¿Su perro lo está volviendo loco? ¿Es agresivo, nervioso, asustadizo o sencilla­mente demasiado irritable? Tal vez su amigo de cuatro patas esté obsesionado con






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César Millán
El Encantador de perros
Introducción

¿Su perro lo está volviendo loco? ¿Es agresivo, nervioso, asustadizo o sencilla­mente demasiado irritable? Tal vez su amigo de cuatro patas esté obsesionado con algo: ya sea saltar sobre el primero que entre por la puerta o chincharlo a usted pa­ra que juegue a tirarle una y otra vez esa asquerosa pelota verde de tenis.

O tal vez quizá usted crea que tiene la mascota perfecta pero le gustaría que su relación con ella fuera más satisfactoria. Realmente le gustaría saber qué resor­tes hacen saltar a su perro. Querría entrar en el cerebro de su perro, forjar una rela­ción más íntima.

Si ha contestado afirmativamente a cualquiera de las preguntas anteriores, ha llegado al lugar adecuado.

Si no me conoce por mi serie de televisión Dog Whisperer, que emite el Natio-nal Geographic Channel, permítame presentarme. Me llamo César Millán y estoy en­cantado de compartir con usted los conocimientos adquiridos durante toda mi vida por mi experiencia al vivir y trabajar con perros, incluyendo los millares de «causas perdidas» que he rehabilitado a lo largo de los años.

Si quieren saber algo de mí, llegué a Estados Unidos en 1990, procedente de México, sin dinero en los bolsillos y con el sueño y la ambición de convertirme en el mejor adiestrador canino del mundo. Empecé como cuidador, pero menos de tres años después ya estaba trabajando con jaurías de rottweiler realmente agresivos, in­cluyendo algunos perros que resultaban ser propiedad de una maravillosa pareja de la que quizá haya oído hablar: Will Smith y Jada Pinkett Smith. Will y Jada, muy responsables como dueños de perros, quedaron impresionados por mi talento natural con los perros, y con gran generosidad me recomendaron a sus amigos y co­legas, muchos de ellos famosos. No publicaba anuncios: mi negocio se centraba estrictamente en el boca a boca.

Enseguida me encontré con un negocio próspero y pude abrir mi primer Cen­tro de Psicología Canina al sur de Los Ángeles. Allí conservo una manada de entre treinta y cuarenta perros que nadie más quiere acoger. Rescato a la mayoría de es­tos animales de refugios o de organizaciones de rescate porque son considerados «no adoptables» o han sido abandonados por sus dueños debido a su comportamien­to. Desgraciadamente, y dado que no hay suficientes refugios a los que acudir don­de no los maten, la mayoría de los animales abandonados se enfrenta a una inevita­ble eutanasia. Pero los perros que rescato, una vez rehabilitados, se convierten en miembros felices y productivos de la manada. Al final muchos de ellos encuentran una familia adoptiva adorable y responsable. Y durante su estancia en mi manada es­tos perros que en su día estuvieron condenados a morir suelen actuar como anfitrio­nes y modelos que se pueden imitar para los perros problemáticos de mis clientes.

Hay una necesidad única en los perros americanos: lo he visto en sus ojos y lo he sentido en sus energías desde el primer día que crucé la frontera hacia Es­tados Unidos. Los perros domésticos americanos ansian tener lo que la mayoría de los perros en libertad posee de una forma natural: la capacidad de ser simplemente perros, vivir en una manada estable y equilibrada. Los perros americanos luchan con­tra algo desconocido para la mayoría de los perros del mundo: la necesidad de «de­saprender» los esfuerzos de sus dueños, motivados por el amor pero en definitiva destructivos, por transformarlos en personas peludas de cuatro patas.

De niño, en México, veía Lassie y Rin Tin Tin y soñaba con convertirme en el «adiestrador» de perros más grande del mundo. Ya no llamo «adiestrar» a lo que ha­go. Hay muchos grandes adiestradores, gente que puede enseñar a su perro a res­ponder a órdenes como «siéntate», «quieto», «ven» y «sigúeme». No es eso lo que yo hago. Yo me dedico a la rehabilitación en profundidad. Manejo la psicología cani­na; tratar de conectar con el cerebro y los instintos naturales del perro para ayu­darlo a corregir un comportamiento no deseado. No empleo palabras ni órdenes.

