado en los enfoques preventivos y sus exigencias contemporáneas y el tercero, por último – los principios probables de una práctica de salud mental comunitaria, en el que se reconfirma una aproximación centrada en los recursos humanos y profesionales de la comunidad. ABSTRACT In this work the author draws attention to an interprofessional area which has significant social relevance and one in which Psychology can offer an important contribution: the community practices. The analysis is divided into three aspects: first - The traditional community practices.; second – the mental health practices, centered around preventive approach and its contemporary demands; and third and last – principles in community mental health practices, which attempts to reconfirm an adequate approach centered around human community and professional resources. El tema que desplegaré está compuesto por tres unidades básicas: ACCIÓN, COMUNIDAD y SALUD MENTAL. En el escenario profesional de la psicología ellas se potencian mutuamente de manera que se favorecen en su gestionar. Parecería, a primera vista que hablamos de una obra (la salud mental), puesta en un teatro o escenario (la comunidad) y con personas que la hacen (la acción de los protagonistas). Dejo claro de partida, que no me sé todos los papeles. El que sí me sé (bastante bien) es el mío. Por no sé qué razón a los científicos nos pasa mucho que nos preguntan como entidades sociales y no individuales. Nos piden la generalidad, raras veces la particularidad. Si algo saqué en claro de mis lecturas estudiantiles del conocido libro de “Metodología de la Investigación Psicológica” de Scott y Wetheimer (quizás los que peinan canas lo recuerden) es que para generalizar hay que tener, entre otras, ciertas condiciones muestrales de representación de los datos. Yo puede que sea una muestra, pero definitivamente no representativa. En Cuba (probablemente como en la mayoría de los países), el volumen y diversidad de la intersección de las tres nociones básicas apuntadas anteriormente es lo suficientemente grande como para no resistir una homogenización por demás anquilosante. 1 E-mail: calvino@infomed.sld.cu ![]() En sentido general, los enfoques comunitarios nacieron en este lado del mundo muy influidos por prejuicios sociales y profesionales y especialmente asociados a los paradigmas de control. Así como en su tiempo Skinner B.F. estaba convencido de poder dominar al mundo con la tecnología comportamental, Rappaport nos indujo a hacerlo con los procedimientos comunitarios. Muchos olvidaron que, al decir de Rogers, ”es un empeño evidente en toda vida orgánica y humana…expandirse, extenderse, llegar a tener autonomía, desarrollarse, madurar,… es la tendencia a expresar y activar todas las capacidades del organismo hasta el grado en que dicha activación perfeccione al organismo”. (Rogers C. 1961. pg. 35). El paradigma de control respondía a una epistemología positivista y a una concepción sociopolítica hegemonista y discriminatoria. La acción de entidades que debían ser transgresoras del orden establecido se ponía en las manos manipuladoras de ingenuos o de inescrupulosos profesionales. Esto condicionó que muchos profesionales con (des)intenciones sociales retrógradas y algunos de intenciones sociales proactivas promovieran un desarrollo de prácticas comunitarias marcadas por actuaciones “modelares” (Calviño M. 1995, 1996) en las que se concibe ingenua o malsanamente que la condición de profesional supone una posición de predominio sobre la determinación de las conductas a seguir en una cierta relación por parte de los que serían el objeto (en realidad sujetos) de la acción profesional, en este caso los miembros de la comunidad. Es el modelo representacional del profesional quien ocupa el lugar de modelo a alcanzar. En este enfoque modelar subyacen relaciones de poder-subordinación, desde las que se ejecuta una suerte de “hegemonismo paradigmático” para el especialista, lo que reduce considerablemente la posibilidad de una acción verdaderamente comunitaria. No es la comunidad el verdadero agente de acción, de cambio, de desarrollo. Todavía cuando miramos a los que siguen de espalda a la realidad percibimos que lo único que piden a las personas sobre quien recae su trabajo es que “se dejen llevar”. Son ingenuamente pensados como cuerpos inertes que serán movidos por la acción profesional. Uno de los personajes de la novela de Gabriel García Márquez “Del Amor y otros demonios”, Sierva María es mordida por un perro rabioso y su vida peligra. Entonces es que su padre se acuerda que tiene hija y trata de hacer por ella “lo mejor”, y dice el autor: “Le consagró todo su tiempo. Trató de aprender a peinarla y hacerle la trenza. Trató de enseñarla a ser blanca de ley, de restaurar para ella sus sueños fallidos de noble criollo... Lo intentó casi todo, menos preguntarle si aquel era el modo de hacerla feliz”. Dejo a ustedes las analogías probables. Otra característica que no satisfizo nuestras expectativas fue una cierta indiferenciación de las prácticas profesionales, que parecen disociadas del contexto cultural, simbólico, arquetípico, en el que se desarrollan. He visto que en ocasiones las ideas y procedimientos de trabajo son los mismos para accionar en una comunidad indígena que para un asentamiento de trabajadores inmigrantes de una gran capital. No es casual que se señale entonces “el poco uso que se ha dado a esta considerable objetivación de los estados - y procesos inclusive - de conocimientos, creencias, prácticas y comportamientos de grupos poblacionales específicos en ámbitos asimismo muy determinados y concretos” (Contreras E.1994 b. pg. 117). El “burocomunitarismo” (neologismo con el que pretendo significar al burocratismo en las prácticas comunitarias) ha ocupado un espacio en ocasiones nada despreciable en las prácticas “comunitaristas” (otro neologismo para diferenciar los comunitarios adecuado de lo malsano). Más de una vez he visto que los problemas pretenden resolverse en la mesa de trabajo, o en el buró de los funcionarios de la región en la que se supone se realiza una acción comunitaria. Las soluciones son documentos, resoluciones. Algo así como “hagan las tareas y verán que todo saldrá bien”. Sin ofender ni restar valor a lo que lo tiene y merece, pero en ocasiones he llegado a pensar que mejor sería entregar a la comunidad el dinero que se invierte para pagar, subvencionar y patrocinar ciertos trabajos comunitarios (incluido el salario de los “especialistas”). Marcas como el “inmovilismo” la falta de “movilización social comunitaria”, la “valoración inadecuada” (subvaloración o sobrevaloración) de las potencialidades y capacidades de los grupos comunitarios con los que se trabaja, la “atención concentrada solo en grupos extremos”, son comunes en los abordajes comunitarios. Al fin y al cabo, cuando de prácticas comunitarias de salud se trata, aún se siente con fuerza la presencia del modelo médico, del modelo de la jerarquía profesional. Un modelo asistencialista con poca capacidad de responder a las demandas explícitas e implícitas de las comunidades. Sin profundizar demasiado, lo considero además de decadente, poco efectivo en nuestros días. Diferenciándome de lo antes dicho mi pretensión es presentar algunos elementos centrales que servirían de sustento en la realización de experiencias prácticas concretas en el ámbito de salud mental comunitaria. En el punto de partida subrayo un conjunto de consideraciones fundamentales que a continuación intentaré al menos formular declarativamente. En primer lugar, la certeza de que son las comunidades los actores reales de la posible solución de sus problemas, de la búsqueda de alternativas de mejoramiento. Coincidimos, de manera total con la idea de que “...the community culture...is an important consideration in the design and delivery of services. The challenge ...is to enhance competence by learning about the communities...and incorporating this knowledge into their framework...” (Stroul B., Friedman R.M., Hernández M., y otros. 1996.p.598). Son los agentes comunitarios quienes tienen que construir sus propios cambios. Es desde las necesidades de las comunidades, desde sus demandas reales que se construye un espacio probable y factible de actuación. Los especialistas somos mediadores y facilitadores de dichas actuaciones pero nunca sustituyendo, suplantando, la función que corresponde a los actores. En esta dirección formulamos seis principios estructurales y funcionales básicos del posicionamiento del (los) profesional (es) en un abordaje comunitario. POSICIONAMIENTO PROFESIONAL