Empleo la energía y el tacto. Cuando llego a la casa de un cliente, el dueño suele pensar que el problema radica en el perro. Siempre me ronda la idea de que es más probable que sea cosa del dueño. A menudo digo a mis clientes: «Rehabilito perros, pero adiestro personas».

La clave de mi método es lo que yo llamo «el poder de la manada». Al haber crecido en una granja con perros que eran perros de trabajo y no mascotas domés­ticas, tenía años de experiencia interactuando y observando a los perros en sus so­ciedades «grupales» naturales. El concepto de «manada» está profundamente arrai­gado en el ADN de su perro. En una manada sólo hay dos papeles: el del líder y el del seguidor. Si no te conviertes en el líder de la manada de tu perro, éste asumirá ese papel y tratará de dominarte. En América la mayoría de los dueños de mascotas miman a sus perros y les ofrecen su constante afecto, pensando que con eso el pe­rro tendrá suficiente y no es así. En el mundo canino, si sólo se obtiene afecto, el equi­librio natural puede verse alterado. Al enseñar a mis clientes a «hablar» el lenguaje de su perro —el lenguaje de la manada— les abro todo un mundo nuevo. Mi objetivo al trabajar con los clientes consiste en asegurarme de que tanto el ser humano co­mo el perro acaban más sanos y felices.

Hay más de sesenta y cinco millones de perros mascota en América1. En los últimos diez años la industria de las mascotas ha duplicado su tamaño con unos in­gresos cercanos a los treinta y cuatro mil millones: ¡sí, miles de millones! Los dueños de perros americanos miman a sus mascotas con cosas como bolsitas de viaje de piel de cocodrilo verde de cinco mil setecientos dólares para minúsculos Yorkshire te-rriers y pólizas de seguros por treinta mil dólares2. Como media, el dueño de un pe­rro puede llegar a gastar once mil dólares o más en su mascota durante la vida de su perro: ¡y es una estimación muy a la baja!3. Está claro que este país tiene los pe­rros más mimados del mundo. Pero ¿son los más felices? Desgraciadamente mi res­puesta es no.

Lo que espero que obtenga después de haber leído este libro es algunas téc­nicas prácticas para ayudar a su perro con sus problemas. Sin embargo, lo más importante es que quiero que comprenda con mayor profundidad cómo ve el mundo su perro y lo que realmente quiere y necesita para llevar una vida pacífica, feliz y equilibrada. Creo que casi todos los perros nacen con un equilibrio perfecto, en armonía con ellos mismos y con la naturaleza. Sólo cuando viven con los seres humanos desarrollan esos problemas de comportamiento que yo llamo «cuestio­nes». Y hablando de cuestiones, ¿quién de nosotros no tiene unas cuantas? Des­pués de aplicar mis técnicas puede que incluso usted empiece a comprenderse me­jor. Observará su propia conducta con una luz diferente y puede que se encuentre alterando las formas con las que interactúa con sus hijos, su pareja o su jefe. ¡Des­pués de todo los seres humanos también somos animales grupales! Más especta­dores de los que se podría imaginar me han dicho que mis técnicas han ayudado a tantos seres humanos como perros. Por ejemplo, tomemos un extracto de esta de­liciosa carta de un admirador:

Querido César:

Muchas gracias por tu programa Dog Whisperer.

Lo curioso es que ha cambiado mi vida y la de mi familia, y ni siquiera tenemos perro.

Tengo 42 años y soy madre de dos hijos (un niño de 5 años y una niña de 6). Lo estaba pasando terriblemente mal al educarlos con un poco de dis­ciplina (me di cuenta de que no tienen fronteras ni límites). Mis crios me trata­ban fatal, literalmente, en lugares públicos y en casa. Entonces vi su programa.

Desde entonces me he adiestrado a mí misma para ser una madre más firme, siendo más enérgica, exigiendo mi espacio como figura materna. Tam­bién me he adiestrado para no pedirles ni rogarles que hagan algo, sino para decirles que lo hagan (cosas como recoger su habitación, limpiar su zona del comedor y llevarse la ropa lavada y planchada). Mi vida ha cambiado, y ellos también. Para mi asombro, mis hijos se han vuelto más disciplinados (y hay me­nos peleas) y he descubierto que realmente les gustan la responsabilidad y las tareas del hogar. Están orgullosos cuando terminan una tarea y yo estoy emo­cionada.

No sólo ha enseñado a los seres humanos cosas sobre sus perros, tam­bién ha enseñado a los seres humanos cosas sobre ellos mismos. ¡Muchísimas gracias!

Familia Capino

Debo mucho a los perros. Obviamente les debo mi sustento, pero mi gratitud es mucho más profunda. Mi equilibrio se lo debo a los perros. Haber experimentado el amor incondicional se lo debo a los perros, así como, de niño, mi capacidad para su­perar la soledad. El hecho de entender a la familia se lo debo a los perros, y ellos me han ayudado a aprender a ser un mejor y más equilibrado «líder de la manada» con mi mujer y con nuestros hijos. Los perros nos dan mucho, pero realmente ¿qué les damos nosotros a cambio? Un sitio donde dormir, comida, afecto... pero ¿es su­ficiente para ellos? Son puros y generosos al compartir su vida con nosotros. ¿No podríamos echar una mirada más profunda dentro de su cerebro y corazón para des­cubrir lo que realmente desean?

He llegado a la conclusión de que algunos dueños de perros realmente no quie­ren hacer cuanto sea necesario para que su perro lleve una vida plena por temor a que ello altere el equilibrio en la forma en que su perro llena la suya. Pero en una relación ideal ¿no deberían ambas partes ver que sus necesidades quedan satisfe­chas?

Lo que espero lograr con este libro es tratar de ayudar a todos mis lectores a devolver a sus perros tan sólo una parte de los muchos regalos que sus perros les dan a ellos.

Nota sobre el género
Crecí en México, en una cultura que podría llamar «machista». Otros en América po­drían llamarla «sexista». La llame como la llame, es una cultura que no valora a la mu­jer del modo en que se valora en Estados Unidos. La mujer es respetada como ma­dre, pero su valía personal no recibe ni de lejos la importancia que debería. No se anima a la mujer a tener una alta autoestima ni a sentir su importancia en la sociedad.

Desde que llegué a Norteamérica y me casé con una norteamericana, he sido «rehabilitado» hasta el punto de creer que una cultura no puede ser realmente sa­ludable a menos que conceda a la mujer el valor que merece. Cómo enfrentarse al tema del género es muy importante para mí. Por tanto, mi coautora y yo hemos afron­tado la cuestión del género de la siguiente manera: en un capítulo nos referiremos a los animales en masculino y a los seres humanos en femenino. En el siguiente capítulo los animales serán nombrados en femenino y los seres humanos en mascu­lino. Y así sucesivamente iremos alternando los géneros hasta el final del libro.

He de agradecer a mi brillante y preciosa esposa, Ilusión Wilson Millán, que me abriera los ojos al vital papel que la mujer desempeña en nuestra existencia huma­na. Realmente son el pegamento que mantiene unidos nuestros «grupos» humanos.

Prólogo
Una vida de perros

Son las siete menos cuarto de la mañana y el sol empieza a asomarse por la cumbre de los Montes de Santa Mónica. Nos dirigimos al este, y el sendero es­tá tranquilo y desierto. Aún no he visto indicio alguno de vida humana, lo cual es buena señal. Cuando corro por la colina seguido por unos treinta y cinco perros sin collar—, siempre lo hago por las rutas menos transitadas. Los perros no suponen peligro alguno, pero pueden resultar imponentes para alguien que jamás haya visto a un hombre correr seguido por una manada de perros.

Ya llevamos una media hora corriendo y Geovani, mi ayudante, sigue al último perro, guardando la retaguardia de la manada y vigilando que no haya rezagados. Casi nunca los hay. En cuanto cogemos un ritmo, la manada y yo levantamos el polvo del sendero como si fuéramos una unidad, como si fuéra­mos un solo animal. Yo guío, ellos siguen. Los oigo respirar fuerte y los suaves arañazos que sus patas hacen en el sendero. Están tranquilos y felices, y tro­tan ligeramente con la cabeza baja, meneando el rabo.

Los perros me siguen ordenados según su categoría, pero, como esta ma­nada es mucho más numerosa de lo que sería una de lobos sin adiestrar, los perros se dividen en grupos de acuerdo con su energía: alta, media y baja. (Los perros más pequeños tienen que correr más para llevar el mismo paso.)