En segundo término aparece como un lugar de especial cuidado el que se inscribe desde la propia noción de “salud mental”. Habría al menos tres miradas claras en las que dicho concepto se presenta como nuclear:
Aún cuando cada una de estas nociones tiene mucho importante que decir, y considerando incluso que no necesariamente ellas se excluyen entre sí, es sobre todo en la última, en la mirada sociopersonal constructiva, donde me reconozco en lo que a algunas de mis prácticas profesionales de los últimos años se refiere y donde reconozco necesidades y posibilidades en los contextos reales en que trabajo. Como es conocido, la estrategia de Salud de Cuba a largo alcance se ha centrado en un amplio plan de jerarquización de niveles de atención que va desde la comunidad primaria, de residencia, como eje organizativo primario de las acciones de salud, hasta los niveles de atención especializada. En la definición general del modelo cubano de salud, un peso fundamental está dado a los niveles primarios de atención. Es así que de suma importancia resulta el trabajo de Promoción y Educación para la salud, encarnación fundamental de los modelos de actuación profilácticos o preventivos. En los últimos años, las definiciones de las Políticas de Salud han pasado a considerar especialmente el valor de las prácticas de EDUCACIÓN y PROMOCIÓN de Salud, definidas sobre todo en términos de los necesarios cambios en los estilos de vida, noción esta que apunta esencialmente al sujeto, a la persona. Junto a esto se llama la atención sobre la “prevención de enfermedades”, definida sobre todo como la protección contra las amenazas del ambiente, lo que significa, inevitablemente la acción mancomunada de las Instituciones de Salud, las personas, las comunidades, etc. como actores, gestores, responsables de su salud. En la Primera Conferencia Internacional de Promoción de Salud, realizada en Ottawa en 1986 con el patrocinio de la OMS se señala que de lo que se trata es de facilitar el proceso según el cual se puede movilizar “a la gente para aumentar su control sobre la salud y mejorarla…para alcanzar un estado adecuado de bienestar físico, mental y social… ser capaz de identificar y realizar sus aspiraciones, de satisfacer sus necesidades y de cambiar o adaptarse al medio ambiente”. Para lograr verdaderamente esto es imprescindible comprender que el desarrollo de la Salud no es tarea exclusiva del llamado Sector Salud. La Educación y Promoción de la Salud no lo son tampoco. La Salud es tarea de todos. La Educación y Promoción de salud son también autoeducación y participación. A diferencia de los enfoques asistenciales, se trata aquí de enfoques preventivos. Si los primeros tratan de “grupos específicos” (los profesionales) brindando servicios a “grupos generales” (la población), los preventivos hablan de grupos que se multiplican, de actores de una acción común en la que se trata de ser “multiplicadores y multiplicandos”. Partiendo de estas consideraciones no es difícil comprender porque “la Organización Panamericana de la Salud ha definido la promoción de la salud como el resultado de todas las acciones emprendidas por los diferentes sectores sociales para el desarrollo de mejores condiciones de salud personal y colectiva para toda la población en el contexto de su vida cotidiana” (OPS. 1992. pg. 1). Esto está directamente relacionado con las políticas de salud, las medidas ambientales, los servicios de salud, las organizaciones comunitarias, y lógicamente con los individuos, con sus actitudes y aptitudes personales, sus creencias, su subjetividad. No es casual entonces que en la experiencia actual de una buena parte de los profesionales, hablar de Salud Mental supone una mirada inevitable desde lo comunitario. Las prácticas socializadoras se presentan como componentes ineludibles de las acciones de salud mental. Así, el trabajo comunitario en salud mental es realizado en los niveles primarios de organización de la sociedad, y obviamente es acompañado y apoyado por todo el sistema de salud y lo que probablemente resulta de gran importancia es que también es acompañado por otros componentes de la red nacional de instituciones gubernamentales y no