Los perros están en actitud migratoria y sus instintos mandan. A veces pienso que también los míos. Respiro hondo: el aire está limpio y transparente y ni siquiera me llega el olor de la contaminación de Los Ángeles. Es una sen­sación de total arrebato, vigorizadora. Me siento en armonía con el aire libre, el amanecer y los perros. Pienso en lo privilegiado que soy por pasar así mis días, por habérseme permitido disfrutar de este día como parte de mi trabajo, de mi misión en la vida.

En un día normal de trabajo salgo de mi casa en Inglewood, California, y llego al Centro de Psicología Canina al sur de Los Ángeles a las seis de la mañana. Geo-vani y yo sacamos a los perros al «patio trasero» del Centro para que puedan aliviar­se tras el descanso nocturno. Después de eso los cargamos en una furgoneta y lle­gamos a la montaña no más tarde de las seis y media. Nos quedamos allí unas cuatro horas, alternando entre ejercicios vigorosos y ejercicios moderados y algo de des­canso.

El ejercicio es como lo he descrito: yo guío a la manada como un lobo alfa y los perros me siguen. Es un grupo variopinto, formado por perros heridos, recha­zados, abandonados y rescatados, que se mezclan con los perros de mis clientes que han venido al centro a «regresar a sus raíces», en el sentido canino, claro es­tá. Tenemos una buena cantidad de pitbull, rottweiler, pastores alemanes y otras ra­zas poderosas, junto a perros de aguas, galgos italianos, bulldog y chihuahuas. Mien­tras corro, la mayoría de los perros van sin collar. Si hay que poner collar a un perro, un ayudante se encargará de ello. Si existe la menor duda sobre la capacidad de un perro para ser un miembro obediente de la manada, se quedará en casa y haré ejer­cicios con él de otras maneras. Por muy distintos que sean, los perros trabajan jun­tos como un grupo. Su instinto más profundo y primario los guía a seguirme, su «líder de la manada», a obedecerme y a cooperar entre ellos. Y cada vez que hace­mos este ejercicio me siento más unido a ellos. Es así como la naturaleza planeó el funcionamiento de una manada de perros.

Lo más notable es que siempre que paseamos o corremos es imposible dis­tinguir a los perros, da igual de qué raza sean. Simplemente son una manada. Cuan­do descansamos, se separan por razas. Los rottweiler van juntos. Cavan una madriguera en la tierra para descansar en ella. Los pitbull se tumban juntos, siempre en el cen­tro de la manada, al sol. Y los pastores alemanes van a echarse bajo la sombra de un árbol. Todos tienen un estilo propio. Entonces, cuando llega el momento de volver a correr, todos encajan como si no hubiera diferencias entre ellos. El perro y el ani­mal que hay en ellos son algo mucho más fuerte que la raza: al menos cuando se tra­ta de un asunto tan serio como la migración. Cada día que convivo con los perros aprendo algo nuevo de ellos. Por todo cuanto hago para ayudarlos ellos me devuel­ven a cambio mil regalos.

A las once menos cuarto de la mañana regresamos al sur de Los Ángeles. Des­pués de cuatro horas de intensivo ejercicio en la montaña los perros quieren agua y estar en casa. Regresan al Centro y descansan a la sombra de un pórtico de dos pisos, un árbol frondoso o en «Tailandia»: así llamo yo a la hilera de cinco casetas privadas para los más pequeños. A algunos de los más activos les gusta refrescarse en una de nuestras piletas antes de caer rendidos. Durante la hora que descansan, entre las once de la mañana y el mediodía, paso consulta y recibo a los nuevos pe­rros en el Centro. El mejor momento para introducir un perro nuevo y desequilibra­do en una manada estable es cuando están reventados.

Ahora que ya han hecho ejercicio y descansado los perros se han ganado su comida... igual que tendrían que hacer en la naturaleza. Me gusta prepararles perso­nalmente la comida, sacándola de las latas y mezclándola con mis propias manos, de modo que su comida siempre lleve el olor de su líder de manada. El ritual de la comida en el Centro de Psicología Canina dura entre una hora y media y dos horas, y está diseñado para constituir un reto psicológico para los perros: en términos hu­manos, un ejercicio de «fuerza de voluntad». Los perros forman una fila delante de mí y esperan. El perro más maduro, tranquilo y relajado será el primero en comer. Esto hará que los otros perros comprendan que cuanto más tranquilos y maduros estén, más posibilidades tendrán de conseguir lo que quieren. Los perros tienen que comer uno al lado del otro, sin pelear ni mostrarse dominantes en cuanto a la comida. Esto supone un enorme reto mental para el perro, pero al mismo tiempo ayuda a garanti­zar que la manada funciona tranquilamente.

Una vez que los perros han comido y hecho sus necesidades, están listos pa­ra más ejercicio físico. Como verán, tengo mucha fe tanto en la estructura como en la actividad física intensa para ayudar a los perros a lograr el tipo de equilibrio que tendrían si vivieran en la naturaleza, en un mundo ajeno a la influencia humana.

Nuestra siguiente actividad es la más rigurosa del día: el patinaje. Lo crean o no, a la mayoría de los perros les encanta correr conmigo mientras patino: ¡les en­canta el reto de seguir el ritmo de un líder de la manada en patines! Puedo patinar con un máximo de diez perros cada vez, por lo que son unas tres o cuatro sesiones se­guidas. A media tarde todos han pasado por ello. Los perros están exhaustos y yo también. Mientras descansan un par de horas, paso consulta por teléfono y me en­cargo del papeleo en la oficina. A eso de las cinco de la tarde salimos otra vez y ju­gamos a lanzar la pelota unos veinte minutos. En el Centro de Psicología Canina en­tre treinta y cuarenta perros pueden jugar con la misma pelota sin que estalle pelea alguna. Es lo que yo llamo el «poder del grupo» para influir en la buena conducta.

A medida que el sol se va ocultando la manada entra en actitud de descanso hasta el final del día. Es el mejor momento para cualquier sesión cara a cara que ne­cesite hacer con cualquiera de los perros. Por ejemplo, tomemos a Beauty, una lar­guirucha pastora alemana con un grave caso de agresividad temerosa. Si alguien se le acerca, se encoge y sale corriendo o ataca. Para engancharle la correa al collar he de correr detrás de ella, agotarla y esperar a que se rinda. Tal vez tenga que repetir este proceso un millar de veces hasta que se dé cuenta de que, cuando extiendo mi mano, la mejor solución para ella es venir hacia mí. Dado que Beauty ha estado todo el día haciendo ejercicio y participando con los demás, está en la mejor dispo­sición mental para que yo trabaje con ella esas cuestiones.

Hoy en día, más de diez años después de que el Centro de Psicología Canina abriera sus puertas, mantengo un reducido personal que comprende, además de a mí mismo, a mi esposa, Ilusión, y otros cuatro leales empleados. Cuidamos de una media de entre treinta y cuarenta perros a la vez. Muchos de los perros de la mana­da en el Centro llevan con nosotros desde el principio. A algunos los consideramos como mascotas de la familia, y vienen a casa con nosotros cada noche. Nos sentimos unidos a tantos que hemos de hacer turnos para ver a cuáles traemos a casa. Otros perros son visitantes de vuelta, pertenecientes a clientes ya veteranos, a quienes les gusta el efecto que la manada crea en el equilibrio de sus perros. Estos clientes nos traen a sus perros siempre que salen de viaje. Para sus perros, que ya están sanos psi­cológicamente, venir a estar con los demás es como irse de campamento y reunir­se con viejos amigos.

El resto de los perros del Centro son visitantes temporales, perros que traigo para ayudarlos en su rehabilitación. La relación entre «regulares» y «temporales» de la manada es de un 50 por ciento. Algunos de estos «temporales» son perros res­catados de refugios: perros a los que se les podría aplicar la eutanasia si no fueran capaces de convertirse en animales sociales rápidamente. Los demás son perros que pertenecen a clientes privados. Me gusta decir que los perros de los clientes son los que mantienen el negocio en funcionamiento, y los de las organizaciones de resca­te son los que mantienen mi karma en funcionamiento. A la mayoría de mis clientes no les hace falta enviar a sus perros al Centro para que estén bien, igual que no to­dos los seres humanos necesitan ir a terapia de grupo para tratar sus cuestiones psi­cológicas. La mayoría de los casos que trato tienen que ver con perros que para ser mejores simplemente necesitan un liderazgo más fuerte por parte de sus dueños, además de reglas, fronteras, límites y consistencia en sus propios hogares. Pero exis­ten otros casos en los que la mejor solución consiste en traer los perros para que ten­gan el respaldo y la influencia de sus iguales para que puedan aprender de nuevo a ser perros.