gubernamentales. La tesis de partida es que la garantía de la salud mental es sobre todo la generación de aquellas condiciones de desarrollo personal, físico, social, educativo y cultural que tiendan a facilitar el crecimiento de hombres y mujeres creativos, con capacidad para la autogeneración del desarrollo, para la toma de decisiones, para la realización de los proyectos personales y sociales. En nuestra comprensión técnica, el camino pasa esencialmente por tres tipos de gestión: la gestión de salud, la gestión de educación y la gestión de comunicación. Pero esto, que tiene que ver con razones de orden institucional o estratégicas tiene una razón también desde lo conceptual, desde el conjunto de presupuestos cosmovisivos que fundamentan nuestro trabajo. Intentando resumirlos de manera esquemática preciso los siguiente aspectos: SUSTENTOS COSMOVISIVOS
El trabajo comunitario en salud mental es entonces más que una política, más que una estrategia, una necesidad demandante. No hacemos trabajo comunitario por un afán de socialización, porque queremos ser “sociales”, sino porque la demanda real de socialización es intrínseca al problema mismo y por ende a las búsquedas de soluciones probables. Me gustaría ahora compartir con ustedes lo que pudiera llamar algunas exigencias o características metodológicas, de encuadre, en nuestro accionar comunitario. EXIGENCIAS METODOLÓGICAS PARTICULARES. 1. LA ACCION SOBRE LO PROBABLE. Cuando ubico la especificidad de las prácticas de salud mental en los ámbitos comunitarios me parece conveniente demarcar tres zonas epidemiológicas fundamentales. No hablo de zonas geográficas, ni de zonas de distribución de la enfermedad. No me agrada la idea de ser un luchador contra la enfermedad, prefiero siempre definirme como un buscador del bienestar. Por eso hablo de zonas temporales que son la expresión de la vida real. Porque la vida, para cada ser humano, es el tiempo, el tiempo de vida. Entonces abro mi mirada al pasado (zona de lo que fue, los antecedentes, la frustración y el regocijo). Abro mi mirada al presente (zona de lo que es, la realidad actual, la zona de la necesidad). Y abro sobre todo mi mirada al futuro (zona de lo que será, la realidad prevista, esperada, la zona del deseo, de la esperanza). Cada una de estas zonas tiene sus especificidades técnicas. Los psicólogos sabemos que las diferencias entre Freud y Lewin están en gran medida en el acento temporal. Freud quiso mirar al pasado. Lewin al “aquí”, al “ahora”. Y aún más, Maslow, Rogers y tantos otros, quisieron mirar al futuro, a lo que se podría. Y esto condujo por diferentes caminos a diferentes lugares. En nuestro caso la mirada al futuro se expresa en la acción profiláctica educativa, de orientación. Pero por ser una acción preventiva, necesita hablar no sólo de lo necesario, de lo mejor, sino sobre todo de lo posible. La acción de profilaxis, de prevención, de educación y promoción de salud de salud mental, puede ser representada, retomando a Vygotsky, como una cierta zona de desarrollo próximo (fig.1). Se trata a nuestro juicio del establecimiento de las “zonas de impacto probable” que realizamos o proyectamos realizar. La expectativa de modificación ilusoria, casi alucinante, es usualmente frustrante e inmovilizadora. Alguien dijo que “mientras perseguimos lo inalcanzable hacemos imposible lo realizable”. L Figura 1. ![]()
DE INFLUENCIA. Como decía anteriormente, partimos de la consideración de que la acción de salud mental comunitaria se define por un punto variable en el espacio conformado por las prácticas de salud, las educativas y las de comunicación (fig 2.). El peso específico de cada uno de los componentes viene definido por la ubicación de las necesidades reales de la comunidad, de la situación concreta con la que nos enfrentamos. Sin embargo, ninguna acción comunitaria en salud mental debe excluir alguno de estos elementos. A Figura 2. ![]()
DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL. Si bien como señalamos antes los pesos específicos de cada una de las gestiones se definen con arreglo a las demandas y necesidades, en nuestros trabajos la comunicación social se revela como factor que requiere de un tratamiento especial. A finales del siglo pasado, un ingeniero y sociólogo italiano, Vilfredo Pareto, formuló y defendió una idea de gran interés que para algunos es una “norma de la economía del bienestar”. Pareto formuló en calidad de observación lo que se denomina la ley de Pareto: “en una serie cualquiera de factores, que hay que someter a control, se puede distinguir una pequeña porción, desde el punto de vista del número, a la que se puede atribuir una gran influencia en lo que al efecto hace. Por el contrario, la gran mayoría de los factores, siempre desde el punto de vista del número, tiene un significado relativamente menor en cuestión de efecto”. Acompañado a Pareto, incluso sin saberlo, una buena parte de nuestros empeños profesionales se concentra en buscar no solo ciertos efectos, sino los mayores y mejores efectos, con un mínimo de costo. Es este el reto de la eficiencia. Al mismo tiempo, luchamos por lograr esa eficiencia favoreciendo o resguardando la producción de un beneficio proporcional. Esto es justicia, o al menos una fórmula de justicia. La propuesta de Pareto pretende favorecer un principio de decisión para la concentración y asignación de los recursos de manera que favorezca un mayor efecto sin detrimento de las relaciones equitativas del todo. A esto se denomina una “mejora paretiana” o un “cambio paretiano”. El asunto del reforzamiento de las prácticas de comunicación social no es de caprichos o gustos. Dice Debray R., apuntando a la realidad francesa, pero a mi juicio transferible en gran medida a otras realidades, que ”los valores asimilados hoy por los alumnos pasan por la televisión, la música, la radio, la moda, la publicidad, más que por la escuela y la familia” (Debray R. 1995.p. 85). Incluso para un país como el nuestro donde las alternativas comunicativas son aún pobres, tenemos que reconocer que las influencias de las mismas son muy poderosas por su extensión y acción legitimada. A lo dicho hasta aquí me gustaría agregarle el hecho indiscutible, y sin embargo poco reconocido, de que la acción de comunicación social no es solamente, como piensan algunos, una acción que se realiza desde y con la prensa, la radio y la televisión. La comunicación social supone niveles de representación y de acción. Si el hospital comunitario de hoy, no está en condiciones de salir a buscar a su cliente, a su usuario, está destinado a desaparecer. Ir a buscar a la persona, grupo, etc. que habita en su entorno para accionar con él con el fin de evitar que tenga que ir al hospital, es una gestión de comunicación social. La prevención y la promoción de salud no son tareas, sino concepciones de trabajo. Por lo tanto no pertenecen a un nivel específico de atención, sino que son una filosofía que sustenta las prácticas de salud y sus proyecciones. Esa filosofía se construye cada vez más desde la comunicacional incluso en los espacios comunitarios. En este sentido son cada vez más los especialistas que consideran que el mejoramiento y robustecimiento de la salud mental puede verse especialmente favorecido si tomamos como instrumento de trabajo la comunicación social. A nivel comunitario “la comunicación, bien entendida, en su sentido amplio, viabiliza aspectos cruciales de democratización, equidad y empowerment, además de cumplir un no menos central papel de advocacy” (Contreras E. 1994 a. p. 95). Particularmente, hemos trabajado en los últimos años el aumento de la eficiencia de las prácticas de comunicación social en salud tomando como modelo de referencia el Marketing Social. Lo digo más claramente: consideramos que una acción de comunicación social a favor de la salud comunitaria se ve favorecida dentro de un encuadre de marketing con una finalidad social. Es cierto que el marketing para muchos evoca como escenario, en el imaginario social e incluso profesional, la representación de una empresa capitalista deshumanizada, ultramoderna y cuyo único valor es el dinero. Él tiene en la imaginación de muchos los colores de la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica y con ellos la sordidez de la filosofía de la ganancia con menos costo y a toda costa: cueste lo que cueste (en costo humano). Pero las evocaciones no son la realidad. Para que esta propuesta sea loable, es imprescindible acercarse al sentido praxológico y pragmático del marketing, en el que sus