Dado que muchos de nuestros perros proceden de organizaciones de rescate, muchos de ellos tienen historias sobrecogedoras, algunas de ellas con la participación de la increíble crueldad que algunos seres humanos infligen a los animales. La de Rosemary era una de esas historias. Una pitbull mestiza había sido entrenada para lu­char contra otros perros en peleas ilegales. Después de perder una pelea importante sus dueños la rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Una organización de resca­te le salvó la vida y se recuperó de sus quemaduras, pero estaba claro que su horri­ble experiencia la había convertido en un perro peligrosamente agresivo para los humanos. Empezó a morder a la gente. Oí hablar de Rosemary después de que atacara a dos ancianos e inmediatamente me ofrecí a acogerla y tratar de rehabilitarla.

Me presentaron a Rosemary como un perro peligroso, mortal. Cuando la traje al Centro, sin embargo, su transformación resultó ser pan comido. Sólo necesitaba un lugar seguro y un liderazgo sólido para recuperar su confianza en las personas. Antes se había sentido intimidada por la gente, por lo que daba el primer paso. Era entonces cuando atacaba porque, por su propia experiencia, si no atacaba a una per­sona, esa persona le haría daño. Me bastaron dos días para ganarme su confianza. Después era el perro más dulce y obediente que puedan imaginar. No nació para ser una asesina, fueron los seres humanos los que la transformaron. En cuanto se en­contró viviendo en el Centro, rodeada por la energía de perros estables y equilibra­dos, resultó ser un caso muy suave.

Rosemary vive ahora con una familia adoptiva que la adora y que no puede creer que haya sido agresiva con los seres humanos. Resultó ser uno de los mejores embajadores del Centro de Psicología Canina que jamás hubiera podido imaginar.

Al igual que Rosemary, a Popeye lo encontró vagando por las calles una orga­nización de rescate y acabó aquí porque sus trabajadores no podían controlarlo. Po­peye es un pitbull de pura raza que perdió un ojo en una pelea ilegal. Al ser una «mer­cancía dañada», sus dueños ya no lo encontraban útil y lo abandonaron. Mientras se adaptaba a la situación de tener un solo ojo, Popeye se volvió muy suspicaz ante otros perros porque su visión del mundo se había estrechado y se sentía vulnerable. Res­pondía acercándose a otros perros de forma muy agresiva, para intimidarlos, lo cual solía desembocar casi siempre en una pelea. Entonces empezó a atacar a las personas. Cuando me llegó, era muy agresivo, dominante y nervioso. Era un caso mucho más difícil porque su energía era muy fuerte, así que yo siempre tenía que estar más que alerta y atento cuando estaba con él. Hoy en día es un miembro de la manada, tranquilo y digno de confianza. Y aquí nadie se mete con él por el hecho de tener un solo ojo.

Tenemos muchos pitbull en la manada, no porque sean más peligrosos que otros perros sino porque están entre las razas más poderosas, y a menudo son los que más difíciles resultan de controlar para las organizaciones de rescate cuando los perros presentan cuestiones, especialmente la agresividad. Desgraciadamente para los pitbull, mucha gente los cría para peleas ilegales o para que la proteja, por lo que están condicionados a sacar el lado más agresivo de su naturaleza.

Preston también es un pitbull y es enorme. Vivía con un hombre de 80 años y se pasaba la vida encerrado con él en un apartamento. Dado que Preston estuvo na­turalmente expuesto a la tranquilidad, nunca se volvió destructivo mientras su dueño estaba vivo. Preston estaba allí cuando su dueño falleció y fue el que buscó al ca­sero, que llamó a la Amanda Foundation. Cuando fueron a recogerlo, era muy tími­do. A menudo un perro tímido es candidato a manifestar agresividad temerosa. Cuando metieron a Preston en una perrera y luego trataron de sacarlo, empezó a arremeter contra todo el mundo. Al ser un ejemplar tan grande, sus rescatadores empezaron a tenerle miedo. Sin embargo, cuando lo traje aquí, vi de inmediato que en realidad era alguien asustado, inseguro. Fue uno de los pocos perros a los que metí dentro de la manada desde el primer día. Al ser alguien naturalmente tranquilo, Preston cap­tó la energía relajada y estable de los otros miembros y casi al instante se transfor­mó nuevamente en uno más de ellos. Se tranquilizó de manera inmediata y, aunque aún tiene un aspecto que asusta a la mayoría de los visitantes, yo sé su secreto: en realidad es un gigante amable.

Aunque no tengo favoritos en el Centro, me siento muy unido a Scarlett, una pequeña bulldog francesa blanca y negra. A menudo viene a casa conmigo, y para mis hijos es una mascota de la familia. Scarlett fue el último perro en llegar a un ho­gar lleno de perros y otras mascotas. Sus dueños tenían un conejo que salió de su jaula y Scarlett lo atacó y le sacó un ojo. Fui a casa de sus dueños y trabajé con Scar­lett; ni siquiera era un caso que me pareciera que necesitara ir al Centro. El proble­ma no era Scarlett: eran sus dueños. No había disciplina en la casa —ni reglas ni fron­teras ni límites— y los dueños casi nunca estaban en casa para supervisar a los distintos animales que tenían sueltos por la propiedad. Asigné a los dueños un mon­tón de deberes, pero no cambiaron nada. Pocas semanas después Scarlett le arran­có la pata a un chihuahua que vivía con ellos. Como Scarlett era el perro más agresivo y el último en llegar a la manada, una vez más los dueños la culparon a ella. Me parecía que no había esperanza para ella en esa casa, así que me ofrecí a adop­tarla. Ahora es tan dulce y tranquila que puede ir a cualquier sitio conmigo. Para mí es como un amuleto de la buena suerte. Siempre que necesito una racha extra de buena suerte acaricio su barriga como si fuera la de un buda. Aún no me ha fallado ni una sola vez.

Oliver y Dakota son dos perros de aguas blancos y marrones. Como resultado de la excesiva endogamia, los dos presentan cuestiones físicas tales como infec­ciones periódicas en ojos y oídos. Dakota es el que peor está. Creo que cada perro entra en nuestra vida para enseñarnos algo. Dakota es el perro que me enseñó qué es el daño neurológico: un problema que no puedo solucionar. La energía de Dako­ta está «apagada». Todo en él está muy desequilibrado: desde su ladrido hasta el mo­do en que persigue las sombras. Dado que en la manada no se permite —nunca— la agresividad, los otros perros no le hacen daño y puede vivir pacíficamente. En la naturaleza habría sido señalado y atacado por su debilidad, y probablemente no sobreviviría.

Ojalá pudiera presentarles a todos los perros de la manada, porque todos ellos tienen anécdotas y una historia igualmente fascinantes. Sin embargo, todos ellos com­parten una cosa. Para ellos estar con los suyos tiene un profundo significado. Proba­blemente, formar parte de una familia de personas no tendría ese mismo significa­do. Tendrían comodidad y tal vez estarían mimados. Pero a su vida le faltaría este significado primario. Así que cuando estos perros consiguen ser uno más entre los suyos —independientemente de su raza— se sienten completos.

Ojalá todos los perros de América —y del mundo— pudieran estar tan equili­brados y satisfechos como los perros de mi manada. Mi objetivo en la vida es ayudar a rehabilitar tantos perros «problemáticos» como me sea posible.

A medida que se va la tarde se va acercando la hora de que vuelva a casa con mi grupo humano: mi esposa, Ilusión, y nuestros dos hijos, Andre y Calvin. Geo-vani se quedará a pasar la noche, atendiendo las necesidades de los perros y me­tiéndolos en sus perreras cuando llegue la hora de dormir. Después de unas siete u ocho horas de ejercicio están a punto de caer reventados. Mañana se repetirá nue­vamente el ciclo conmigo o con alguno de mis colegas del centro. Ésta es mi vida —una vida de perros— y no hay mayor bendición para mí que poder vivirla. Mediante este libro los invito a experimentarla conmigo.

1 Una infancia entre perras
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