prácticas son definidas como instrumentos de las intenciones y no como intenciones en sí mismas, como medios al servicio de propósitos que lo anteceden, y no ineluctables consecuencias conformadoras de efectos deteriorantes de la justicia y el equilibrio social y económico. No fue el marketing quien creó la injusticia social, ni el hambre, ni el desempleo. No fue el marketing quien creó la competencia ni la competitividad. El marketing apenas intenta aceptar la existencia de un mundo en el que la competencia y la competitividad están presentes, y esto hace necesario que cualquier proyecto de vida, institucional o personal, individual o social, comercial o de bien público, para salir adelante, realizarse y cumplir sus propósitos, tenga que ser factible, competente, eficiente y atractivo. 4. LA VISIÓN DE UN SER HUMANO SANO. Si hablamos de salud mental, hablamos también de una meta, una conquista: el ser humano sano. Sano no es el ser humano que no tiene enfermedad alguna. Sano es el ser humano cuya tendencia de vida reafirma su condición humana. Lo que significa:
Digo que favorecer la salud mental es permitir el acceso de todo ser humano a una construcción subjetiva personal marcada por:
Se trata sobre todo de fortalecer las tendencias positivas de su desarrollo. Decía Maslow que “hay dos grupos de fuerzas que arrastran al individuo y no sólo una, además de las presiones hacia adelante, hacia la salud, también hay presiones hacia atrás, regresivas y de temor, las cuales llevan a la enfermedad y al debilitamiento” (Maslow A. 1968. pg. 164). Más que contrarrestar las fuerzas negativas, lo que tratamos es de robustecer las positivas. Acercándome al final, y si de sintetizar se trata, diría que lo que necesitamos es pensar, desde nuestra profesión, comunitariamente. Hablo de un pensar comunitario que sobre todo es:
Es probable que algunos encuentren diferencias esenciales. Que otros encuentren puntos de contacto. En cualquier caso, abro las puertas al intercambio. Entre otras cosas porque soy de los convencidos de que si ponemos el énfasis en nuestras ansias, tendremos sobradas razones para encontrarnos. Todos sabemos que el camino es difícil. Rogers lo dijo a su manera: “Yo cultivo el jardín. La mañana en que no me da tiempo…me siento frustrado. Mi jardín hace surgir la misma pregunta inquietante que he tratado de contestar en el transcurso de toda mi vida profesional: ¿cuáles son las condiciones efectivas para el crecimiento? Pero en mi jardín, aunque las frustraciones son tan inmediatas y los resultados sean también éxitos o fracasos, éstas se hacen evidentes en forma mucho más rápida”. (Rogers C.1974. Pg. 122-23). Las flores que podamos cuidar hoy, serán los árboles de mañana. Entonces no podemos dejar de intentarlo. REFERENCIAS Calviño M.(1995): ¨Estudios Comunitarios: Una reflexión de alerta. DOXA¨. Revista Paulista de Psicología e Educaçao. UNESP. Ano I. Vol.1. Nº 1. Jan/Abr. Calviño M.(1996): ¨Tolerancia: alertas y certezas¨. Revista Cubana de Psicología. Vol.13. Nº1. Contreras E.(1994ª): ¨Comunicación y Salud: Lecciones y experiencias. Notas para una discusión¨. En: Por una política de comunicación para la promoción de la salud en América Latina. Editado por la División de Promoción y Protección de la Salud, OPS , OMS. Quito, Ecuador. Pág. 91- 112. Contreras E.(1994b): ¨Investigación y evaluación en comunicación para la salud¨. En: Por una política de comunicación para la promoción de la salud en América Latina. Editado por la División de Promoción y Protección de la Salud, OPS , OMS. Quito, Ecuador. Pág. 91- 112. Debray R. (1995): El estado seductor. Las revoluciones mediológicas del poder. Buenos Aires. Manantial. First International Conference on Health Promotion.(1986): Ottawa Charter for Health Promotion. Maslow A. (1986):Towards a psychology of being.2da. edition. Van Nostrand. New York. 1968. Ottawa Charter for Health Promotion. Health Promotion, 1.iii - v. Rogers C. (1961): On Becoming a Person: a therapist’s view psychotherapy. Boston. Houghton Mifflin. Rogers C.(1974): In Retrospect: Forty-six years. The American Psychologist. Nº 29 (2). 115 -123. Stroul B., Friedman R., Hernández M., et al. (1996): ¨Systems of Care in the Future¨. In:Children’s Mental Health. Paul H Books. Baltimore. |